Los hechos de las últimas semanas son relevantes. Justo cuando el mundo parecía retomar cierta normalidad, el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania aumentó los niveles de incertidumbre de manera significativa. Y no hay duda alguna de que este hecho tiene consecuencias para Argentina. El más claro ejemplo puede que sea el impacto sobre la inflación local: el aumento de los precios internacionales de los alimentos y de los combustibles genera presión sobre el valor de los productos en nuestro mercado interno. Esto es así porque, al ser Argentina tomadora de precios de los mercados internacionales en los commodities, el valor de estos insumos en el mercado local queda determinado por la relación entre su precio internacional y el tipo de cambio. Es decir que: hablando de commodities, dado el precio internacional y el tipo de cambio, podemos aproximarnos al precio local. Así, como sucedió a principios de 2021, un escenario de devaluación del tipo de cambio combinado con precios externos crecientes representa una amenaza importante para el poder adquisitivo de los trabajadores.
Pero aquí no vamos a hablar de los efectos de la guerra para Argentina sino que haremos énfasis en algo distinto y, aunque relacionado, más general. Esto es: el sistema monetario internacional y el poder que le otorga al Estado que lo hegemoniza. Antes que nada, es interesante notar que esto fue estudiado especialmente por economistas latinoamericanos y, en particular, por Maria da Conceição Tavares y sus discípulos.
Como todos y todas sabemos, actualmente los distintos países del mundo poseen, salvo casos excepcionales, monedas de circulación nacional con las que cobran impuestos y buscan ordenar el comercio interior. Sin embargo, el comercio entre naciones tiende a ser realizado en dólares norteamericanos. Hecho que, como vimos, impone restricciones al crecimiento económico. Pero esto también impone una jerarquía en el plano internacional que no puede ser ignorada si se desean entender las relaciones internacionales y cómo lo global influye sobre lo local.
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Antes de que Inglaterra se posicionara como la potencia imperial dominante en materia económica, militar y financiera, llegando a controlar el 25% de la superficie terrestre del mundo en la antesala de la Primera Guerra Mundial, el comercio internacional se realizaba en metales preciosos y no en monedas asociadas a algún país particular. Solo con el mencionado auge británico es que se crea un sistema monetario internacional propiamente dicho y el comercio comienza a estar denominado en libras que eran “as good as gold”. Este patrón monetario de convertibilidad entre la libra y el oro comienza a desarmarse en el periodo que transcurre entre la primera y la segunda guerra mundial, a cuyo final surge el denominado patrón dólar-oro, sustentado en la primacía militar y económica norteamericana y en los acuerdos de Bretton Woods, que dieron forma institucional al nuevo marco financiero global.
Las condiciones que le permitieron, tanto a Inglaterra como a Estados Unidos, sostener los órdenes financieros correspondientes fueron, grosso modo, dos: evitar la devaluación de sus monedas (o, lo que es lo mismo, preocuparse por mantener la paridad con el oro) y evitar grandes déficits de cuenta corriente. Caer en alguna de estas situaciones volvería difícil sostener el valor de la moneda en cuestión y llevaría a los agentes a resguardarse en otro recurso financiero, debilitando la divisa de referencia.
En la década de los setenta, Estados Unidos sufrió estas tensiones: por la presión inflacionaria de la época, la pérdida de competitividad en el comercio exterior y las presiones políticas internas para disminuir los controles de capitales, esta nación decidió, primero y de forma unilateral, suspender la convertibilidad del dólar al oro, y, luego, devaluar su moneda. Así se dio inicio, por primera vez en la historia, a un sistema monetario internacional donde una nación opera sin ningún tipo de restricción de balanza de pagos.
La supremacía del dólar en el plano internacional, donde posee la característica de funcionar como reserva de valor, medio de intercambio y unidad de cuenta tanto para agentes privados como públicos, le permite a Estados Unidos controlar las condiciones financieras globales de una manera inédita en términos históricos. En la crisis de 2008 y en la pandemia de COVID-19, Estados Unidos funcionó como el Banco Central del mundo entero, otorgando liquidez en dólares donde lo consideró necesario para mantener la estabilidad del sistema. Al mismo tiempo, Estados Unidos controla el entramado institucional a través del cual se opera con dólares. Esto es lo que le permite hacer de las finanzas un arma de guerra, como quedó claro en Venezuela, Irán y con las sanciones a Rusia y su posible exclusión del sistema de pagos internacionales.
En síntesis: Estados Unidos tiene poder para controlar la liquidez global y el marco institucional a través del cual esta se canaliza. El préstamo récord del Fondo Monetario Internacional a la Argentina en 2018 también debe ser interpretado a la luz de estos hechos.
Comprender los sistemas monetarios globales es condición necesaria para poder analizar las dinámicas locales. La salida del bimonetarismo argentino no puede darse sin entender el lugar de nuestro país en la jerarquía económica internacional. Hacer que nuestra moneda vuelva a ser reserva de valor dependerá, en gran parte, de que los agentes tanto nacionales como internacionales vean en los activos financieros denominados en pesos una opción atractiva.