La restricción externa, un problema de dos dimensiones

07 de enero, 2022 | 00.05

La insuficiencia de dólares es el problema recurrente de la economía argentina. Aunque algunos economistas se empeñan en cuestionar la validez de la “restricción externa”, lo cierto es que esos mismos economistas en su papel de funcionarios fueron incapaces de evitar la tendencia a la devaluación de la moneda argentina. ¿A qué se debe nuestra falta crónica de dólares? Entendemos que el problema debe dividirse en dos dimensiones: una productiva-comercial y otra financiera. La primera remite a los viejos problemas que siempre afectaron a las economías latinoamericanas. Las exportaciones suelen crecer acompañando los ingresos del resto del mundo, mientras que las importaciones lo hacen siguiendo la demanda doméstica. Si a modo de ejercicio provisorio excluimos del razonamiento los flujos financieros, la tasa de crecimiento de la economía local no puede exceder el ‘techo’ permitido por las exportaciones, porque son las ventas al exterior las que proveen dólares para pagar importaciones. Cuando las exportaciones se estancan también lo hace el nivel de actividad y de empleo.

Desde la década de 1930 una abundante literatura regional e internacional discute acaloradamente el modo afrontar esta limitación. La políticas de sustitución de importaciones, que con idas y vueltas comenzaron con el cierre de los mercados luego de la crisis internacional iniciada en 1929, buscaban transformar la estructura productiva con el propósito deliberado de que la economía pudiera crecer demandando importaciones en proporciones decrecientes. Si lograba producirse localmente parte de lo que antes se importaba, se podía crecer a tasas mayores. Para ello se apelaba a un sinnúmero de medidas, desde la protección arancelaria y los subsidios, a políticas de promoción industrial e incentivo al desarrollo de tecnologías locales, como la creación de empresas públicas en áreas estratégicas, la promoción del compre nacional y el financiamiento de proyectos de Investigación. Los resultados fueron mixtos, los países más grandes y con mayor escala de mercado, como Brasil, México y Argentina, en ese orden, consiguieron mejores resultados, mientras que fueron comparativamente pobres los esfuerzos industrializadores de las economías pequeñas.

En la literatura estructuralista latinoamericana, por su parte, la sustitución de importaciones nunca se planteó como una política irreconciliable con la promoción de exportaciones. Aunque el encarecimiento de insumos importados por la protección arancelaria, por ejemplo, podría tener un sesgo antiexportador, dicho efecto pudo evitarse cuando se utilizaron instrumentales de planificación adecuados, como matrices de insumo-producto, y medidas paliativas como compensaciones o devolución de impuestos. La presunta incompatibilidad que suele señalarse entre las actividades agrarias y las industriales en Argentina, debe interpretarse más como una disputa distributiva – literalmente un conflicto de clases – que una cuestión estrictamente macroeconómica. El argumento de que la exportación de bienes agrícolas o materias primas acarrea desindustrialización, se contrapone con toda la experiencia histórica conocida. Desde el siglo XIX EEUU lidera el ranking de exportadores de alimentos y hasta mediados del XX encabezó el de petróleo y ello no impidió que se transformase en el país más industrializado del mundo.

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La presunta contradicción entre el agro y la industria era en realidad una disputa por los efectos distributivos inherentes a la fijación del tipo de cambio y los precios relativos asociados con la protección de actividades industriales. Un dólar más caro deteriora salarios en pesos y deprime ventas internas, perjudicando actividades que destinan su producción al mercado doméstico, al tiempo que mejora la posición de los exportadores. Lo contrario ocurre cuando el dólar se abarata. La crónica inflación argentina, entre otras cosas, es producto de este conflicto por la apropiación del excedente. Una parte significativa de la literatura dedicó lo mejor de sus reflexiones a este problema. Como forma de amortiguar los efectos salariales de un dólar caro, o de subas de precios internacionales, por ejemplo, propuso compensaciones como retenciones a las exportaciones, tipos de cambio múltiples, subsidios.

Esta obsesión argentina con el tipo de cambio, por su parte, tiene efectos intelectuales engañosos e inconducentes. Algunos llegaron a imaginar que sería suficiente fijar el valor del dólar adecuado, por ejemplo, mediante un “gran acuerdo distributivo”, para que un desarrollo económico virtuoso impulsado por exportaciones surgiera por generación espontánea. Considerada en estos términos, la restricción externa sería apenas un problema asociado con la fijación del tipo de cambio. Para el mainstream económico dominante, los problemas y desequilibrios económicos son el resultado de la fijación de precios incorrectos debido a ‘imperfecciones’, fallas de mercado, asimetrías de información, impedimentos institucionales. Evaluando estos enfoques desde el presente es imposible no sentir una sensación de incongruencia con los desafíos actuales del país. Ninguna de las actividades económicas en las cuales Argentina tiene chances serias de convertirse en exportadora, o incluso de sustituir importaciones, tiene la menor relación con el tipo de cambio o el valor de los salarios en dólares. Hagamos un breve repaso de las principales promesas: gas y petróleo en Vaca Muerta, minería metalífera, litio, hidrógeno verde, plataformas de petróleo offshore, actividades forestales, acuicultura, servicios basados en conocimiento, medicamentos, porcinos.

En términos analíticos, las actividades que podrían nacer, o en su defecto desaparecer, en dependencia del valor del tipo de cambio, son aquellas (pocas) producciones que hipotéticamente se encuentran en el margen de rentabilidad que marca la entrada o la salida del proceso competitivo, en general rubros muy dependientes de que la mano de obra sea barata, como maquilas y actividades de ensamblado (1). Algunas de las actividades donde Argentina tiene mayor potencial para exportar o sustituir importaciones, por el contrario, suelen pagar los mejores salarios del país. No es difícil descubrir el motivo. Se trata de explotaciones donde se generan beneficios extraordinarias, más precisamente ‘rentas’. Al disponerse de ventajas naturales, los productores operaran muy lejos del margen de entrada o salida de la actividad. Es el caso también de las grandes explotaciones en la zona central del agro argentino. Es difícil imaginar que un dólar muy apreciado, por ejemplo, haga inviable la producción pampeana en términos económicos. En el mejor de los casos, se trata de actividades donde debe negociarse la apropiación de dichas rentas y la posibilidad de involucrar actores locales, incluido el Estado y sus empresas. Contra lo que cabría esperar, la principal restricción que hoy enfrentan estos proyectos no es macroeconómica, sino política, puesto que son resistidos por ciertos grupos ambientalistas radicales que hacen de la prohibición a toda actividad productiva su bandera, a través de campañas sensacionalistas basadas en el miedo.

¿Esto significa que aumentando exportaciones y sustituyendo importaciones el país se libra de problemas de balanza de pagos? Aquí debemos introducir la dimensión financiera de la restricción externa que mencionamos anteriormente. La respuesta a la pregunta es un definitivo ‘¡no!’. Exportar, sustituir importaciones, mejorar la competitividad externa del país, son condiciones necesarias pero no suficientes. Estas actividades generan divisas, empleos, pagan impuestos, pero no tienen el efecto mágico de que una economía capitalista funcione sin dinero. Como dice el economista y profesor de la Universidad Nacional de Moreno, Alejandro Fiorito, “imaginar que se puede resolver la restricción externa sin parar la formación de activos externos es como tratar de llenar una bañadera sin tapón abriendo al máximo las canillas”. Por motivos que exceden los alcances de esta nota, Argentina es hoy un país sin moneda, o más prudentemente, un país con moneda débil. La inflación elevada, combinada con tasas de interés sistemáticamente reducidas, impide que el peso funcione como reserva de valor, una condición esencial para que cualquier activo aspire a funcionar como dinero, y ello naturalmente incentiva la dolarización de carteras, la mal llamada “fuga de capitales”. A ello agréguese el endeudamiento externo y los parches improvisados a las apresuradas, como el cepo cambiario, que buscan frenar la salida de capitales desincentivando la entrada. Superar la restricción externa también exige encontrar una salida a este laberinto macroeconómico. Para retomar el crecimiento y mejorar las condiciones de vida de la población, es imprescindible enfrentar ambas dimensiones de la restricción externa, la productiva-comercial y la financiera. Resolver cada una es necesario, pero resolver una sin la otra será insuficiente. Es necesarios encararlas en simultáneo.

(1)Para más detalles ver Crespo, E. y Lazzarini, A. A reinterpretation of the ‘unbalanced productive structures’ en Peripheral Visions of Economic Development, Routledge 2015.
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Eduardo Crespo

 Licenciado en Economía y Ciencia Política (UBA) y master y doctor en Economía, por la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). Profesor de la UFRJ y de la Universidad Nacional de Moreno (UNM)