La pandemia ha hundido la actividad económica a niveles no registrados desde las grandes crisis capitalistas. Las naciones se encuentran en la necesidad de intervenir en la economía sosteniendo empresas y familias. En un contexto donde la recaudación tributaria ha menguado sustancialmente por la crisis, consecuentemente han apelado a la política monetaria para cumplir este cometido. Ni siquiera los fondos soberanos, que tienen sus activos financieros duramente golpeados, pueden cumplir eficazmente su rol contracíclico en esta coyuntura.
Todos los gobiernos del mundo han lanzado programas de expansión monetaria agresivos, combinando la emisión directa de moneda con facilidades de multiplicación de crédito que han derrumbado la tasa de interés.
La política monetaria permite financiar la emisión del gasto público imprescindible para aumentar la oferta del sistema sanitario y a la vez asistir a las familias para cumplir con las normas de aislamiento social obligatorio. También habilita a los bancos centrales a comprar acciones de empresas en crisis y expandir el crédito barato para evitar el derrumbe de unidades de producción.
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Sin duda, este escenario marca diferencias entre los países que pueden crear moneda con poder cancelatorio global como EEUU y el bloque de la Unión Europea, respecto de las naciones emergentes o con alcance sólo regional de sus divisas, como China, Japón y más recientemente -a consecuencia del Brexit-, el Reino Unido.
Las capacidades de intervención son diferentes, pero en un contexto de dislocamiento de las relaciones comerciales y financieras alumbradas por la globalización, este desequilibrio tiende a reducirse, porque los espacios nacionales como núcleo de las relaciones económicas han cobrado otro significado. Ya no se trata de alcanzar el ideal de la frontera del consumo global para la ciudadanía que requeriría ingentes cantidades de moneda con poder cancelatorio global, sino de recrear un circuito de producción de bienes básicos de acceso masivo (energía, alimentos, vivienda, salud y educación a distancia) que garanticen la preservación de la mayor cantidad de vidas y una existencia confortable.
En la Argentina bimonetaria, en donde el peso es unidad de cuenta y medio de pago pero no reserva de valor -consecuencia del comportamiento sistemático de acumulación de capital en moneda dura en el exterior por parte del bloque dominante primario-financiero-, plantear una política monetaria expansiva que sostenga la economía surge como una herejía.
Los voceros de los agentes económicos más poderosos claman a coro “emiten sin respaldo”, consigna a la que le cabe la pregunta: ¿sin respaldo de qué bienes?. La respuesta dominante es: “el dólar”, porque no pueden emitirse pesos en forma autónoma de la oferta de divisas que ingrese al país si se quiere mantener estable la cotización del dólar.
En el conjunto de países, la Argentina es el número 25 por tamaño de su economía, el 30 por cantidad de población y el 8 por superficie. Acotar el funcionamiento de su actividad productiva al ingreso de moneda extranjera es un corset demasiado apretado.
Nuestro país tiene una producción diversificada, con abundantes recursos naturales y calificados recursos humanos, capaz de proveer a sus habitantes vivienda, alimentos, energía, indumentaria, educación de excelencia y salud pública universal. En definitiva, la casi totalidad de bienes requeridos en este presente y alejados de un circuito trasnacionalizado dependiente del flujo de moneda extranjera.
Movilizar la actividad económica en esa dirección con una inyección direccionada de pesos es absolutamente viable y necesario en un contexto de crisis y cierre internacional.
Al respecto son ilustrativos algunos números:
El coeficiente de monetización, entendido como la totalidad de pesos existente incluyendo la circulación en poder del público y los nominados en los diferentes tipos de cuentas bancarias, respecto al tamaño del PIB, es del 26%, una cifra baja si se la compara con otros países de menor porte que el nuestro.
Los indicadores precedentes no revelan elementos que expliquen que la emisión monetaria pausada, desde niveles muy bajos, provoquen una suba de precios o del dólar.
La Base Monetaria o dinero de emisión primaria era del 8% del PIB en diciembre, una cifra muy reducida que revelaba la magnitud del ajuste macrista. La política monetaria expansiva seguida por el Gobierno llevó ese número al 11% del PIB, una recuperación progresiva de los medios de pago acorde a la necesidad de sostener la actividad
Los indicadores precedentes no revelan elementos que expliquen que la emisión monetaria pausada, desde niveles muy bajos, provoquen una suba de precios o del dólar.
Quienes tienen capacidad de fijar precios y de valorizar su rentabilidad y patrimonio en moneda extranjera son los que repudian al peso e impugnan la política monetaria como herramienta de política económica redistributiva, sobre todo en un contexto en que una acción regulatoria del Estado puede construir un circuito viable de producción y consumo no trasnacionalizado, reduciendo su presencia dominante en mercados de bienes esenciales.
Es la oportunidad de revertir una historia de avances y recurrentes crisis externas, rompiendo el verdadero cepo monetario que es colocar a la actividad interna en función del flujo de divisas.
Es la oportunidad, pero también la única vía, según parece.