La crac bursátil que asomó el lunes de esta semana –para luego volver a ocultarse un tiempo más—, con una caída récord que se inició en los activos del volátil sector tecnológico japonés y, vía el pánico a una recesión en los Estados Unidos, se contagió a los principales mercados globales volvió a desnudar la conformación de una nueva burbuja de activos generada por el avance del capitalismo financiero. De acuerdo con los datos relevados por la agencia Bloomberg, el volumen de ventas de activos financieros alcanzó en apenas una rueda de negociaciones a los 6,4 billones (millones de millones) de dólares, el 4 por ciento de lo producido en un año por todo el mundo (PIB mundial en 2023 alcanzó los 164 billones) o el equivalente a las reservas internacionales de Brasil (3,7 billones de dólares y México (2,7 billones) juntas.
El desacople del capital financiero sobre la economía real lleva a que actualmente circule deuda cuatro veces por sobre los activos existentes en la economía de todo el planeta. En la Argentina, ese divorcio volvió a producirse en 2015, luego de haberse trabajado en revertirse durante la década anterior. El proceso de financiarización de la economía había explotado en 2001 con la fatídica experiencia que dejó la Convertibilidad y cuyo origen se remonta a las políticas de la última dictadura cívico-militar. La política de empapelar la Argentina de bonos que lleva adelante el gobierno de Javier Milei, con el ministro de Economía Luis Caputo como su mano ejecutora, derivará en un nuevo estallido socioeconómico. El país se sigue debiendo un capitalismo industrial y una sistema financiero al servicio de la economía real; y no viceversa.
El Gobierno, luego de que se apagaran las pantallas de los centros financieros –aún a la espera de lo que podría suceder al día siguiente—celebró el escaso impacto local, reconociendo que el salvavidas había sido las restricciones a la salida de divisas de la cuenta capital (en criollo, al cepo cambiario). El gobierno de La Libertad Avanza sabe exactamente que los pagarés que acumuló en los últimos meses ya carecen de toda credibilidad y que cualquier movimiento de fondos globales iba a derivar en una huida en manada de los activos argentinos. Pero el denostado cepo, ese mismo que el mileismo señala como el creador –y no la consecuencia—de todos los males de la economía, le “salvó la ropa” al Gobierno.
El cepo se irguió así en el cortafuegos de un capitalismo financiero que ya lleva diez años de estar completamente disociado de la economía real. No se trata de un fenómeno exclusivo de la Argentina, aunque, como siempre, el nuestro es una versión de menor calidad. “El capital industrial «real» ha sido superado por las actividades «ficticias» de las finanzas. El auge de estas últimas es un síntoma de una fase «tardía» del capitalismo, un presagio de la disfunción y decadencia del sistema”, sostiene el el economista Scott Aquanno, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Tecnológica de Ontario y autor de The Crisis of Risk: Subprime Debt and US Financial Power from 1944 to Present).
Podemos dejar de lado las críticas al capitalismo mismo, tal como de un lado y del otro de la grieta parece haberse abandonado, pero la diferenciación entre un sistema basado en las finanzas y otro en la industrialización debería, al menos, mantener vigencia, de cara a los últimos eventos. La caracterización de capitalismo financiero actual hace referencia a una economía global está basada y controlada por la banca y el entorno financiero mundial. De hecho, muchas industrias pasan a la propiedad y el control de entidades de crédito e inversión.
MÁS INFO
En cuanto a política económica, surgen múltiples productos financieros y medios de pago como elementos de mejora del comercio y la economía internacional y las tasas de interés se sitúan como elementos de vital importancia en los negocios, así como la evolución de los tipos de cambio entre distintas divisas. La crisis que asomó el lunes se basaba en la incertidumbre sobre ambos elementos: el tipo de cambio devaluado del yen, con posibilidad de que Japón suba la tasa de interés para contener una inflación incipiente y una baja el costo del dinero por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos para estimular la economía y evitar la recesión.
Esta contradicción global fue expuesta años atrás por el economista marxista Cédric Durand, profesor a la Universidad París XIII, quien sostiene que se está asistiendo al “fin de la hegemonía financiera”. “Esto se debe a que el retorno de la inflación ha creado una contradicción irresoluble: mientras que continuar con el endurecimiento cuantitativo (reducción de la emisión de dinero) para controlar la inflación pondría fin al apoyo estatal que ha sido esencial para apuntalar el poder financiero, permitir que la inflación continúe también socavaría las finanzas erosionando el valor de los activos y reduciendo los pagos de intereses reales.
La contracara de este endurecimiento monetario es una expansión ilimitada de productos financieros que generan un riesgo adicional: el impago de esos compromisos frente a una economía real que se contrae y no genera los recursos para su cumplimiento. El dogma de la emisión cero se contrapone también a los procesos de crisis financiera, como quedó en claro durante el crac de las hipotecas subprime, en 2008, cuando el gobierno de Cristina Fernández salió a combatir el impacto interno con una batería de medidas de protección a la industria y las fuentes laborales. Seguramente, el discurso de Milei, de no haber sido salvado por el cepo, hubiese sido: “confío en ustedes (refiriéndose al aparato productivo) en que podrán salir de esta situación solos”; algo que se sabe es imposible.
A horas de haber sido salvado por el cepo, los bancos de inversión como JP Morgan y Goldman Sachs señalaban que una baja de la inflación sería un elemento clave para poder pensar en ir sacando las restricciones cambiarias en la Argentina, prometiendo una lluvia de inversiones que terminen con el problema de restricción externa del país. La banca busca, de la mano de su conocido amigo Caputo, profundizar la financiarización de la economía que se retomó con Mauricio Macri como Presidente. "Con la asunción del macrismo se produjo un cambio en el modo de regulación, que presentó características propias de lo que la literatura especializada denomina régimen de acumulación financiarizado o impulsado por las finanzas. Se trató de una financiarización subordinada al ingreso de divisas”, explican en su trabajo los economistas Agustín Montecchia y Sebastián Valdecantos.
MÁS INFO
Tal como sucedió durante la administración PRO, la apuesta a una eventual recuperación de la actividad en el país se buscará sobre el endeudamiento de los hogares. En la primera parte del macrismo –el único año y medio en que no hubo recesión de ese Gobierno—, en la relación salarial, se observa una tendencia hacia la flexibilización y precarización, en donde los ingresos de los asalariados vieron deteriorado su poder de compra, al igual que los haberes de los jubilados y pensionados. “Sin embargo, esta pérdida de poder adquisitivo logró ser compensada, al menos parcialmente, por el endeudamiento de las familias dando lugar a un fuerte crecimiento del consumo durante el 2017 y el primer trimestre de 2018, que permitió el crecimiento del PIB en ese período, configurando un régimen de crecimiento impulsado por las finanzas”, detallan los autores del trabajo.
El desenlace de una economía que se endeuda más allá de sus capacidades y acude al ajuste fiscal para mantener viva la rueda financiera es siempre una crisis de la economía real, a partir de un combo de crecimiento de los compromisos financieros y baja del Producto. En 2015 el macrismo hereda un ratio de deuda externa sobre el Producto del 13,9 por ciento y los lleva por encima del 40 por ciento. Supera el 47 por ciento durante el 2020, por la caída estrepitosa de la actividad que implicó la cuarentena frente a la pandemia de Covid. El gobierno de Milei recibió en diciembre un 30,5 por ciento de deuda/PIB.
La receta libertaria, con cierto consenso por parte de buena parte del arco político que en algún momento se autodefinió como progresista, continúa siendo el ajuste recesivo para generar excedentes con que pagar la deuda, mientras empapela el país de bonos incrementando compromisos futuros. En medio, sigue sin aparecer una propuesta industrial, que permita hacer crecer la economía y mejore la situación de argentinos y argentinas, y dejar de depender de “bolas” de letras y bonos –y eventuales sustitutos—con cada vez mayor riesgo de “default”. De acuerdo con datos del Banco Mundial, el PIB per cápita argentino pasó de 2579 dólares en 2001/2002 a 14.613 dólares para el final del kirchnerismo. El año pasado el país terminó con un PIB per cápita de 13.753 dólares, a lo que se sumará el efecto de la política recesiva impulsada por el gobierno libertario para contentar a los mercados.