El contexto económico del primer peronismo fue el de la posguerra, el de los acuerdos de Breton Woods y los estados de bienestar o benefactores, como se lo quiera traducir. Fue la edad de oro del capitalismo que se expresó en tres décadas de crecimiento sostenido. Por entonces al gran capital, en su competencia contra la amenaza del comunismo, le interesaba mostrar niveles crecientes de bienestar de los trabajadores. Fueron tiempos de movilidad social ascendente y de auge de las clases medias. Y, sobre todo, se trató de un esquema en el que primaba lo que todavía se denomina la “economía real” en contraposición a la financiera. La “doctrina” peronista expresó esta visión con el desprecio a la dimensión puramente financiera, por ejemplo en la guerra contra “los especuladores y agiotistas”.
La llamada “financiarización” es un fenómeno más nuevo que comienza a consolidarse recién en los años ‘70 del siglo pasado. El detonante fue la llamada crisis del petróleo, cuyo disparador fue el aumento del precio de los hidrocarburos que provocó primero, la acumulación de excedentes financieros en los países productores y luego, la valorización de estos excedentes a través de la banca de los países centrales. Unas de las colocaciones de estos excedentes fueron, por ejemplo, las deudas de los países latinoamericanos.
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Existen toneladas de textos económicos que explican estos procesos, pero lo que interesa destacar es que a partir de entonces el peso de los movimientos financieros pasó a ser mucho mayor que el de los flujos reales, fenómeno que se sintetiza con la expresión “financiarización”. Sería absolutamente anacrónico negar la dimensión financiera de la economía ya que, si se excluye el peso actual de los flujos de capitales, la realidad económica resulta simplemente ininteligible.
Sin embargo, no existe cosa tal como una “valorización financiera”. No hace falta ser un marxista ortodoxo para comprender que la única fuente genuina de generación de valor ocurre en el momento de la producción. Si se excluyen a los servicios financieros propiamente dichos, en la dimensión financiera puede haber apropiación de valor, pero no generación. Lo que existe en la realidad es una absoluta imbricación entre la economía financiera y la real. Cualquier inversión real, en sectores productivos, nunca esta separada de la dimensión financiera. Los “mercados” son actores mucho más relevantes hoy de lo que eran en el siglo pasado.
Si bien la globalización comenzó el día que los barcos europeos se hicieron a la mar para “descubrir” el mundo, lo que hoy se conoce como “globalización” es la globalización financiera. Y esta globalización tiene una ideología que se plasmó taxativamente a poco de nacer, en la década de los ’80. Hablamos de las ideas del Consenso de Washington cuyo fin último es la libre movilidad de capitales y de mercancías. Es a este consenso a lo que normalmente se le denomina “neoliberalismo”. Note el lector que se habla de conceptos que ya están por cumplir medio siglo y es probable que, por toda el agua que pasó bajo el puente, necesiten de “actualización doctrinaria”.
Lo que se quiere destacar es que la economía real y la financiera son un todo integrado. Cualquier corriente política que desdeñe el funcionamiento de alguna de las dos dimensiones, está destinada a fracasar, como la historia reciente demostró.
A modo de ejemplo, cuando a comienzos de la segunda década del siglo la corriente nacional popular metió un cepo para no devaluar y comenzó a perder reservas internacionales demostró no comprender en profundidad la dimensión financiera y la importancia de los flujos financieros para la economía real.
En contraposición, cuando la derecha económica gobierna desdeña absolutamente la economía real. Desde la llegada al poder de Javier Milei, además de insultos, solo se escucha hablar de la dimensión financiera. Por ejemplo, del “saneamiento de la hoja de balance” del BCRA (aguanten los contables) en detrimento de la “hoja de balance del Tesoro”, del superávit fiscal, de la inflación, de los puts, de los pasivos remunerados, de los Bopreales y, ahora, de las flamantes LEFI. Pareciera que la economía se volvió materia exclusiva de los brokers más variopintos, y no solo por sesgo ministerial. De lo que casi no se habla, en cambio, es de producción, de trabajo y de salarios. Si desentenderse de la dimensión financiera para empujar de manera no sostenible las variables reales no era el camino, tampoco lo es desentenderse del mundo de la producción.
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Una vez más se buscan soluciones a partir de diagnósticos errados y, en consecuencia, no se resuelven ninguna de las dos dimensiones. Quienes actúan en los mercados saben dos cosas. La primera es que la dimensión financiera es altamente inestable. El gobierno cree que podrá sostener el control de la inflación, aunque pierda reservas internacionales y el cepo continúe inhibiendo la entrada de capitales. Mientras espera aumentan la brecha y el riesgo país.
El esquema es temporalmente insostenible porque las reservas son finitas, de hecho, prácticamente se terminaron, lo que significa que el modelo tiene los días contados. Sólo sobrevive a fuerza de manganetas transitorias, las únicas en las que el ministerio de Economía muestra algún know how. En el camino y para maquillar, se decidió frenar la recomposición de los precios relativos. De nuevo, el gobierno dice tomar medidas financieras para restringir la creación de agregados monetarios, pero al mismo tiempo tiene absolutamente claro que si suelta costos, como el dólar y las tarifas, se transforman inmediatamente en inflación. O sea, no es como dice el dogma libertario que “la inflación es en todo tiempo y lugar un fenómeno monetario”. Los costos mandan, la ley de la gravedad existe.
La segunda certeza de los operadores es la más grave para la vida cotidiana de las personas. Ya nadie espera una recuperación en V, sino que la actual recesión se transforme en depresión. No es casual que se eyecte del consejo de asesores económicos del Presidente a quienes se les escapa la verdad sobre la actividad, que no da señales de recuperación, y sobre la consecuente destrucción de puestos de trabajo. O sea, el Presidente tiene un consejo de asesores económicos que no debaten la coyuntura, con lo que la naturaleza del asesoramiento es un real misterio.-