El 19 y 20 de diciembre son fechas de movilizaciones, pero también que nos movilizan emocionalmente en nuestro país. Se nos confunde quizás la expectativa del cierre del año, la ya corriente pero pesada incertidumbre sobre lo que sucederá el próximo año y la memoria de la angustia sufrida en aquel 2001. En lo personal, recuerdo ese caluroso diciembre en Rosario, alertada por los saqueos y yendo con mi familia a cacerolear al Monumento a la Bandera. Con tan solo 13 años y habiendo experimentado pocos meses de militancia en el centro de estudiantes del Superior de Comercio de Rosario, poco comprendía del modelo económico que nos había llevado hasta allí. Habiendo pasado 22 años de ese trágico momento, y siendo economista hace más de una década, creo haber comprendido mejor ese escenario y pero me surge la pregunta propia del momento: ¿en qué se parece esta nueva “era” que inaugura Javier Milei con el 2001?
Claramente diciembre del 2001 y diciembre del 2023 aparecen como momentos bisagras de la historia. El 2001 puede ser referido como el “fin de una época”: la definitiva crisis del modelo de convertibilidad, la falta de estrategia para salir sin catástrofe, la gente en la calle, la represión y la ineficiencia de la política (lo que cambia a partir del 2003), desempleo superando el 20% y una tasa de informalidad y trabajo no registrado cerca del 50%. En cambio, este diciembre del 2023 aparece como el inicio de una nueva era, que a priori se parece más al comienzo del menemismo que a su final. La evidencia histórica avala la intuición de que un modelo de liberalización de mercado, licuación de tasas de interés, devaluación, endeudamiento y ajuste conlleva al menos a una recesión con aumento del desempleo, la desigualdad y la pobreza. Que, de no arbitrar medidas para impedirlo, puede que nos lleve a una situación semejante a la del 2001.
El 2001 representó un quiebre económico, social, político e institucional que estallaba con la crisis financiera protagonizada por el corralito que limitaba el acceso a los depósitos por la falacia de creer que un peso era equivalente a un dólar. Argentina era una anarquía: cinco presidentes en una semana, represión en la calle y muertos. Hoy, en cambio, acaba de haber elecciones democráticas donde se impuso con una gran mayoría Javier Milei, y cuenta con una estrategia política de acompañamiento de Juntos por el Cambio para garantizar su gobernabilidad.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
En el 2001, la pobreza y el hambre no encontraban piso. Hoy, en cambio, existe un importante entramado de políticas sociales: el Plan Jefes y Jefas de Hogar desocupados (PJYJHD) se crea en el 2002, resultado del Diálogo Argentino que conduce el PNUD y la Iglesia frente al descalabro del 2001, y la Asignación Universal por Hijo que se crea en el 2009, gracias a la estatización del sistema jubilatorio (eliminación de las AFJP) y fortalecimiento de la ANSES. Hoy la Argentina cuenta con ese extenso sistema de protección social, combinado con una cobertura del derecho a las jubilaciones que cubre a más de 7,5 millones de personas y más de 4,2 millones de niños y niñas cobran la AUH. Sin embargo, y contradictoriamente, estos programas parecen no alcanzar frente a una galopante inflación, que licúa los ingresos de la población día a día.
Aquí quizás empiezan los círculos de la historia o la paradoja: la convertibilidad fue creada para combatir, reducir la hiperinflación del gobierno de Alfonsín a principios del menemismo, y hoy Milei propone una dolarización frente a la hiper que el mismo parece estar fogoneando, luego de años sin resolver de cuajo este problema estructural. Pero, ¿fue eficaz el 1 a 1? Efectivamente, redujo la inflación. Pero el ancla nominal de 1 a 1 para acabar con la inflación requería de dólares nuevos que entraran a acompañar esa apreciación cambiaria, que se consiguieron primero con privatizaciones de empresas del Estado y luego con endeudamiento. El cocktail explosivo que fue acompañado de la liberalización financiera acabó con el anhelo de la industria nacional y produjo desempleo masivo, el crecimiento de la informalidad, de la desigualdad y finalmente el estallido social- centralmente por hambre y desesperación. Claro que podemos estar de acuerdo que el síntoma de la inflación debe ser una prioridad para cualquier gobierno, pero cómo y a qué costo.
Parece que nuevamente se utiliza a la inflación para imponer un programa económico de liberalización financiera, achicamiento del estado, endeudamiento externo que permitirá la concentración de la riqueza en pocas manos, la fuga de capitales, y el empeoramiento de las condiciones estructurales que hacen de nuestro país una montaña rusa de crisis económicas.
Las recientes medidas de devaluación que coloca el tipo de cambio en el nivel más alto después de la salida de la Convertibilidad, la eliminación de los subsidios (y dolarización de las tarifas consecuentemente) y eliminación de controles de precios, son medidas totalmente regresivas que licúan los ingresos en pesos de toda la población. Una vez más nos explican que la eliminación del déficit fiscal y la no emisión por parte del Banco Central, van a controlar la inflación, mientras que en realidad la única ancla de este shock son los salarios reales, que deben mantenerse bien bajos para no alimenta nuevamente el aumento de precios. Hasta ahora, parece que el ajuste lo paga la gente.
A pocos días de asumido el nuevo gobierno, la sociedad comienza a reaccionar, los gremios, los movimientos sociales, organizaciones políticas, gobernadores y provincias, e incluso algunas organizaciones empresarias, porque esperaban medidas diferentes, sobre todo en impuestos y gravámenes. Estamos a tiempo de impedir un estallido social. Pueden cumplirse las promesas de reducción de la inflación y mejorar calidad de vida, pero para eso se debe estabilizar la macroeconomía permitiendo el crecimiento, la producción y la generación de empleo.
Una vez más, estamos subidos a la montaña rusa de la M, de Menem, de Macri y ahora de Milei, pero aún estamos a tiempo de no terminar en otro 2001.