Tal vez no se trate solo y exclusivamente de Maradona. Quizá exista una conexión más profunda entre dos puertos tan lejanos y tan parecidos como Nápoles y Buenos Aires. Una empatía, un destino común, del cual el Diego haya sido cósmico mensajero. Una misma manera de vivir, sufrir y esperar, en el sentido de aguardar, pero también de desear. Una misma predisposición para interpretar sueños y fechas como si fueran señales y premoniciones. No será un caso que en las quinielas de Buenos Aires encontramos las mismas figuras de la Smorfia napolitana, la antigua cábala que asocia quimeras y números de la lotería. Un diccionario en el cual Maradona era indicado con el número 43, producto de la suma entre el numero 42 (el jugador de fútbol) y el número 1: Dios. Corría el año 1987 y el primer histórico Scudetto del Napoli llegaba -igual que hoy- después de un Mundial ganado por Argentina. Para los más escépticos: el 16 de mayo de 1987 (6 días después del decisivo empate con la Fiorentina de Roberto Baggio) en la lotería de Napoli salían el 43 y el 61, el número de años que Napoli tuvo que esperar, desde su fundación, para salir campeón por primera vez. El segundo y último título -hasta ahora- llegaría el 29 de abril de 1990. Una pasión durada 33 años. Los años de Cristo, siempre según la Smorfia.
Hoy la historia se repite: luego de la tercera copa del mundo de Argentina -la primera sin Diego- llega la tercera vuelta del Napoli. Desde la reanudación post Qatar de la Serie A, en ese estadio que hasta el 25 de noviembre de 2020 se llamó San Paolo, se puede escuchar la inconfundible e inmortal “Muchachos”. Con el texto reformulado en italiano y adaptado a las odiseas sufridas por el club en los últimos veinte años: deudas, descensos, quiebras. De hecho, es en el áspero limbo de la Serie C 2005/06 que la mítica dorsal numero 10 -hoy retirada- aparece por última vez en la cancha: se la pone el delantero Roberto Sosa, bandera de Gimnasia y Esgrima de La Plata, el lugar donde el corazón del Diego hoy reposa bajo formol. Luego de marcar un gol pícaro y algo maradoniano, el Pampa, como lo llaman, esconde la cara en la camiseta y estalla en lágrimas. Las efemérides nos persiguen: ese día, también, es un 30 de abril.
Desde la conclusión del Mundial en Qatar, todo en Nápoles fue más intenso, más místico, más cabulero. Cada coincidencia con el pasado -de buen o mal agüero- fue recibida con una indiferencia sospechosa, recargada de superstición. Tal vez porqué, como dijo alguna vez el dramaturgo napolitano Eduardo De Filippo, «ser supersticiosos es de ignorantes, pero no serlo puede traer mala suerte». Ejemplo de coincidencia “buena”: como en 1987, el año del primer título, luego de un Mundial ganado por Argentina un club chiquito como Cremonese alcanza insólitamente la semifinal de la Copa Italia. Ejemplos de malas señales: como en el maldito 1988, año de la ardiente derrota final con el Milan de Ruud Gullit y Arrigo Sacchi, el Napoli arranca el año nuevo perdiendo 1-0 de visitante en el estadio de San Siro. En esta dudosa trama de números y fechas, un triunfo rotundo tampoco alcanza para despertar buenas vibraciones: el 13 de enero de 2023, en su primer partido de local después de Qatar, Napoli golea por 5-1 a la odiada Juventus. Un baile memorable, cuyo único antecedente es la final de Supercopa Italiana de 1990, otro 5-1, justamente con la Juve: desgraciadamente, aquel primer partido jugado por Diego en Nápoles luego del Mundial se revela un espejismo, un engaño. Pocos meses después Diego deja la ciudad para siempre, de noche, casi a escondidas. Para el futbol italiano es el fin de una época: el torneo 1990/91, ganado por Sampdoria, es básicamente el último en el cual no triunfa un club de Milán o Turín. Los dos centros de poder que desde entonces se reparten 29 de los 31 campeonatos disputados, con la llamativa excepción de los títulos que Lazio y Roma se llevan en el bienio del último Jubileo católico (1999/2001).
En esta óptica, el Scudetto del Napoli adquiere un valor diferente: como remarca el periodista partenopeo Angelo Carotenuto, creador de la newsletter Lo Slalom, sería desde la temporada 1984/85 que Juve, Milan o Inter no terminan ocupando uno de los primeros dos escalones del podio. Para encontrar una tabla de Serie A en la cual ninguno de ellos aparezca en los primeros tres lugares, en cambio, hay que remontarse hasta el lejano 1942. «Que se trate de una nueva etapa de reescritura de las jerarquías del calcio italiano, o de un simple paréntesis, lo entenderemos más adelante. Pero la novedad es que, debido a sus condiciones financieras, rivales directos como Milan, Inter o Juve ahora no pueden comprar ninguno de los campeones de Napoli, y esto nunca pasó antes». Probablemente, el ejemplo más vivo en la memoria de los hinchas napolitanos siga siendo el de traidor Gonzalo Higuain, pasado a la Juve en julio de 2016 por 90 millones de euro, cifra superada dos años después para fichar a Cristiano Ronaldo.
Refiriéndose a las 17 nacionalidades presentes en el plantel, el periodista argentino Roberto Parrottino definió a Napoli como «un equipo de idiosincrasia multicultural, carismático y tercermundista». Un vestuario donde la baja de algunos referentes históricos como Kalidou Koulibaly, Lorenzo Insigne e Dries Mertens, fue compensada por la incorporación de varios jóvenes talentos extranjeros semidesconocidos: el nigeriano Victor Osimhen, hoy paragonado a los cracs de Premier League Harry Kane y Erwing Haaland, el coreano Kim Min-jae, el eslovaco Stanislav Lobotka y el muy atrevido georgiano Khvicha Kvaratskhelia, prontamente rebautizado Kvaradona. Las clásicas piedras en bruto, a menudo descubiertas en ligas periféricas por un joven director deportivo como Cristiano Giuntoli, exfutbolista en series menores, y luego pulidas y moldeadas por un técnico como Luciano Spalletti. Resultado: contra todo pronóstico, un torneo dominado de principio a fin, mostrando probablemente el mejor juego de la liga. Un 2022 terminado en lo más alto de la tabla, con una ventaja aumentada y consolidada luego del Mundial en Qatar. Una interrupción, esta, que muy curiosamente, según la gran mayoría de los medios italianos, tenía que provocar la previsible e inevitable crisis del equipo del Sur de Italia. Que le vamos a hacer, parecían decir (sin decirlo) los grandes diarios de Milán, Turín y Roma. Al fin y al cabo, Napoli es un lugar de gente latina -ustedes entienden- supersticiosa, eufórica, melodramática. Exagerada. Que se entusiasma con poco, y que por poco después se deprime. Lugares lindos, sin duda, pero donde falta la seriedad, la perseverancia y la cultura del trabajo típica del Norte. Lugares donde sobran sueños, agregamos nosotros. Y por cada sueño, ya saben, una smorfia