Más allá de las banderas en el desfile inaugural en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 y de la representación para cada país, existe un equipo que tiene más de 80 millones de personas en la misma situación: el equipo olímpico de refugiados.
En 2015 el Comité Olímpico tomó la decisión, ante la crisis global, la creación de un equipo olímpico de refugiados. Todos aquellos que, por alguna razón, tuvieron que abandonar su país por persecución, por hambre o por una guerra. El último viernes, en la ceremonia inaugural, una bandera volvió a sorprender al mundo. Se trató de la bandera olímpica que tenía un equipo que no solo incluía una nacionalidad, sino a varias y que cada uno de ellos tenía una historia diferente detrás.
En total son 29 los atletas que componen el equipo olímpico de refugiados en doce disciplinas distintas. Originarios de Etiopia, Sudán del Sur, República Democráatica del Congo, Irán y Siria, por ejemplo, fueron algunos países que tuvieron representación. Los abanderados en Tokio fueron dos: Yusra Maldini, de Siria, y Tachlowini Gabriyesos. Dos historias diferentes con dos realidades similares.
La historia de los abanderados del equipo de refugiados
El caso de Maldini
En el caso de Maldini, que ya culminó su tarea en Tokio, fue la primera atleta olímpica en llevar esta bandera y en competir bajo estos colores. Fue en Río 2016. Mucho antes de eso, Maldini llegó a Alemania luego de un largo periplo desde su Damasco natal. Se fue de esa ciudad a través del Libano y Turquía. Allí, junto con otros en su misma condición, tomó un bote para tratar de llegar a Grecia.
En el medio del camino, la embarcación se quedó sin motor ante las grandes olas del mar. Así fue como ella, junto a su hermana y otras personas, se tiraron a las aguas, nadaron y por tres horas empujaron el barco. Salvó a otros veinte refugiados de la muerte: llegó a Lesbos, en Grecia. Una de las ciudades que más acoge personas desplazadas, pero finalmente tuvo que irse a otro país por el endurecimiento de las políticas antimigrantes. Ya en Alemania comenzó a entrenar y, finalmente, compitió en los Juegos.
El caso de Gabriyesos
Otra historia es la de Tachlowini Gabriyesos. Al igual que Maldini también fue abanderado, pero él no huyó por mar. Lo hizo por el desierto. En una entrevista que brindó al portal "Haaretz", el maratonista contó que se escapó de Eritrea a los 12 años. No se fue solo sino que su familia lo acompañó. Se fueron de forma ilegal, con un hombre que transportaba desplazados.
Tuvieron que pagar casi mil dólares para que los guíe, junto a otras 62 personas, por el medio del desierto. Gabriyesos caminó durante día y noche. En una de esas jornadas se durmió y cuando despertó a la mañana siguiente vio que estaba al lado de un cadáver. De los más de 60 que caminaron por el desierto y que cruzaron Sudan y Egipto para llegar a Israel solo quedaron 32. Ahora espera su turno para participar en Maratón, la última prueba del olimpismo.
Más allá de los abanderados, también hay atletas que encontraron una revancha. Kimia Alizadeh fue una heroína nacional en 2016. Se convirtió en la primera atleta mujer de Irán en ganar una medalla olímpica. Tuvo bronce en taekwondo. Sin embargo, el año pasado fue noticia por desertar de su país. Abandonó Irán y lanzó: “En estos últimos años jugaron conmigo como quisieron, se aprovecharon de mis logros y atribuyeron mis medallas al velo obligatorio”. Esos comentarios hicieron que comenzara una persecución dentro de su país y, finalmente, abandonó esa nación para quedarse, definitivamente, en Europa.
Un año después de esa decisión, Alizadeh participó de los Juegos. El sorteo marcó que su primera pelea fuera contra Nahid Kiyani, justamente, de Irán. En esa batalla, ella finalmente se presentó sin velo mientras que Kiyani lo tenía puesto.