Si River cambia y mejora su juego discreto de los últimos tiempos, mañana podría revertir ante Atlético Mineiro el 0-3 de la ida, es cierto, puede suceder todo en el fútbol. Pero, por mucho infierno y banderazo que produzcan sus hinchas en el Monumental, no parece un escenario fácil para un equipo que, desde la vuelta de Marcelo Gallardo, sumó apenas 13 de 30 puntos posibles en Liga local y al que le está costando demasiado el gol y precisa anotar cuatro el martes. Si River en cambio no reacciona, esta semana estaríamos definiendo entonces una final de Copa Libertadores otra vez enteramente brasileña. Por un lado, el Mineiro de Gabi Milito. Y, del otro lado, mucho más probable, el Botafogo del DT portugués Artur Jorge, que aplastó en la ida 5-0 a Peñarol y llega agrandado a la revancha del miércoles en Montevideo, porque además sigue como firme líder del Brasileirao.
De ser así, estaríamos ante la cuarta final enteramente brasileña de las últimas seis ediciones de la Libertadores. Y, además, la sexta Libertadores que terminaría en manos de Brasil. Un dominio inédito en la historia de la Copa. Más aún cuando, a nivel de selecciones, Brasil está en crisis, y por eso aguarda con mucha expectativa que Vinicius Jr gane hoy el Balón de Oro en París. Es un contraste fuerte con Argentina, campeón mundial, bicampeón de la Copa América y número uno en el ranking de la FIFA desde hace más de quinientos días.
La pregunta, entonces, asoma inevitable. ¿Por qué los equipos brasileños aparecen tan superiores? Y, para ser directos, pasemos rápidamente al punto en cuestión: ¿será porque los clubes brasileños, a diferencia de los nuestros, aceptan las Sociedades Anónimas (SAF, como le dicen allí)?
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“El bombardeo mediático y político será implacable: o aceptamos el ingreso de las SAD o seremos derrotados por los brasileños, por siempre jamás”, graficó el futuro que nos aguarda el investigador Pablo Alabarces en el diarioar, tras participar estos días en un simposio en San Pablo que discutió sobre fútbol, “los estadios que lo albergan, las ciudades que se representan, las memorias que protegen, las hinchadas que las fabrican y reproducen”.
Vivimos tiempos de blanco/negro, difíciles para el análisis. Pensar, por ejemplo, como también recuerda Alabarces, que nuestros clubes centenarios Asociaciones Civiles tienen una historia de vínculos con su gente completamente distinta de los brasileños, muchos de cuyos hinchas, como me ironizó ayer un colega desde San Pablo, “tal vez ni siquiera saben qué es una SAF o una SAD”. Allá es un vínculo mucho más futbolero, el equipo más que un club. Aquí excede al fútbol.
Tampoco es cierto que, si copiáramos el modelo de Clubes Sociedades Anónimas, evitaríamos por fin el éxodo temprano de nuestros mejores jugadores. Hay una lista fácil de pibes que siguen partido rápido en Brasil y que desmiente esa afirmación que, sin embargo, siguen pronunciando aquí los impulsores de las SAD. Y tampoco es cierto que, con las SAD, tendríamos un fútbol menos condicionado por la violencia de las barras. Ayer mismo, fanáticos de Palmeiras emboscaron a los de Cruzeiro. “Mancha Verde” vs “Mafia Azul”. Un muerto, heridos, falla policial, el debate de siempre. Allá y aquí.
Es cierto, el poder económico del fútbol brasileño es mucho mayor. Las SAF lo potenciaron. Impensable entre nosotros un fichaje como el del neerlandés Memhis Depay, con un salario de 13 millones de dólares para un contrato de 18 meses y en un equipo (Corinthians) que corre riesgo de descender. Y cuyo patrocinador central es una casa de apuestas bajo investigación judicial, en un gobierno que avisa medidas enérgicas, desbordado por el drama social que, también sucede aquí, están provocando las apuestas.
Lo único que sí es claramente distinto es el campeonato. En Brasil veinte equipos y cuatro descensos. Competencia dura y pura. Aquí veintiocho equipos (treinta el año próximo), y con descensos anulados a diez fechas de que termine el campeonato. Ni menciono errores o sospechas arbitrales porque eso, lamentablemente, sucede en casi todas las Ligas. Pero el nuestro termina siendo un campeonato cada vez más difícil de “vender” y esto no se explica solamente por la lógica histórica de que Brasil es un mercado mayor.
Y un dato último: la intensa vida asociativa de nuestros clubes los convierte también en actores políticos. Es un detalle, no pequeño, que será omitido en medio de tantos números y comparaciones que surgirán en el debate que se nos viene. Todos, entonces, hacen política. Desde el presidente de Talleres Andrés Fassi cuando visita al presidente Javier Milei en la Casa Rosada, hasta la AFA cuando celebra su Asamblea un 17 de octubre y, en medio de la batalla, suma más clubes y más votos y se fortalece políticamente para resistir la injerencia vía decretos del gobierno, aunque sepa que un campeonato de treinta equipos, los no descensos, dañen la calidad de la competencia.