El fútbol femenino, entre la desidia y el ajuste: problemas, destratos y viáticos que no alcanzan

El fútbol femenino sufre violencias y destratos que, entre otras cosas, hacen mucho más complicada la actividad. 

11 de junio, 2024 | 08.22

El mítico Estadio San Mamés, en Bilbao, fue el pasado sábado 25 de mayo escenario de la vigésimo tercera final de la Champions League del fútbol femenino. El evento, que congregó a más de 50.000 espectadores (50.827 con exactitud, una marca histórica para la competencia), fue protagonizado por el Barcelona y Olympique de Lyon, dos equipos con mucha historia en el certamen: se cruzaron en cuatro ocasiones, dos de ellas en el partido decisorio, y en todas salió vencedor el conjunto francés. Este año, sin embargo, la racha se rompió y fueron las catalanas quienes se alzaron con el trofeo tras imponerse por 2 a 0 con goles de Aitana Bonmatí y Alexia Putellas ambas ganadoras del Balón de Oro. De esta manera, el 'Blaugrana' le puso el broche a una temporada perfecta en la que ganó también La Liga F, la Supercopa y la Copa de la Reina; por todos estos logros, sumó a sus arcas cerca de dos millones de euros entre premios y compensaciones por derechos televisivos.

Estadios llenos con récords de asistentes, ventas de camisetas, ingresos de millones de euros... ¿Es realmente todo tan bueno? La respuesta es no: si bien el Barcelona es, junto con el Real Madrid y el Atlético de Madrid, uno de los clubes mejores pagos de la Liga F, la realidad de las 13 escuadras restantes dista enormemente de esa situación. A la enorme brecha con el fútbol masculino (el sueldo mínimo en La Liga es diez veces mayor que en La Liga F), se le suma la diferencia entre las futbolistas mejores pagas (como Putellas, cuyo salario ronda los 350.000 euros anuales) y las 130 jugadoras (un 35% del total en el ámbito español) que no superan los 23.000 euros. Esta historia de reclamos en pos de mejores condiciones de trabajo tiene ecos en distintos rincones del mundo; Argentina es uno de esos lugares en los que esta lucha, a pesar de los "compromisos" anunciados hace ya un tiempo, está más vigente que nunca.

Trabajar para jugar, jugar para vivir: la realidad del fútbol femenino en Argentina

Cinco años, dos meses y trece días pasaron desde la conferencia de prensa que Claudio Tapia, presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, anunció la creación de la Liga Profesional de Fútbol Femenino acompañado por las capitanas de los clubes. Casi un año antes, en abril de 2018, las jugadoras de la Selección posaron con una mano alrededor de su oreja, a lo 'Topogigio', reclamando condiciones básicas para entrenar luego de años de destratos; en enero de 2019, un mes y medio antes del anuncio, Macarena Sánchez intimó a la UAI Urquiza y a la AFA a regularizar su relación laboral como jugadora, puntapié inicial para el inicio de la profesionalización del fútbol femenino en nuestro país. Y en cinco años, dos meses y trece días poco ha cambiado: la paga de una futbolista, equivalente al de un par masculino que disputa la Primera C, se encuentra por debajo del salario mínimo. Desarrollo de la disciplina en las provincias, crecimiento profesional, más y mejores contratos... Promesas que siguen siéndolo en un "semiprofesionalismo" del que cada vez parece más difícil salir.

Y si ya con las jugadoras de Primera A la situación es crítica, es aún más cruda en el ascenso: "Nosotras no tenemos un contrato que cubra las necesidades básicas, a veces todo aumenta menos lo que ganás, y se hace bastante difícil. Yo, personalmente, tuve que cambiar de trabajo y poder buscar otro que me genere más ingreso porque no llegaba ni al 20 de cada mes". Rocío Iuzzolino, actual jugadora de Vélez Sarsfield que escolta al líder Talleres de Córdoba en la Zona A de la segunda división, expone las dificultades de cumplir las exigencias de un fútbol cada vez más profesional en el nivel pero con escaso apoyo económico: "Me alcanza para vivir, pero la realidad es que no me sobra. Hoy por hoy, si querés comprarte un par de botines o indumentaria, tenés que hacerlo en cuotas, pedir prestado o comprar una marca que no sabes cuánto te va a durar".

En un contexto signado por la acelerada pérdida del poder adquisitivo de la población y la desesperación por llegar a fin de mes, pensar en realizar un deporte mal remunerado (o, incluso, no remunerado en lo absoluto) se vuelve casi una utopía: "De a poco la situación económica cada vez complica más la posibilidad de que se pueda seguir sosteniendo (entrenar en el club) y que muy pocas piensen en sumarse. Hay una tendencia de elegir club prácticamente solo por la distancia, ya que ese gasto es el que implica poder o no realizar la práctica", explica Yanina Capdepón, defensora central de Nueva Chicago que disputa la Primera C. Algunas jugadoras deben abordar hasta tres transportes para llegar a los predios y entrenan cuatro o cinco veces por semana; con las tarifas de los transportes que aumentaron exponencialmente en estos últimos meses resulta imposible mantenerse en la actividad sin tener los viáticos cubiertos.

El único sostén que encuentran las futbolistas es en los clubes: "El ambiente, las jugadoras, la profesionalidad de Micky (Miriam Sueldo, directora técnica del 'Torito') y su CT, el trato, las acciones que muestran la importancia que tenemos para el club como tener un almuerzo o desayuno antes de cada partido... Son de esas situaciones que pensaba que solo se podían vivir en los equipos grandes de la Primera A del femenino y alguno de la Primera B, pero en Chicago nos tratan de la misma manera y hasta diría que mejor que en la mayoría de los clubes", comenta Capdepón. Iuzzolino añade que el 'Fortín' posibilita que "la mayoría tenga un viático" junto con las instalaciones necesarias para entrenar: "Tenemos siempre disponibilidad del campo de juego; además tenemos dos gimnasios a disposición y un espacio de kinesiología para recuperarnos de las lesiones". Bárbara Torres, arquera de All Boys (Primera B), coincide en que el cambio tiene que llegar desde más arriba: "Es una cuestión de voluntad de AFA, no tanto de los dirigentes de los clubes".

Sanguchitos de fiambre y promesas incumplidas: el futuro de la Selección Argentina

¿Qué expectativas de crecimiento puede tener una jugadora en el ámbito del fútbol local al ver que hasta en la Selección Argentina se vulneran las condiciones más básicas para practicar el deporte de manera profesional? ¿Cómo puede ilusionarse una chica que recién comienza su camino en un club con vestir la camiseta albiceleste si los dirigentes no garantizan viáticos o una comida decente para entrenar? Las renuncias de Lorena Benítez, Julieta Cruz, Laurina Oliveros y Eliana Stábile son apenas un síntoma de una problemática más profunda: la falta de un plan estructural de inversión y desarrollo del fútbol femenino en nuestro país. La distancia respecto de combinados europeos (y, sin ir más lejos, también de naciones vecinas como Brasil o Colombia) se agranda cada vez más; la negligencia de brindar un espacio en el que las jugadoras puedan desarrollarse expande una grieta que se refleja en los resultados deportivos.

"Me he cansado un poco de pelear": las palabras de Estefanía Banini tras anunciar su retiro de la Selección luego del Mundial disputado en Nueva Zelanda en 2023 sintetizan el sentimiento de tantas otras que buscaron cambiar estructuras y se encontraron con promesas vacías. Ahora fueron cuatro las futbolistas, varias con experiencia mundialista, que le cerraron la puerta al combinado que dirige Germán Portanova: "¿Mi deseo para este año y los que siguen? Que las generaciones que vienen puedan disfrutar y ser felices corriendo atrás de la redonda, como quizás en algún momento lo fuimos nosotras", publicó Oliveros, quien viste la celeste y blanca desde el año 2009 cuando estaba en la Sub 17. Esa es la gran cuestión a resolver: sin la inversión y el trabajo necesario, ser convocada para representar a la Argentina en el futuro dejará de ser un sueño y se convertirá en una carga.

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