Durante los últimos dos años, desde aquel trágico 18 de enero de 2020, el rugby ha estado en el foco de atención de gran parte de la sociedad y en la cobertura de los medios, por el asesinato de Fernando Báez Sosa que involucró a un grupo de jugadores del Náutico Arsenal Zárate Rugby. La tendencia a la simplificación, la indignación creciente y la necesidad de dar respuestas reforzó que el deporte todo quedara asociado a un crimen paradigmático. Pero por detrás de ese mundo hoy cuestionado y entre las grietas del poder de instituciones cómplices de las violencias, existen personas y proyectos que se corrieron y pregonan por un rugby diferente, con las mismas reglas adentro de la cancha, pero diferentes visiones humanas, una práctica deportiva que se compromete con el respeto y la no violencia.
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“La idea es construir un deporte que sea para todes, que no sea un privilegio”
Ciervos Pampas nació en 2012 y es el primer club de rugby de diversidad sexual de América Latina. Originalmente buscaba ser un espacio de contención y además brindaba la posibilidad concreta de hacer una actividad física en el marco de la Asociación Deportiva Amateur por la Inclusión (Adapli). Con el tiempo el grupo se independizó, en 2014 comenzó a competir oficialmente y abrieron la convocatoria para ampliar el equipo. Hoy, a 10 años de su origen, está formado por 35 personas, en su mayoría varones cis homosexuales, aunque también participan heterosexuales y no binarios. La historia de este equipo hizo que traspasaran los límites de la cancha para comprometerse afuera con un proceso de inclusión social y la lucha por el derecho al deporte.
Caio Varela (49) es brasilero, exjugador de Ciervos y actualmente Presidente. Cuenta que tuvo que colgar los botines por un problema en las cervicales pero todavía recuerda con emoción su último partido en 2019 en San Pablo, cuando viajaron al país carioca para formar parte de la marcha del orgullo y disputaron su primer partido internacional frente al primer equipo de rugby LGBT de Brasil. El exjugador destaca que el punto clave de Ciervos es ocupar y disputar la cancha, competir de igual a igual, pelear por el espacio, y jugar al mismo deporte, pero ampliando la perspectiva.
La práctica deportiva se complementa con la militancia social: “Nos dimos cuenta que necesitábamos crear otras actividades que no eran solo lo deportivo, no era solo un equipo de varones gays. Nuestra misión es la de establecer o fomentar una perspectiva de diversidad de género en el deporte. Y para eso necesitábamos formarnos”. Para ello han puesto en marcha un espacio de reflexión y educación popular llamado “Escuela de formación en Derechos Humanos” donde se articulan temas vinculados al género, la diversidad y problemáticas como la violencia y la discriminación. Además en 2020 organizaron el evento “Tacleando a la LGBTfobia”, en el Centro Universitario de La Plata, del que participaron más de 800 personas de algunos clubes históricos, planteles juveniles y femeninos.
“Es difícil hablar de una cultura del rugby porque hay matices. Yo creo que todos los espacios colectivos organizados que se mantienen a largo plazo van a generar algún tipo de cultura, institucional, organizativa e identitaria. Sin embargo creo que esa cultura esta en tensión y deconstrucción, que es lo que hacemos en Ciervos, desde lo simbólico y lo concreto al ocupar las canchas con las medias y colores del orgullo, y dar la disputa en el juego", expresa Varela. Y agrega: "Sí hay algunas cuestiones que están establecidas desde una perspectiva de clase y género, de naturalización de algunas violencias. Nosotros no somos parte de ese deporte hegemónico, es lo que venimos a cuestionar. Pero también queremos construir nuestro tipo de rugby”.
Acerca de los mandatos de masculinidad y cómo se aprehenden en los ámbitos de socialización, Caio revela que todavía se manifiestan en el equipo: “Nosotros a veces lo hacemos de manera inconsciente, está en los mandatos aprehendidos, en las formas de levante, de socialización, de crear los modus operandi. Por eso estamos tratando de deconstruir, romper y proponer otras formas de masculinidad distintas que sean posibles, pensadas, entendiendo que la diversidad de las expresiones, las formas y de los cuerpos es algo espectacular”. La contracara son las características positivas del rugby como “el compañerismo, la camaradería en el sentido del apoyo y la amistad, la creación de un espacio identitario, un lugar para sentirse parte. Si esos espacios se arman desde la no violencia y la no discriminación esta buenísimo”.
Los conflictos humanos al interior se resuelven de forma democrática y colectiva, y en ese sentido han elaborado un protocolo para casos de acosos sexual, violencia y discriminación adentro del equipo: “Nosotros estamos todos caminando para el mismo lado, una lucha que es colectiva, aunque nos interpela de forma individual desde nuestras identidades y miradas sobre el mundo. Tratamos de entender que lo más importante que hay en el juego es proteger a tu compañero pero obviamente es también hablar de los problemas, de los errores, de las cagadas históricas que nos hemos mandado a partir del patriarcado, que nos incluye también a los varones gays. Tal es así que escribimos un protocolo sobre situaciones de violencia, discriminación, y acoso porque nadie está exento de caer en estas prácticas y estas lógicas”.
Acerca la reacción de la UAR, luego del asesinato de Fernando Baez Sosa, el presidente de Ciervos entiende que la Unión tomó “una postura equivocada” al no hablar de asesinato sino de “muerte”, negando la responsabilidad de los acusados, y sobre la reacción de algunos dirigentes critica un postura de alguna manera cómplice al “no hablar o no meterse”. “Yo no conozco ningún espacio deportivo que institucionalmente habilite la discriminación y la violencia, pero eso no significa que no hayan acciones concretas que discriminen y excluyan”, advierte.
A pesar del panorama complicado para avanzar en un proceso de transformación Caio es optimista: “Estamos acá para construir nuevas perspectivas, sumar esfuerzos y juntar gente. En Ciervos Pampas vamos a seguir provocando, ocupando, resistiendo y transformando desde este rincón el deporte que tanto amamos. Es político, es ideológico, pero sobre todo pasa por el amor, la idea de construir un deporte que sea un deporte para todes, que no sea un privilegio”.
“Nosotras construimos identidad de otra manera”
El rugby femenino existe en Argentina hace varias décadas y ha crecido más de 121% en los últimos 5 años. Actualmente, según cifras oficiales, en la competencia participan más de 6000 mujeres de todo el país. No obstante, es una práctica totalmente invisibilizada que no tiene cobertura en los medios y no cuenta con el acompañamiento institucional necesario, ya sea económico como programático, de la UAR o los clubes de elite para crecer, desarrollarse y alcanzar un nivel competitivo a nivel internacional.
Cecilia Di Costanzo es exjugadora del Club Centro Naval, donde ganó los torneos de URBA en 2011, 2012, y 2014, y al presente se desempeña como entrenadora de la categoría femenina del Club Atlético Chascomús, ciudad donde vive. La Tana, como le dicen sus conocidos, cuenta que es un deporte que siempre la atrajo por su complejidad y que empezó a buscar equipos, con mucha dificultad, en 2007 cuando Los Pumas salieron terceros en el Mundial de Francia. Lo primero que señala es que le parece incorrecta e incómoda la denominación de rugby femenino porque “el juego es uno solo, es el mismo para todo el mundo”.
A nivel internacional es un deporte en crecimiento y está muy desarrollado en países líderes como Inglaterra, Francia, Nueva Zelanda, Australia, Canadá, Estados Unidos, y a nivel regional en Brasil y Colombia. Según relata Cecilia, desde la unión internacional existe voluntad y un “plan estratégico para que las mujeres puedan avanzar no solamente en el juego, sino en el acceso al juego, y después a nivel personal y profesional si quieren continuar como entrenadoras o dirigentas”. En 2022 se realizaron la Copa del Mundo Seven y la Copa del Mundo de 15 para la categoría, eventos deportivos que cada vez despiertan mayor interés.
En Argentina, por el contrario, el crecimiento existe pero a un ritmo mucho más lento: “Acá todavía es muy a pulmón. Las yaguareté (Selección femenina de Rugby) no pueden dar ese golpe de impacto y eso cada vez es más difícil porque se perdió mucho tiempo en el desarrollo de la categoría. Hubo muchos años de desinterés y el costo se está pagando ahora. Falta difusión desde las Uniones y falta un compromiso genuino para que se desarrolle la categoría”.
La exjugadora concibe que gran parte de los obstáculos para profesionalizar la práctica provienen de los mismos clubes que conforman la UAR: “En la Unión te dicen que los clubes no quieren y nosotros no podemos obligarlos. Pero las uniones en realidad la conforman los clubes. Es un círculo vicioso del que no se puede salir”. En general, los que más reniegan de la categoría son los espacios tradicionales que, al mismo tiempo, manejan mayor poder político y económico para tomar las decisiones relevantes.
Los recursos con los que cuentan los equipos femeninos son proporcionales a los planteles, que suelen ser reducidos. Por eso terminan entrenando en condiciones desventajosas, sin materiales o la infraestructura necesaria. A eso se suma que generalmente las categorías femeninas se desarrollan en instituciones chicas, de segunda o tercera categoría, que ya de por si tienen limitaciones estructurales: “No es lo mismo lo que te pueda aportar en el desarrollo de una categoría un club que ya tiene una estructura consolidada o está en un nivel competitivo de elite semiprofesional”.
Cecilia analiza que la situación limitante del deporte esta atravesada históricamente por cuestiones de género ya que los clubes de rugby fueron pensados por y para varones, y funcionan como espacios de socialización masculina: “El mandato de la masculinidad está presente y atraviesa todas las prácticas sociales en la cultura del rugby, en los rituales o en esas tradiciones tan cerradas y características del deporte. De hecho todavía hay clubes dónde hay áreas exclusivas para varones en las que está prohibido el ingreso de mujeres, y eso se mantiene al abrigo de las tradiciones”.
Al mismo tiempo desentraña cómo se imprimen en estas instituciones los modelos binarios históricamente construidos: “El rugby está categorizado socialmente como un deporte violento y nada que tenga que ver con la violencia está permitido para nosotras. Sí se permite que la ejerzan sobre nosotras, pero que nosotras ejerzamos violencia sobre los demás no está bien visto. Más allá de que el deporte obviamente no es violento, sino que requiere cierta agresividad, no nos está permitido a nosotras. Requiere de fuerza, de agresividad, de coraje, y esas siempre fueron características asociadas al género masculino”.
Desde la infancia a las mujeres se las incentiva a jugar y moverse en entornos domésticos y seguros, como el juego de la cocinita o las muñecas, espacios donde el cuerpo limita su libertad de acción y movimiento: “Cuando queremos jugar al rugby nos damos cuenta, por ejemplo, que no sabemos ni siquiera cómo caer al piso, porque nunca tuvimos contacto con el piso. Esas son las dificultades que puede llegar a presentar el género y que tienen que ver con el aprendizaje de aptitudes físicas”. Tal es la influencia cultural de los modelos hegemónicos que son las propias mujeres las que desestiman su capacidad de jugar al rugby, e incluso son las madres las que dudan si llevar a sus hijas mujeres a jugarlo.
Es por esto que Di Costanzo piensa que la decisión de la UAR de impulsar la categoría y convocar a un Seleccionado Femenino tuvo que ver más con una exigencia internacional que con la voluntad de darle volumen al juego. El Comité Olímpico demanda, para que una disciplina participe de los Juegos Olímpicos, que tenga categoría masculina y femenina: “para que los Pumas Seven puedan participaran de los Juegos Olímpicos también tenían que existir unas Yaguareté”.
Por supuesto que aquello no le quita mérito ni reconocimiento al presente potencial que atraviesa el deporte que es consecuencia del esfuerzo, el trabajo, el compromiso y la apuesta incondicional de estas mujeres: “Como jugadoras, como entrenadoras, algunas pocas como dirigentes, seguimos apostando. Son lugares que se fueron ganando muy lentamente, aunque todavía andamos en puntas de pie, y también gracias a que las mujeres empezamos a pedir, a hablar, a empujar las cosas hacia dónde queremos ir”.
“Nosotras nos paramos al margen de ese rugby hegemónico, primero porque somos excluidas y segundo porque no nos interesa incluirnos en esos rituales, en esa parte de la cultura que es violenta y muchas veces roza en las vejaciones. Estamos paradas en otro lugar, nos motiva jugar al rugby, nos motivan otras cosas. Construimos identidad de otra manera, nos hablamos de otra manera, nos vinculamos de otra manera”, agrega.
En el trabajo cotidiano, al frente del Club Atlético Chascomús, se encarga de promover un liderazgo más horizontal alejado de esa figura de la autoridad jerárquica y verticalista: “promuevo la circulación de la palabra y una toma de decisión más participativa. Somos un grupo de iguales que queremos jugar al rugby, que nos encontramos y lo hacemos, y entre todos construimos un equipo. Eso me parece que es bastante disruptivo, opuesto a lo que marca la tradición cultural del rugby, pero es mi manera de transformar el mundo y estoy convencida que puede ser el gran salto”.
La mirada de las mujeres y de la diversidad puede aportar y enriquecer el deporte, en el marco de una verdadera transformación hacia la igualdad. Por eso resulta esencial la incorporación no solamente de jugadoras y entrenadoras, sino también de dirigentes. Hoy en día hay solamente una mujer entre los 91 miembros del Consejo directivo de la URBA: “Es muy poco lo que se puede avanzar así. Celebro ese espacio ganado, pero esa mujer que ocupa ese lugar: ¿cuánto puede influir en una toma de decisión? Nosotras deberíamos participar más, tener más voz, ganar más lugares y ojalá que ese cambio se acelera un poco. No vamos a bajar los brazos, vamos a seguir luchando, porque nosotras tenemos derecho a jugar, tenemos derecho a la recreación, tenemos derecho a juntarnos, a socializar, y a poner nuestras propias reglas”.
“Nosotros no queremos un deporte diferente, queremos una sociedad diferente”
Todos las semanas en el Paseo de las Américas más de 30 varones, mayormente gays, se encuentran para entrenar y jugar al rugby. Son parte de Ruda Macho, un equipo que nació con el objetivo de construir un espacio dedicado pura y exclusivamente al deporte respetando los valores de la diversidad. “Hoy celebramos con orgullo nuestra historia. Esa historia que está atravesada de dolor, sufrimiento, persecución, discriminación, muerte, pero también de lucha, de movilización, de protesta, de resistencia, de amor, de vida… celebramos con orgullo quienes somos porque seguimos defendiendo nuestro derecho a amar, nuestro derecho a existir, nuestro derecho a ser quienes queramos ser. Celebramos con orgullo la fuerza que nos constituye, el valor y las ganas de vencer al odio. Celebramos con orgullo a ellas, a ellos, a elles, a lxs que están y a quienes ya no”, publicaron en su perfil de Facebook el último 28 de junio en el marco del Día del Orgullo LGBTQ+.
Eduardo Alejandro del Valle (36) es jugador, fundador y actual Presidente de Ruda. Su historia de amor con el deporte inició a los 14 años cuando empezó a jugar en Club Centro Naval. y continuó ya de grande con esta propuesta deportiva que se rige por los valores de “la solidaridad, el respeto, la integridad, la pasión, y la disciplina”. Con Ruda han llegado a jugar el Torneo por la Inclusión (TRI) , que es una competencia por fuera de la URBA, en dos oportunidades, y para 2023 proyectan entrar al Torne empresarial de la URBA. Por el momento no hay mujeres, ni otras identidades sexuales como chicxs trans, pero la decisión responde a una cuestión de logística ya que en el rugby no existe la disciplina mixta y no podrían participar de los torneos. “No estamos cerrados al día de mañana tener rugby femenino que es algo que está buenísimo, y está creciendo un montón”, subraya Edu.
Las experiencias en la competencia han sido positivas ya que la reacción de los equipos al jugar contra un equipo de varones gays suele ser muy buena: “Las veces que hemos tenido altercados no fue con un club sino con un jugador o un simpatizante del club, que los mismos clubes se han encargado de ubicar y hacer que recapaciten. Muchas veces esas respuestas y temas tardan en llegar. Sabemos que falta mucho, pero con el tiempo notamos que se va transformando”, menciona el referente.
Por su trayectoria, para Eduardo la cultura del rugby es la familia, los amigos, el respeto al réferi, el respeto por lo que está bien y lo que está mal. Desde ese lugar también observa que el caso de Fernando Báez Sosa y la imagen de las peleas entre jóvenes afuera de los boliches no se limita al deporte sino que se trata de una problemática que abarcan a toda la sociedad y sobre todo a los varones: “Con respecto a las peleas sí creo que hay algo del mandato de masculinidad que se da mucho en este mundo heterosexual, en el que se sigue creyendo que por ser machito y pelear demuestran que son más hombres. Pero eso es algo que se mama en la casa”.
“Nosotros no queremos un deporte diferente, queremos una sociedad diferente. El problema no es el deporte, sino los seres sociales que componemos el deporte y nos comportamos de una manera muy estúpida. El problema no es el deporte sino quiénes lo llevan adelante, estos gerontes que siguen manejando muchos clubes o círculos sociales que son muy arcaicos y toman decisiones sobre el resto, cuando no debería ser así”, señala el exjugador.
Desde ese lugar Eduardo manifiesta que, si bien el rugby es solo el deporte y no es responsable del crimen, la respuesta corporativa de la UAR al asesinato de Fernando fue insuficiente y poco acertada: “Es importante que institucionalmente hagan un mea culpa y revean quiénes son sus entrenadores y cómo son las relaciones sociales dentro del club, sobre todo en los clubes grandes. La UAR debería imponer más y cambiar un poco la mentalidad para que también el deporte sea más accesible para todos”.
“Creo que el silencio que se produjo fue con la intención de sacar el foco de atención del rugby y ponerlo en el grupo de pibes que le estaban pegando a Fernando en el piso, indefenso, sin darle la posibilidad de defenderse o que la gente que está alrededor lo defienda. Pero en ese silencio también se puede ver una cultura institucional de no querer tomar cartas en el asunto, y eso te hace cómplice", revela el Presidente de Ruda. Y finaliza: "Los pibes estos tenían un montón de denuncias y quilombos en Zárate, y si en el club veían que era agresivo, no pueden mantenerlo solamente por ser buen jugador. Tiene que tener un castigo y tiene que venir de parte del club, que no puede ser solamente un refugio donde uno pueda ir a lavarse las heridas y salir siempre bien parado. El club no es solamente un lugar de recreación sino de formación de buenas personas”.