En las obras de William Shakespeare, el dramaturgo y director teatral Gabriel Chamé Buendía encontró la posibilidad de crear un lenguaje artístico inconfundible donde la tragedia se fusiona con el arte del clown y la comicidad estalla de forma mágica en las risas del auditorio. Tras el boom de Othelo, clásica pieza del inglés que Chamé adaptó en una brillante puesta que lleva una década en cartel, llegó al Teatro Sarmiento (Avenida Sarmiento 2715, CABA) una nueva obra del autor: Medida por medida. "Elegí representar Medida por medida en este momento porque me pareció justo y están dadas todas las condiciones sociopolíticas exactas para que la obra tenga un impacto muy fuerte", remarca Chamé sobre esta brillante adaptación shakespeariana destinada a perdurar en las salas.
- ¿Medida por medida es una de las obras más desconocidas de Shakespeare en la cultura popular?
Es cierto que esta historia está más identificada al ambiente de teatro profesional, que la conoce mucho porque aborda temas muy complejos a nivel ético y psicológico, y eso atrae mucho a los actores y no tanto al público popular, pero este hombre hizo 37 obras y te aseguro que hay otras aún más desconocidas. Es un texto que entra en la etapa de "obras problemáticas" de Shakespeare, que es posterior a todas las tragedias como Hamlet y Rey Lear, donde matan y matan gente. Es un momento raro en sus trabajos, en el que los climas de algunas obras son extrañísimos: hay comedia mezclada con cinismo y por lo general los finales son bien amargos.
- ¿En qué momento de su vida estaba Shakespeare cuando escribió esta obra?
Es muy interesante eso y diría que un gran momento de madurez como autor. También coincidió con el momento posterior a la peste negra de Londres, que sufrió el cierre de los teatros como pasó en la pandemia. Las similitudes con nuestra actualidad son sorprendentes. Por otro lado, algo que me parece increíble del momento en que Shakespeare escribe Medida por medida es cómo visualiza los temas conflictivos sociales y cómo estos se revalorizaron con el tiempo -además de la contradicción de los buenos- porque, en definitiva, son estos quienes se corrompen.
- ¿Sentís que en la construcción de esa dualidad en los personajes Shakespeare entendió "algo más" del comportamiento humano?
Por supuesto. Una cosa que me parece fascinante de las obras de Shakespeare es que no hay una moral crítica sino que se expone la contradicción humana en todos los aspectos. El caso más claro en Medida por medida es el personaje del Duque, que tiene un comportamiento muy sádico en busca del bien, y el de la novicia heroína, que en busca del bien prefiere que muera su hermano. Además, en su arco se evidencia un eco muy fuerte a las estructuras actuales de rigidez con respecto a la política actual.
- ¿Cómo funciona tu cabeza a la hora de diseccionar un clásico sin que pierda su esencia, y agregarle la comicidad que lo aggiorna a la actualidad?
Ahí se ponen en juego mis años en el oficio de hacer reír. Últimamente estoy pensando que debo tener algún grado de autismo, porque cuando estoy enfrascado en alguna creación artística no puedo parar hasta encontrarle la vuelta. Los asistentes del Teatro San Martín ya me dan por loco perdido, pero los actores ya me conocen más y aunque a veces no me aguantan, saben hacia dónde voy y qué estoy buscando. Lograr un lenguaje propio, con tiempos determinados y entender cuál es el sistema de comunicación más efectivo en el grupo de trabajo es un proceso muy complejo. En mi dramaturgia, o en la de otros que he adaptado, hay una simplicidad de argumento y una complejidad del gag visual.
Vida de payaso
- En la actuación empezaste como mimo.
Sí, fue una época increíble. Era adolescente, estábamos en plena dictadura militar, tenía 15 años y soñaba con ser cineasta porque me encantaba ir al cine todas las semanas. Era un gran estudioso del cine de Fassbinder, Bergman, Buñuel, Fellini y Goddard y un adolescente que amaba la intelectualidad y las vanguardias. Sorprendentemente la vida cambia, por cosas del destino y por una chica que me gustaba, y empecé a ir a un curso de mimo, donde me encontré con personajes maravillosos como Omar Viola, que después fue el director del Parakultural, como docente. Como le caí bien enseguida, me presentó a Ángel Elizondo, que era el director de la escuela y de la compañía, y me propuso ser el asistente de dirección.
Así empecé, en pleno proceso militar, en una época donde no existía el off nos abrimos con una forma de hacer teatro muy surrealista y nada política, aunque cargada de imágenes visuales y corporales que transmitían mensajes. Los milicos nos venían a prohibir igual por los desnudos, pero no tenían idea de las cosas que queríamos decir y la verdad es que no hacíamos nada que alterara el orden político. Lo nuestro era vanguardismo total y era rarísimo. Después vino la bomba en el teatro Picadero, el teatro abierto, una noche mientras hacíamos un espectáculo delirante, para amenazarnos con que nos dejáramos de joder.
- ¿Cómo seguiste después de la bomba?
Era muy joven, 18 años, y a veces no dimensionaba el peligro, por eso era lanzado y provocador. No tengo dudas de que en algún momento me deben haber seguido. Con la democracia, en los ‘80, aparecen unos cursos de clown con Cristina Moreira, una pionera en el arte payaso, y cuando me metí ahí encontré a mucha gente que conocía de los ‘70 como Batato Barea y Guillermo Angelelli, compañeros con los que tuve el placer de trabajar. Lo que más me sedujo en ese momento es que el clown tuvo una relación intrínseca con el despertar de la democracia y la alegría de la juventud de tirar para adelante.
- ¿Sos nostálgico de los ‘80?
Y…quienes transitamos los ‘80 en la cultura éramos todos locos del arte, eso fue muy lindo y por mi parte jamás vi cosas parecidas a las de ese momento en el aspecto artístico. Fue el momento más feliz de mi vida, pero no lo vivo con nostalgia. Ya en los ‘90 ingresó una nueva dramaturgia argentina con Kartun y Bartis, entre otros, y hoy el balance que puedo hacer de lo que es la actividad teatral en Argentina es positivo, porque con todo lo que pasa que el teatro siga existiendo es un delirio. Antes era muy intolerante, pero cambié cuando empecé a ser consciente del mundo en el que vivimos, el capitalismo feroz que nos golpea, el poder de las redes sociales y la falta de espacio para las cosas analógicas. Que un tipo arriba de un escenario haga algo para un grupo de gente que está del otro lado y que lo va a ver, es la cosa más inverosímil que hay en el planeta y en este país tiene mucho éxito.
Así como digo esto, también creo que en la actualidad hay una tendencia a lo cómodo, a lo que se conoce, a repetir, a no investigar y a no ser curiosos por lo que pasa en otros lugares. En mi materia, el clown, tengo mucho amor y respeto por lo que es el arte, pero eso no me quita la capacidad de ser crítico entre un buen trabajo y otro que está flojo. Sobre todo porque me gustaría que se acepte más lo que hacemos los payasos y nos traten mejor. Con Othelo pude conocer ese respeto.
- ¿No está bien visto el trabajo de los payasos?
Mucha gente del teatro cuando se entera que sos payaso no te respeta ni te quiere mucho. Nos ven como un arte menor. A veces tengo la sensación, que tiene que ver con mi soledad, de que no estoy del todo integrado en la cultura porque te rechazan por clown. Me acuerdo que una vez hice Othelo y cuando le pregunté a muchos famosos de la cultura de acá si querían venir a verla, se mostraron asqueados porque ‘era de clown’.
Tengo la suerte de que a mí siempre que voy a presentar un proyecto me tratan bien, un poco porque me rompí el ojete y fui suficientemente investigativo como para no quedarme con la idea de que ‘soy solo mimo o clown’. Esas son mis bases y mi lenguaje y me influyen, pero eso no quiere decir que no pueda hacer otras cosas. Creo que buena parte de la crítica en general no defiende la historia del artista payaso mundial y milenaria. Hubo un tiempo en el que reírse era peligroso y por eso mismo era democracia. No hay una conciencia de lo que ha hecho el cómico a través del tiempo, cómo la comedia del arte ha sido el primer factor profesional de los actores. El drama es bienvenido, pero siempre hay un sentido del humor dentro del género. Siempre. Es un mito que los artistas clásicos eran prosaicos solemnes.
- Es más difícil hacer reír que llorar…
Eso dicen, pero no sé si es verdad, porque yo solo soy muy bueno para hacer reír. Me encantaría y tengo muchas ganas de hacer más obras para hacer llorar. Sé que lo voy a hacer, es algo que tengo pendiente desde hace un tiempo.
- La última, ¿por qué muchos dicen que Macbeth es una obra maldita?
No lo sé. Por las brujas, es una obra con estructura maléfica. Dicen que trae problemas y que tenés accidentes, eso dicen…yo la hice y me fue bien. Soy muy supersticioso de las cosas del teatro y creo que algo debe haber en el aura siniestra de la obra. Siento que temerle, al menos un poquito, es una buena forma de respetar a Shakespeare.