El Centésimo Mono cumple 9 años: los secretos de la comedia de 3 magos que le ponen el pecho a la muerte

Los protagonistas de esta brillante gema del off teatral que dirige Osqui Guzmán charlaron en un mano a mano con El Destape en la cuenta regresiva hacia su novena temporada.

28 de junio, 2024 | 09.47

Calificar a El Centésimo Mono. Una comedia patética entre la magia y la muerte como un espectáculo que entrecruza los lenguajes del teatro y la magia sería vago e impreciso en el ejercicio de la crítica, porque lo que han creado Osqui Guzmán, en su rol de director, y los actores-magos Marcelo Goobar, Pablo Kusnetzoff y Emanuel Zaldua trasciende esa categoría. Es, sin exageraciones, una experiencia profundamente transformadora de esas que se ven apenas un puñado de veces en la vida de un espectador de teatro. En esta pieza experimental, universal y profundamente poética, el mundo de los sueños cobra vida en la historia de un mago que se enfrenta al único truco indescifrable: la muerte.

A pocos días de arrancar su novena temporada en el teatro Timbre 4 (la obra irá los sábados a las 20.30 en la sala México) y habiendo recorrido 19 provincias en 5 años -llevando la magia a los lugares más recónditos de Argentina-, los magos y actores Marcelo Goobar y Pablo Kusnetzoff dialogaron con El Destape sobre el fenómeno que se produjo con El Centésimo Mono, una gema del off teatral que todos deberían permitirse disfrutar al menos una vez.

- La obra tiene el nombre de una teoría, ¿qué significa el centésimo mono?

Pablo Kusnetzoff: La teoría del centésimo mono sostiene que, cuando un grupo de cien individuos de una especie adopta un comportamiento, dicho comportamiento “mágicamente” se traslada a toda la especie, aunque el resto de los individuos no haya tenido contacto con estos cien primeros. Solo por el hecho de que ya hay una masa crítica de individuos que aprendieron el comportamiento.

Marcelo Goobar: Esto explica que, de repente, haya dos movimientos artísticos que ocurren al mismo tiempo, o dos personas que tienen la misma idea en diferentes partes del mundo.

P.K: La relación de la teoría con la obra es precisamente que a estos tres magos que están en lugares distintos les está pasando lo mismo al mismo tiempo, tienen las mismas reacciones frente a los mismos estímulos.

- ¿Ustedes fueron convocados por Osqui Guzmán?

P.K: ¡Fue al revés! Nosotros tres somos amigos hace muchos años y queríamos hacer un espectáculo distinto, que no sea solo de magia sino que esté cruzado con el lenguaje teatral y nos pusimos a investigar. Llegó un momento en el que nos encontrábamos estancados y nos parecía que lo mejor era buscar un director, y es así que lo convocamos a Osqui Guzmán y le propusimos que nos dirigiera en este desafío de trenzar estos dos lenguajes, el del teatro y el de la magia, para ver que surgía de este choque.

M.G: Inicialmente pensamos que Osqui nos iba a decir que no y nos iba a despachar.

P.K: Osqui se enganchó cuando le contamos que en la teoría de la magia se dice que es prácticamente imposible cruzar teatro y magia, porque siempre una terminaría aplastando a la otra: te puede quedar un show de magia donde hay una dramaturgia traída de los pelos, o una obra de teatro donde la magia no tiene entidad, sino que es un mero efecto especial. En esa situación empezamos de cero, improvisando durante muchísimos meses antes de llevar la obra a papel, algo que recién ocurrió semanas antes de su estreno en la sala de teatro.

- ¿Cómo fue el proceso de trabajo con Osqui, que no es mago?

M.G: Por un lado, en determinadas cuestiones nuestro oficio planteaba algunas limitaciones a la hora de hacer un efecto y en ese sentido teníamos potestad para decirle qué trucos sabíamos y podíamos hacer, y cuáles no. Le abrimos nuestro mundo, la intimidad del mago. Y eso fue lo que lo enganchó a Osqui, la posibilidad de mostrar en el escenario lo que las personas habitualmente no ven de los magos, el lado b, cómo es su vida en soledad y cómo aprende y practica los trucos.

P.K: Ese fue el punto de partida de la dramaturgia, hablar del mago en su intimidad, sus miedos, sus dudas, su vulnerabilidad, que es lo que no vemos en el escenario porque normalmente se muestra como un ser superior conocedor de secretos que el resto de la gente desconoce. Tal vez ese es el gancho de esta obra, porque empatiza con estas personas y se las ve en su vulnerabilidad, aparecen sin máscaras.

M.G: Hay otra cuestión muy desafiante que surgió en todo este proceso de trabajo y es que el efecto de la magia corre el riesgo de detener la historia, el avance dramático, que es lo peor que puede suceder en una obra. Por eso desarrollamos junto a Osqui una técnica para buscar trucos que nos den pie a acciones dramáticas y acciones dramáticas que nos den pie a trucos. Así logramos eliminar esa falencia.

- Una de las cosas que más me gusta de la obra es el juego con el mundo onírico. Me hace acordar a las películas de David Lynch.

P.K: Es una obra muy visual como las películas de David Lynch, donde se cuenta muchísimo con las imágenes, los colores, la luz, lo que se ve y lo que no se ve…

M.G: ¡Lo onírico!

P.K: Esa es otra de las gemas que encontró Osqui, quien entendió que si iba a contar una historia sobre tres magos podía abordarla desde lo onírico, porque la magia y los sueños son algo que se llevan muy bien. En los sueños pasan cosas imposibles a diferencia del mundo cotidiano.

M.G: Una de las cosas más maravillosas que descubrió Osqui fue que la obra debía trabajar sobre el único secreto que no conocen los magos: la muerte.

Vida de mago

- ¿Es lo mismo ser mago que ser ilusionista?

M.G: Creo que es lo mismo, pero hay una diferenciación similar a la de clown y payaso. También es curioso que, por ejemplo, hay una ligazón que tiene la palabra magia con la religión, por la cual los evangelistas no podían ver el show de un mago. Entonces a principios del siglo XX, los magos que venían de las ferias o que estaban asociados más al burlesque, comenzaron a vestirse de frac para subirse al escenario y empezaron a llamarse ilusionistas. René Lavand, por ejemplo, nunca se definía como mago, él se hacía llamar ilusionista.

P.K: En cualquier caso lo lindo es que se trata de un oficio que le permite a cualquier ser humano -no importa su edad, nacionalidad o trasfondo cultural- despojarse de los velos de la cotidianidad y las preocupaciones, y sacar a su niño interior que lo transporta a un lugar donde puede reír, emocionarse, llorar, gritar o solo preguntarse “¿cómo lo hizo?, ¡no lo puedo creer!”.

- Inicialmente, ¿les gustó la idea de trabajar el espectáculo desde “la intimidad del mago” y la faceta más real del artista?

M.G: Para empezar a trabajar sobre ese punto, Osqui nos regaló la palabra “patético”. 

P.K: El subtítulo de la obra es “una comedia patética entre la magia y la muerte”.

- “Patético” es una palabra fuerte…

M.G: Aprendimos a revalorizar esa palabra porque nos habla del patetismo que tienen todos los oficios.

P.K: Y abordado desde la comedia hay algo curioso en reírse de uno mismo y que a la vez habla de nuestra vulnerabilidad.

El Centésimo Mono cumple 9 años en cartel: cómo es la brillante comedia con 3 magos poniéndole el pecho a la muerte.

- ¿Cómo llegaron a convertirse en magos?

P.K: En general, los magos que somos profesionales y vivimos de esto tuvimos la suerte de empezar de chicos. Desde que tengo uso de razón me apasionaron los magos, siempre pedía espectáculos de magia para mi cumpleaños. Los magos somos pocos, muchos menos que los actores y los músicos, y por eso somos muy unidos: hay congresos de magia, clubes de magia…

M.G: En mi caso, tuve la suerte de que a los 5 años me regalaran un “truquito” de magia en un viaje a Barcelona y luego a los 7 años me trajeran un mago para un cumpleaños que, para mi sorpresa, no hacía magia para chicos. El show me alucinó y supe que yo también quería hacer eso.

- ¿Qué se hace en un congreso de magia?

P.K: Son convenciones de magia cerradas, donde intercambiamos conocimientos y a la noche, a veces, hay espectáculos hechos para el público.

M.G: Hay conferencias, competencias, venta de efectos mágicos…

- ¿Cuánto tiempo practican cada truco?

M.G: Muchísimo. La magia lleva una práctica demencial: horas, días, semanas y a veces años hasta lograr ciertas técnicas que después duran 5 segundos, pero construyen esa ilusión en el espectador que lo hace decir “no lo puedo creer”. Por supuesto que hay algunas cosas más complejas que otras, pero todo lleva mucha práctica de prestidigitación y a nivel psicológico, porque hay mucho de cómo llevar la mente del espectador hacia donde uno quiere.

- ¿A qué le atribuyen el éxito de la obra?

P.K: A que surgió de nuestras entrañas, de los 4, Osqui, Marcelo, Ema y yo. Es una obra donde abrimos nuestros corazones por completo.

- ¿Qué piensan los magos de la muerte?

P.K: La magia, históricamente, trata de cumplir los deseos más profundos del ser humano. Si te fijás los efectos de magia más memorables para el público son volar, predecir el futuro, crear dinero, liberar cosas que están enganchadas, crear vida con una paloma. Y un gran deseo es la inmortalidad. Se han hecho efectos de magia lateralmente ligados a esto, pero en realidad es simplemente un truco. En la vida real, la muerte sigue funcionando todos los días.

Las funciones de El Centésimo Mono son desde el 6 de julio, los sábados a las 20.30 en Timbre 4 (México 3554, CABA).