Eduardo Blanco atraviesa un presente laboral de grandes desafíos con el reciente estreno de la obra Empieza con D, siete letras, magistral comedia romántica dirigida por Juan José Campanella, y el próximo rodaje de la película de Parque Lezama, éxito imbatible del teatro que protagonizó junto a Luis Brandoni y con la que recorrió el mundo. En Empieza con D, siete letras, Blanco encarna a un hombre viudo de 60 años al que la vida le da una segunda oportunidad... en el consultorio de su dentista. La aparición inesperada de una mujer más joven (Fernanda Metilli) lo saca de su zona de confort y le ofrece un enternecedor redescubrimiento del amor. En diálogo con El Destape, el actor reflexiona sobre el tema central de la pieza y repasa perlitas de su trayectoria artística.
¿Qué pensás sobre “las segundas oportunidades” de la vida?
- Creo fervorosamente en las segundas oportunidades. Yo pertenezco a la generación que a los 12 años, cuando terminabas el séptimo grado, tenías que tomar la decisión de hacer o no el secundario y la universidad, y se suponía que esa decisión era algo para todo el resto de la vida. Con el casamiento las cosas eran iguales, te casabas para siempre. Todo era un horror y tenía mala prensa andar cambiando o poder des-elegir lo que elegiste y poder elegir otra cosa. Por suerte la vida, y la evolución, nos permite saber que uno puede equivocarse y volver a elegir: en el orden del trabajo, en el orden profesional, en el orden del amor, en el orden de la vida. Uno tiene todo el derecho del mundo a equivocarse y la verdad es que todos nos equivocamos más de lo que acertamos, pero está bueno siempre dejar la puerta abierta para una nueva aventura en la vida.
Llevado a tu experiencia, ¿la vida te dio segundas oportunidades?
- Muchas. En principio, mi matrimonio ya que me casé por segunda vez. Ya llevo muchos años con mi mujer actual. Y después… no sé si es una oportunidad porque han cambiado tanto las cosas pero me acuerdo que cuando era chico no tenía la menor idea, sinceramente, de lo que iba a hacer con mi vida cuando fuera grande. Mi papá era mecánico, apasionado por su trabajo, y yo era el hijo mayor así que cumplí con el mandato de “mi hijo el doctor” y fui al colegio técnico con la posibilidad de un futuro universitario. Odié mi paso por el colegio técnico, me torturaba la idea de pensar que el resto de mi vida me iba a tener que dedicar a eso. Aún así lo terminé y si bien se suponía que iba a seguir ingeniería, a los 18 años junté coraje para enfrentarme a mis viejos y les dije: “No voy a ser ingeniero, voy a ser abogado”. No me animaba a decirles que en verdad lo que quería era ser actor, ya que para ese momento estaba en un grupo de teatro independiente y veía que la pulsión artística era más grande que el hobby. El punto es que llegué hasta las escaleras de la Universidad de Derecho (risas)... y me lancé hacia la actuación en el Conservatorio Nacional. Te cuento esto porque pienso que fueron una seguidilla de segundas oportunidades y las más importantes de mi vida.
¿Te vieron actuar tus padres?
- Sí, ambos. Mi madre vive todavía, tiene 93 años, y me ha visto muchas veces. Mi padre murió ya, pero te cuento que en Parque Lezama mi personaje tenía Parkinson porque cuando yo estaba ensayando la obra mi papá vivía y tenía esa enfermedad. No digo que fue un homenaje pero me encantó elegir esa imagen con la fantasía o el deseo de transformar, aunque sea sobre un escenario con el juego y la imaginación, algo que en la realidad es imposible porque el Parkinson que tuvo mi viejo fue evolutivo y lo dejó invalidado.
Hay muchos éxitos en tu carrera, uno de los más curiosos es la serie Vientos de agua. ¿Esperabas una repercusión tan grande?
- Una buena repercusión que tardó en llegar, porque al principio fue muy maltratada. La cultura de la venta de DVDs le vino bárbaro a Vientos de agua y logró un “boca a boca” que la convirtió en un fenómeno de culto. En España, durante el 2006, fue la segunda serie con más ventas de DVD después de Lost. Me sorprende ese recorrido, es algo emocionante porque pienso que la serie estuvo viva todo el tiempo alrededor del mundo. No solamente argentinos nos mandaban mensajes sobre lo que les había parecido la serie. Tanta fue la repercusión de Vientos de agua que en 2018 fue comprada por Netflix, que la emitió durante 5 años para que muchos jóvenes pudieran descubrirla.
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¿Sentís que una serie como Vientos de agua podría filmarse ahora?
- Desde la producción y los costos lo veo muy difícil. Si la serie fuera hecha en Argentina, ya te digo que no. Siento que una producción así podría encararse hoy si hubiera una plataforma detrás… desconozco el tema de los números pero Vientos de agua fue un proyecto carísimo. Son 13 películas, pensá que en ese momento estaba la obligación de que cada capítulo fuera de 70 minutos: tenías una trama de época, un elenco multitudinario e internacional, cantidad de extras, se filmó en Madrid, Asturias, Buenos Aires… no sé qué costo podría tener una serie así hoy. Los números de Vientos de agua fueron impactantes. Vientos de agua fue una serie para plataformas cuando las plataformas todavía no existían.
Veo que ahora estamos pasando un momento único y muy raro en cuanto a la producción de contenidos para cine y televisión. Siempre pienso en cuántas de todas las plataformas que hay van a sobrevivir a este tiempo que vivimos. No hay espacio para todas. De hecho es algo que está sucediendo, unas se comen a otras. Creo que la pandemia hizo evolucionar 10 años más rápido todo este proceso. En mi caso debo reconocer que aunque amo el cine, después de la pandemia he ido mucho menos de lo que iba antes. Es una lástima, pero es algo que está sucediendo.
La última pregunta: ¿cómo te llevás con tu ego?
- Intento domarlo. Por suerte tengo una contradicción emocional que me hace recibir los halagos y los aplausos con una mezcla de satisfacción y pudor. Es algo que me encanta y me molesta al mismo tiempo, es difícil de explicar. También, al ser un actor con un recorrido sé que el camino de la vanagloria propia no me gusta y me molesta cuando lo veo en otros. Aún así, también suceden cosas lindas como hace pocos días, que vino al teatro a ver Empieza con D, siete letras la actriz Graciela Stefani y me dijo un elogio que va muy bien con mi ego: “Cuando yo soñaba con ser actriz, soñaba con poder hacer cosas como esta”. Que te digan algo así es hermoso, te completan como actor ese tipo de comentarios. Cuando ocurren esos intercambios que me enriquecen, el ego se me amplía porque es un ego bueno… Y sobre el otro ego, lo tengo y lucho bastante contra eso. Es como el colesterol: está el bueno y el que te complica la vida. ¡Y yo trato de hacer gimnasia para que el malo no aparezca! (risas).
Empieza con D, siete letras puede verse de miércoles a domingos en el teatro Politeama (Paraná 353, CABA). Entradas en venta en Plateanet y en boletería del teatro.