Mariana Komiseroff: "No somos los mismos de día que de noche"

04 de julio, 2023 | 13.51

(Por Milena Heinrich) Con la confesión de complicidad de un asesinato apenas comienza la trama, Mariana Komiseroff narra, en "La enfermedad de la noche", su última novela, una historia descarnada y atroz sobre una mujer que trabaja como guardia de seguridad del Congreso en el turno noche, mientras cuida de un hermano enfermo de diabetes y su vida se ve marcada por el encuentro con hechos inesperados, una relación intensa con un varón trans y un sistema tan revulsivo como violento.

Aunque se declara cómplice, la narradora de "La enfermedad de la noche" no siente culpa. Su vida es un manojo de situaciones que no busca pero la encuentran, de escenas al límite de la angustia, del abuso o de la bronca. Eso sí, después del hecho lo perdió todo: "Perdí el basural en la esquina de mi casa y la casilla de los perros escuálidos en la vereda de enfrente, los ruidos de los camiones haciendo marcha atrás que me taladraban el cerebro, las alarmas de los depósitos de la zona que sonaban toda la noche, la música de los boliches cruzando la Panamericana", escribe.

Como un thriller, la tensión de la novela nunca se desploma. Es una trama con ribetes de policial pero va más allá: en la noche, los pasillos del Congreso de la Nación están plagados de ruidos y movimientos desconocidos pero también de prácticas abusivas y violentas por quienes detentan el cuidado de la institución pública; durante el día, el tiempo tampoco da tregua con la diabetes de un hermano que está siempre en la urgencia y no puede esperar los tiempos de la obra social, de las guardias, de la inoperancia del sistema. En el mientras, a la protagonista la cabeza le da vueltas entre trámites, una relación que no marcha y la atracción volcánica que siente por Jorge.

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Mariana Komiseroff (Buenos Aires, 1984), autora de "Una nena muy blanca" y "De este lado del charco", dice que su literatura es autorreferencial pero que después del proceso de escritura no sabe qué fue cierto y qué no. El disparador de esta novela publicada por Random House surgió a raíz de un caso policial que ocurrió en el Congreso hace 30 años y del que supo cuando trabajaba como agente de seguridad, también en el Congreso, como la protagonista de esta trama, que conquistó la tan esperada "planta permanente". "Cuando me enteré supe que lo iba a escribir, es algo bastante espeluznante y las personas involucradas fueron juzgadas, se supone que están presas. Me interesaba ver cómo y por qué podía pasar algo así en el Congreso de la Nación", cuenta a Télam.

La referencialidad de la que habla no impide que los bordes de la ficción disuelvan lo que formaba parte del terreno de la memoria o de lo real. "Por supuesto que hay una gran cuota de ficción", dice. "Aunque nadie sepa nada de mi vida, porque no soy una escritora muy conocida, me gusta generar la pregunta ¿esto le habrá pasado a esta mina? Porque, a la vez, cuando releo mis libros una vez publicados me pregunto ¿esto me pasó todo o qué inventé? La memoria como un motor de la ficción me parece un gran disparador", apunta la autora que desde hace poco más de un año se instaló en Toay, La Pampa, donde inauguró una librería junto a su esposa Pilmaiquén de la Cruz.

-Télam: La novela transcurre prácticamente de noche, como si en ese tiempo ocurriera algo del orden del peligro, la transgresión, la marginalidad pero también del deseo. ¿Por qué la noche?

-Mariana Komiseroff: En mi novela anterior, "Una nena muy blanca", ya había estado pensando en el trabajo nocturno porque la narradora es camarera, salía de trabajar a la madrugada. Y además ser camarera es un trabajo generalmente asociado a las mujeres, a diferencia de "La enfermedad de la noche", en donde la narradora trabaja de seguridad en el Congreso de la Nación, un trabajo generalmente masculino. Entonces quería ver qué pasaba con esa dinámica.

La noche habilita ciertas licencias que muchas veces rozan la ilegalidad. Hace poco vi una serie danesa en la que una enfermera tiene el gustito de matar a sus pacientes para darle un poco de adrenalina a la noche de la guardia. Y lo que me sorprendió de la serie, que encontraba un punto de conexión con mi novela, es que todo el entorno se da cuenta de que hay más muertes en su guardia pero naturaliza esa situación. Creo que en la noche se naturalizan ciertas prácticas que, vistas a la luz del día, no serían permitidas.

Hace poco escuchaba una conferencia de Marlene Wayar que decía que las travas eran confinadas a la nocturnidad, incluso si tenían que ir al médico no lo podían hacer en horarios diurnos. Y a mí me llamó la atención, me pareció interesante pensar qué habilita la noche, qué licencias uno se da, incluso en lugares como el trabajo. Pensaba en el Congreso de la Nación como un espacio relativamente ordenado durante el día y con algunas prácticas ilegales durante la noche. Creo que no somos los mismos de día que de noche.

-T: La enfermedad del hermano y el trabajo como guardia de seguridad revelan algo del abandono, la expulsión y la violencia del Estado y del sistema. ¿Qué te interesaba indagar?

-M.K: En general escribo porque tengo una idea, una imagen o un par de escenas en la cabeza, que suelen estar relacionadas con mi vida cotidiana. Soy una escritora absolutamente autorreferencial y cuando termino de escribir me doy cuenta del valor simbólico, entre comillas. O sea, no es que yo a priori me propuse escribir una novela sobre el abandono del Estado, sobre el sistema de salud público. No, la verdad es que no. Yo necesitaba escribir una novela. Tenía una idea muy clara y sabía muy bien el final de la novela porque algo muy similar sucedió en el Congreso de la Nación hace 30 años, por supuesto ficcionalizado.

Está muy cerca de mi vida la enfermedad crónica y lo que es lidiar con la burocracia estatal, pero escribí por cómo me atravesaba a mí más que nada, no lo pensé como una denuncia social, lo pensé como algo terrible que quería contar y tenía muchísimas aristas literarias. Después me dijeron que era una situación que vivían muchas familias a pesar de que existen leyes de protección a los enfermos de diabetes, sobre todo tipo 1, y que el Estado y las obras sociales deben garantizar los medicamentos, las tiras reactivas y los aparatos de control de glucemia, un proceso que es muy engorroso. Eso corroe la paciencia y la salud mental de la persona enferma y de su grupo familiar.

-T: Con el hermano se ve de qué modo la enfermedad no sólo afecta a quien está enfermo sino también a su red de contención, que asume en este caso una responsabilidad y un trabajo invisibilizado y además lo sostienen mujeres.

-M.K: Estoy pensando mucho en los roles de las mujeres, desde que empecé a escribir prácticamente. Y el trabajo de cuidado es un rol feminizado, independientemente de que a veces sean varones los que cuidan... pero ¿qué tipo de varones son los que cuidan? Podría ser una pregunta interesante. Y cómo son vistos esos varones cuidadores por la sociedad.

En el caso de mi novela son mujeres principalmente. Ella termina esclavizada por ese trabajo para conservar la obra social del hermano y, en una familia como la que tiene la narradora, tener obra social es un privilegio. Tener un trabajo en el Estado es un privilegio. Y tener acceso a una obra social como la que brinda el Estado es un privilegio mayor. Entonces, en algún punto se configura que la vida del hermano depende de ese trabajo lleno de abusos y de naturalizaciones de la violencia masculina sobre todo, pero también de mujeres del poder, de violencia masculina en definitiva porque el personaje de Norma es una mujer pero masculinizada por el poder.

-T: La enfermedad no es un tema habitual en la literatura ¿cómo trabajaste el abordaje?

-M.K. Investigué mucho y lamentablemente tengo información de primera mano al respecto de la diabetes tipo 1. Así que hay cosas que no tuve que investigar porque me crie prácticamente sabiéndolas. Pero bueno, otras sí.

Me llevó cinco años escribir esta nota y me parece que hubo algunas escritoras que sí estábamos pensando eso, como Natalia Rozenblun en "Los enfermos". De hecho lo hablé con Mariana Enriquez cuando estaba escribiendo 'Nuestra parte de noche' y su personaje principal tiene una patología cardíaca crónica. Me parece que hay una cuestión medio de época y no es casual que justo después vino la pandemia que nos obligó a pensar en la enfermedad y en el deterioro de los cuerpos y en la resistencia, también, de los cuerpos. A veces la literatura tiene eso de premonitorio, no porque las escritoras seamos médium ni nada por el estilo, pero creo que hay algo de lo que sucede en el ambiente que las personas que trabajamos con el lenguaje, que percibimos y le prestamos un poco más de atención. Me acuerdo cuando Claudia Piñeiro escribió 'Las viudas de los jueves' o 'Betibú' y después sucedieron femicidios muy mediáticos en countries.

-T: Como en "Una nena muy blanca", acá entra en escena el cuerpo de la mujer frente al abuso, ¿lo concebís como parte de una conversación?

-M.K: No es que a priori yo piense 'voy a escribir un ensayo antropológico', 'voy a hablar de la violencia de los varones hacia las mujeres'. No. Por supuesto es algo que me interesa pero no me interesa bajar línea y escribir una literatura panfletaria que le diga a las mujeres y a los hombres qué es lo que tienen qué pensar, pero sí pienso en esas dinámicas. Las jerarquías teatrales me fascinan y en esta novela me interesó ver el tema de la masculinidad femenina. Yo venía trabajando muy claramente el abuso de los varones, pero en "La enfermedad de la noche" hay un varón trans que si bien no es como los otros varones también tiene sus privilegios y su machismo. También quería incomodar a la comunidad LGBT a la que pertenezco porque me parece que no estamos hablando de violencias hacia adentro de la comunidad, de la violencia entre lesbianas o en relaciones queer.

Con información de Télam