Para quienes aman el tango, Por una Cabeza de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera es más que una canción, sino que más bien se trata de una pieza fundamental en la historia de este género que caracteriza a Argentina. Para quienes escuchan esta canción y llegan a emocionarse, saben que la melodía es la principal causante de esta sensación, pero muchos desconocen cuál es el otro motivo que la hace tan especial. La respuesta está en la historia que motivó su creación.
En la Buenos Aires de los años 30, la pasión por el tango y las carreras de caballos eran equivalentes. Gardel y Le Pera en particular eran apostadores natos y fue el Hipódromo donde hallaron la inspiración para este tema icónico. La letra de Por una Cabeza no solo compara metafóricamente el vértigo de las apuestas con el amor, sino que está basada en una experiencia muy personal de Gardel: en una apuesta de carreras, el cantante perdió su dinero porque su caballo favorito fue superado “por una cabeza” en el último tramo. El título y la letra surgieron de esa frustración, usando la metáfora del amor como una carrera en la que a veces la victoria o la derrota se deciden por un margen mínimo.
El poder de Por una Cabeza trascendió los límites del tango para convertirse en una pieza inolvidable en la cultura popular. Ha sido interpretado y versionado en películas, series, y espectáculos teatrales, como el recordado baile de Al Pacino en Perfume de Mujer. La mezcla de nostalgia, melancolía y pasión en esta obra ha contribuido a su universalidad, haciendo que generaciones de oyentes se sientan identificados con la experiencia de una apuesta fallida, en el juego o en el amor.
Impacto en el tango por el presidente que utilizó la trágica muerte de Carlos Gardel
La trágica muerte del cantante Carlos Gardel sucedió el 24 de junio de 1935, cuando el avión que abordó se desvió en el momento del despegue y embistió a otro que esperaba en la pista. El accidente ocurrió en Colombia, impactó en Argentina, pero conmocionó al mundo entero que lo vio brillar con su voz llena de tango. Ese día el “Zorzal Criollo” pasó a la inmortalidad, mientras que un presidente aprovechó su oportunidad para tapar los escándalos de corrupción de la época.
Carlos Gardel tenía solo 44 años cuando falleció tras el siniestro que protagonizó un F-31 de la compañía Servicio Aéreo Colombiano. De gira por América, el cantante de tango y sus acompañantes esperaban que la nave iniciara su despegue desde Medellín rumbo a Cali. En ese momento, Argentina atravesaba la denominada “Década Infame” del general-presidente Agustín P. Justo, quien estaba preocupado por la opinión pública ante los episodios de corrupción con las carnes que comprometían a un importante número de funcionarios de su gobierno.
Como bien apunta el historiador Felipe Pigna en su obra “Los mitos de la historia argentina 3. De la ley Sáenz Peña a los albores del peronismo”, Helvio, el hijo del célebre Natalio Botana, reveló que el general presidente tomó el teléfono y habló con el legendario dueño de Crítica. Se trataba del diario más leído de la época y el objetivo de la comunicación era ver qué se podía hacer para distraer al pueblo.
Respecto al lamentable fallecimiento de Carlos Gardel, el historiador repasa que “el gobierno argentino, tan alejado de lo popular, no le había prestado la menor atención al tema que conmovía a las grandes mayorías”. Esa indiferencia a la muerte del artista más famoso de todos generó que Noticias Gráficas publicara un titular a toda página: “Censúrase la indiferencia de la Cancillería (Argentina) por la repatriación de los restos de Carlos Gardel”.
Allí surgió la “idea salvadora” de Justo y Botana: ganarle la partida al gobierno de Uruguay que a cuatro días del accidente en Medellín ya había comenzado los trámites para repatriar al “Zorzal Criollo”. Por su parte, doña Berta, la madre de Gardel decidió que los restos descansen en Buenos Aires y no en Montevideo. Luego de las gestiones de Armando Defino, representante del cantor, el presidente de Colombia autorizó la exhumación y el traslado del ídolo de multitudes a su Buenos Aires querido.
“El general Justo tendría su beneficio político y don Natalio la posibilidad de iniciar en Crítica una serie interminable de notas sensacionales sobre la vida, obra y muerte del morocho del Abasto que agotarían todas las ediciones del diario”, remarcó Pigna en el libro mencionado y que cita en la web El Historiador.
Como resultado de todo el proceso, el lujoso ataúd con el cadáver del argentino más famoso de su tiempo partió de Medellín el 17 de diciembre de 1935. Sin embargo, su cuerpo fue llevado primero a Panamá y a Nueva York, a donde arribó el 6 de enero de 1936. En la ciudad estadounidense fue velado durante una semana en una funeraria del barrio latino a la que concurrieron cientos de admiradores locales de Carlitos. De allí partió Defino con el cuerpo el 17 de enero de 1936, haciendo escala en Río de Janeiro y Montevideo, donde también le rindieron sentidos homenajes.
Finalmente, el ataúd que traía al hombre que a partir de entonces comenzaría a cantar mejor cada día, arribó en Buenos Aires el 5 de febrero de 1936. Tanto el velatorio, que tuvo lugar en el Luna Park, como el entierro fueron, junto a los de Hipólito Yrigoyen, Evita Perón y Juan Domingo Perón, de los más multitudinarios de la historia argentina. Y como el general Justo quería, los diarios no se ocuparon de otra cosa durante semanas.