Con una selección de fotografías que empezó a intervenir en pandemia a partir de la compra compulsiva en anticuarios, la muestra "Clásico y Moderno", de Marcos López, en el Centro Cultural Borges, presenta piezas que deforman lo testimonial para convertirse en una reapropiación fantasiosa de imágenes de otro tiempo, pobladas ahora de colores, animales y seres mitológicos que el artista imaginó desde su universo estético y conceptual y que, aún así, logran mantener el pacto de su original.
El retrato de un niño de otra época, vestido con pulcra elegancia en una escena montada para la posteridad, deviene en la mirada de Marcos López un niño igual de notable pero abrazado a un guanaco, pintado por el artista. López imagina que podría ser el hijo del dueño de una mina en Bolivia y que tiene por mascota al animal salvaje, indomesticable, que habita en las alturas de América del Sur.
Como esa, cada una de las imágenes intervenidas en el primer piso del Borges deforman el clic del pasado pero no lo anulan: ese tiempo, esa escena, ese rostro, esa forma de vestir y de peinar plasmada en una fotografía que fue planificada y realizada por un profesional, cuando ser retratado no era moneda corriente, sigue de alguna forma todavía ahí. López pone en marcha una maquinaria fantasiosa y mágica de lagartos, serpientes, diablos, felinos, gallinas y perros que resignifican las copias originales.
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En esa intervención hay reapropiación y como dice durante una recorrida de prensa: "La apropiación es todo un tema en el arte contemporáneo. Porque hay fotos que están firmadas por estudio y me tomé el atrevimiento de agregarle cosas".
Así, el retrato de una señora -probablemente capturado en la década del 50 por los colores y la estética de su imagen- se transforma en un mamífero amorfo; una mujer de los años 80 abraza a una hiena; una pareja de recién casados sostiene al diablo; dos hermanos -retratados en esa típica imagen ovalada de la infancia, que todavía cuelga en las casas de las generaciones mayores- sonríen envueltos por una serpiente. Una flamante esposa, en la clásica foto de su nuevo estatus con velo blanco y vestido largo, sujeta a un doberman , y otra tiene en su mano el látigo con el que somete a una figura humana de cuatro patas, subvirtiendo con un tono lúdico y absurdo la escena.
El artista define a este trabajo como un "exorcismo de salud" porque el "núcleo central lo hice en el encierro de pandemia con el miedo y la angustia". Cuando las salidas eran racionalizadas, él se iba a comprar fotos a los anticuarios de San Telmo y fue llenando cajas y cajas de imágenes, sobre las que luego pintó y llenó de monstruos, fantasmas, cuernitos. "Se ve que me salieron los diablos", dice en retrospectiva horas antes de la inauguración.
Y en ese proceso artístico con las imágenes que fue comprando y algunas propias de su archivo se fueron revelando otras ideas en torno a la emocionalidad del artista, como cuenta. Por ejemplo, la culpa, un sentimiento que relaciona de su formación católica, patriarcal y monogámica. "Por momentos me daba culpa, mucho miedo, porque decía qué derecho tengo yo a pintarle cuernitos al retrato de este señor", confiesa divertido.
El arte de Marcos López tiene un arraigo en la experiencia vital de su infancia y en su presente. Dice: "Me eduqué en el catecismo en un pueblo de la pampa gringa argentina, donde tenía ciertas dudas. El ayudante del cura leyó: 'dijo Dios, a los tibios de mi boca los vomito' y me sentí bañado en vómito. Después me eduqué en un colegio de curas, más la dictadura militar, más el patriarcado de provincia. Cuando me reclaman que soy machista les pido piedad porque bastante me estoy deconstruyendo".
La pandemia de coronavirus y las medidas de cuidado aparecen como guiños indisolubles de un tiempo bisagra. Algunas de esas piezas ya se vieron en un artículo publicado en 2020 en el New York Times ("Una historia sin moraleja") acompañado por un texto como diario sobre el miedo, la calesita de emociones y el hartazgo digital en esos días de incertidumbre total. Una de esas imágenes se puede ver en la muestra: es una fotografía de pequeñas dimensiones con un grupo ubicado a la perfección frente al lente, en una escena claramente pensada de antemano. López añadió barbijos a los jóvenes, y al único niño de la imagen, colocado en el centro, lo convirtió en diablito.
Otra foto alusiva es la del coronavirus, como la llama el artista: el retrato de un hombre en blanco y negro, pintado ahora con una corona de reyes y dientes de vampiro. Otra pieza que cruza a la salud con la región y tiene una marca muy característica de la impronta de López es la de dos jóvenes, probablemente hermanos, cubiertos de tapabocas con un paisaje montañoso de fondo. "Me interesa que mi obra sea claramente latinoamericana por eso le pinté la cordillera atrás", argumenta.
El montaje de la muestra es en sí mismo una experiencia: hay fotos que tienen como marco apliques de pelo o incorporan otras materialidades además de la pintura, tal es el caso de una foto en la que, de los ojos de los retratados, emanan una suerte de rayos o ramificaciones con volumen que se salen del plano. Lo mismo puede decirse de una foto que tiene como soporte una remera de básquet u otra grupal donde el cuerpo de una niña tiene ahora un cuchillo tramontina, literal, oficiando de columna vertebral y el marco es una caja de manzanas.
"Cuando la exposición se confirmó me dio adrenalina de generar obra nueva porque ya me había aburrido de apilar novias con lagartos y víboras", dice, mientras señala una con la pintura todavía fresca. Es la más grande de la exhibición y se trata de la imagen de una niña el día de su comunión con su vestido de puntilla leyendo la Biblia, pero aquí no es una biblia sino el Libro Rojo de Mao, y también aparecen los retratos del Che Guevara y del líder chino, mientras que por fuera de la imagen recrea un fogón con maderas de árbol de verdad.
Sobre esa obra, cuenta: "Se me ocurrió que la chica lee el libro rojo de Mao, tiene ideales de justicia social, está el comunismo y su familia que la obliga a la religión ortodoxa. La chica vive una ensalada de tensiones y tranquilamente 10 años más tarde podría ser una militante Montoneros. Fui inventando esa historia que podría ser un guion de cine pero no lo voy hacer", relata.
López identifica que cuando cumplió 60 años empezó a sentir que todo lo que tenía para hacer con su cámara ya lo había hecho, entonces empezó a pintar y a desarrollar otros lenguajes. Ya no toma la cámara profesional, a lo sumo su celular si es que tiene ganas de captar algo. Lo que encontró fue el placer al hurgar imágenes en anticuarios y así fue llenando cajas y cajas con imágenes de personas desconocidas, de escenas montadas en estudios, de momentos que debían ser testimoniados por lo épico del acontecimiento. Imágenes en papeles y colores de otro tiempo.
Sobre ellas, el artista empezó a dibujar y fantasear historias, como la de la niña comunista. De toda esa producción, una selección de 60 piezas se exhiben con ese registro del absurdo y de lo insólito que hacen reír -como la mano pintada de un monstruo sobre el rostro de una señora con cara tensa-. Pero además de esos guiones escritos con el lenguaje visual, López también expone algunas ideas que siempre están reflotando en el mundo del arte, como la del valor de mercado, cuando se divierte imaginando: "Esto -y señala una imagen pequeña, de 9 por 13 centímetros- se podría vender en el mercado de San Telmo, como postal, a 200 pesos para los turistas y también el MoMA la puede comprar en cinco años por 20.000 dólares. Nunca lo sabremos".
Con su estética pop, colorida, desopilante y creativa, Marcos López vuelve a reimaginar el pasado con colores flúor, nítidos y extravagantes y personajes que cohabitan con personas y estéticas de otro tiempo. "Esta exposición -escribe a propósito de la muestra- se podría llamar El pasado, y el título funcionaría perfecto. Toda fotografía tiene que ver con el pasado. Hasta las selfis hechas con los teléfonos. Atrapar el recuerdo".
"Clásico y moderno" se puede visitar hasta el 2 de octubre, de miércoles a domingo de 14 a 20, con entrada gratuita, en la fotogalería del primer piso del Centro Cultural Borges, ubicado en Viamonte 525, CABA.
Con información de Télam