(Por Claudia Lorenzón). Manuscritos, correspondencia, distintas versiones de textos que Alejandra Pizarnik escribió a lo largo de su vida, así como los libros que nutrieron sus lecturas y collages forman parte del fondo documental que atesora la Biblioteca Nacional y se exhibirá a partir de mañana en una muestra que pone de relieve los complejos mecanismos creativos de una de las poetas argentinas más rupturistas del siglo XX y arroja nuevas luces sobre la belleza oscura de su obra, al cumplirse 50 años de su muerte.
"Entre la imagen y la palabra" se nutre del rescate de la obra de la autora, iniciada en 2007 por Horacio González, quien como director de la Biblioteca decidió que la institución adquiera 650 volúmenes que pertenecían a la escritora. Años más tarde, Myriam Pizarnik de Nesis, heredera y hermana mayor, decidió sumar otros 122 ejemplares y una importante cantidad de material de archivo, dice Evelyn Galiazo, curadora de la muestra.
En 2018 y gracias a una nueva donación de la familia de Pizarnik (1936-1972) llegaron a la biblioteca manuscritos y dactiloescritos originales, distintas versiones de textos corregidos a mano y pasados en limpio, correspondencia, notas personales, separatas y recortes de prensa; papeles que ella misma recortaba y clasificaba, contribuyendo activamente en la construcción de su propia imagen autoral y hoy forman parte de la exhibición.
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Fotografías en blanco y negro de la poeta abren la muestra con una imagen tomada por el escritor Enrique Pezzoni, que captó a la autora desplegando en el suelo un conjunto de muñequitos de papel; una foto premiada de Lucrecia Platt en la que aparece el rostro de la autora, con un cigarrillo en la boca, se suman en la exposición y otras de Pizarnik, de cuerpo entero, en juegos de una plaza, y frente a la casa en la que vivió con sus padres en la calle Montes de Oca, del 66, cuando regresó de París; completan las imágenes, fotos familiares de un coleccionista particular.
Un tríptico de "El jardín de las delicias", de El Bosco, el pintor flamenco que con su estilo gótico creó un imaginativo universo de símbolos e imágenes grotescas que parecen sacadas de una pesadilla, forman parte de las creaciones que impactaron en la autora. Un ejemplo de ello son "las figuras híbridas presentes en versos de "La viajera con maleta con piel de pájaro" donde aparecen fragmentos inconexos que recomponen imágenes nuevas y remiten a figuras que aparecen en distintos cuadros del Bosco", señala la curadora.
Una máquina de escribir de la autora, contiguo al tríptico de El Bosco, marca el umbral entre lo que sería la vida y la obra de Pizarnik, dando cuenta de que los papeles que aparecen del otro lado de la muestra son documentos que fueron parte de su intimidad, pero a la vez documentan sus procesos creativos, explica Galiazo.
La muestra transita además hacia un espacio lúdico, donde a partir de un pizarrón que encabeza sintagmas como "la casa del lenguaje" o "el palacio de la escritura" propios de la autora, invita a armar poemas con términos emblemáticos presentes en su poesía como la noche, la muerte, el jardín, el viento y la sombra, dando cuenta de la idea de que "la poesía es reescritura de distintas versiones y combinatorias de esos términos".
Un collage de objetos al que la curadora denomina Atlas rescata distintas imágenes y palabras tomadas de los manuscritos de la autora, de sus libros publicados, citas de sus diarios personales, de las cartas, de los poemas y cubiertos con acrílico, hay libros en su biblioteca personal -como "Reflexions sur la poésie" de Paul Claudel- y hay imágenes de distintos artistas que le gustaban mucho como las de Remedios Varo. y sus triciclos
Referencia fundamental de sus últimos escritos fue "Alicia en el país de las maravillas", dice la curadora en el recorrido de la muestra con Télam en la que aparece una imagen de la condensa sangrienta, palabras recortadas de sus manuscritos, referencia a obras de artistas que le gustaban especialmente como la obra El grito, del noruego Edvard Munch; y referencias al arte primitivo, a Chagall, dibujos de un libro del Art Brut, presente en su biblioteca personal, y un manuscrito de Antonin Artaud, uno de los poetas malditos, fundamental en su obra.
Esta sumatoria de objetos, palabras, manuscritos responde a la idea de Pizarnik de que "el pensamiento se dispara a través de imágenes no desde lo conceptual y se relaciona con que ella buscaba una poesía que fuera visual, la poesía del objeto, porque pensaba sus poemas como visiones", explica la curadora.
"El poeta comparte con el pintor la necesidad ineludible de hacer existir los objetos de su espíritu (imágenes, representaciones) las cuales exigen, a fin de existir con entera plenitud, la máxima precisión", señala uno de los textos expuestos.
Vitrinas con manuscritos, libros marcados por la autora, al igual que la entrevista a Margarite Duras, en Francia, y no fueron recopiladas en libros; entrevistas publicadas en la revista Sur, la entrevista a Roberto Juarroz en la revista Zona Franca donde habla de la pintura, una entrevista a Borges; reseñas y ensayos críticos sobre literatura y ocultismo que demuestran que además de escritora era crítica.
Los papeles de trabajo que recoge la muestra, "muchos con tachaduras y reformulaciones derriban la imagen de que la obra surgiera desde una escritura inspirada, sino que recuperan la idea del trabajo, de la perseverancia, de la lucha con el lenguaje, la lucha cuerpo a cuerpo por encontrar la palabra justa y a la vez tiene un impacto visual que se relaciona con sus métodos de escritura relacionados con la reescritura: como un collage, una intervención de la misma manera que se pensaban las artes plásticas, explica la curadora.
"Entre la imagen y la palabra" dialoga con la exposición "Infieles" del Museo del libro y de la lengua, pensada también en torno a la relación entre el lenguaje de la plástica y el de la escritura, donde pueden apreciarse obras de varios personajes de la cultura de los sesenta que tenían vínculos estrechos con Pizarnik como Manuel Mujica Lainez y Silvina Ocampo, por ejemplo. Sin ser una dibujante excepcional -o tal vez gracias a eso-, Pizarnik desarrolló un estilo particular. Asistió al taller del pintor catalán Juan Batlle Planas y expuso en varias galerías, recuerda Galiazo.
Si bien se ignora el paradero de la gran mayoría de sus obras plásticas, gracias a un convenio con la Biblioteca de la Universidad de Princeton, la muestra incluye digitalizaciones de los dibujos y collages conservados allí, además de dos originales que la poeta le obsequió a Ivonne Bordelois y Graciela Maturo. Con el objetivo de sacar de la invisibilidad esta faceta menos conocida de la autora, se exponen también obras de su maestro, Batlle Planas.
La Universidad de Princeton, en su área de Estudios Latinoamericanos, cobija la mayor parte de los materiales de la obra de la autora, sacados desde Argentina en barco en plena dictadura cívico militar, en los 70, por temor a su destrucción. Manuscritos y libros reunidos en diez cajas partieron del país en dos sacos, para que llegaran a manos de Julio Cortázar, en Francia, cuenta Galiazo.
Las personas a cargo de esta tarea, junto a la familia fueron Marta Moya, la última pareja de Pizarnik, y Ana Becciú, la albacea de su obra, editora en Lumen de las obras completas de la autora, quienes a partir de la muerte de Cortázar, decidieron junto a sus familiares que vayan a Princeton.
La muestra rescata el fanatismo de la autora por los objetos de librería con dos letras gigantes AP, hechas con insumos librería, como lápices, marcadores, biromes; y entre otros objetos personales, en una vitrina se exhiben muñecas antiguas que prestó la familia, una pulsera y una lapicera Jeffer plateada que es probable que haya comprado en Estados Unidos.
Entre los cuadernos presentes en la muestra, destinados a proyectos específicos, se destaca la famosa serie que compone el Palais du vocabulaire o PV, según las etiquetas identificatorias pegadas en las tapas; siglas que también aparecen en los márgenes de sus libros indicando los pasajes que habrá de copiar y que muchas veces terminan entretejidos de contrabando en su propia escritura. Metáfora de su empresa poética, el Palais du vocabulaire recopila citas de sus lecturas y comentarios textuales.
El público podrá apreciar también el cuaderno verde, compendio de fragmentos de muy diversos autores del canon personal de Pizarnik, transcriptos, interpretados e intervenidos con diferentes técnicas de dibujo, pintura y collage. Mencionado en la correspondencia y en los diarios, constituye un auténtico antecedente del libro de artista, estrechamente vinculado con el Libro de los pasajes de Walter Benjamin y con el Teatro proletario de cámara de Osvaldo Lamborghini.
Comparte con Benjamin las formas archivísticas de trabajo, la recolección y el fichaje de materiales heterogéneos. El gesto de la intervención artesanal y la conmoción plástica lo acercan al Teatro proletario de cámara. Combinación de escritura y decoupage, el cuaderno verde instala un dispositivo complejo que hace del texto un entramado de hebras y texturas y una serie de procedimientos de recorte y apropiación, destaca Galiazo.
La muestra que se inaugura mañana a las 19, se exhibirá hasta abril de 2023, en la Sala Juan L Ortiz, de la Biblioteca Nacional, ubicada en Agüero 2505.
Con información de Télam