(Por Emilia Racciatti) En "Ahora sabemos esto", de la escritora Adriana Riva, la lectura de "La Odisea" -el célebre poema épico griego atribuido al poeta griego Homero- reúne a una madre y a una hija en plena pandemia y ese encuentro reconfigura la conversación que mantenían hasta el momento, permitiendo nuevos pliegues en el vínculo para proyectar decires a través de una poesía que la autora construye con sutileza y originalidad sin dejar de lado las tensiones, la sensibilidad y la elocuencia.
Riva (Buenos Aires, 1980) escribió antes el libro de cuentos "Angst" y la novela "La sal" y con este trabajo, editado por Rosa Iceberg, incursiona en la poesía para hablar de una madre construida en torno a frases pronunciadas a través del tiempo que van dando sentido al mundo de la hija pero que, al mismo tiempo, van siendo repensadas en nuevos contextos.
"Cuando se despide/al teléfono dice/ ta lueguito/ y cuando me despide/ en el ascensor dice/ Adrianita/ tengo algo para contar/ entonces calla/ y yo bajo pensando/ en ese diminutivo/ inmenso", escribió Riva en un libro que tuvo un proceso de escritura a atravesado por "muchísimas" lecturas pero cuenta a Télam que "puntualmente" se acuerda de "Cleofé", de María Teresa Adruetto; "El ensayo de cristal", de Anne Carson y "El vespertillo de las parcas", de Arturo Carrera.
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Las voces de madres e hijas son parte de las ficciones de Riva, ya que en "La sal" la protagonista encaraba un viaje a La Pampa con su madre, su hermana y su tía y la familia, abordada como una memoria que se va tejiendo en los relatos y las anécdotas, era un eje central.
En el primero de sus libros, "Angst", los conflictos toman forma en vínculos familiares pero también contractuales o de amistad. Sin embargo, lo que predomina en los textos de Riva es la economía de la escritura para narrar las contradicciones de las relaciones que nos constituyen.
"Madre/no es lo mismo/que mamá", se puede leer en este reciente trabajo de la autora. En la contratapa la poeta, traductora y escritora Laura Wittner dice que "el camino está lleno de tropiezos y dificultades; el texto vuelve y vuelve. Las palabras se repiten, se repiten. La música de la repetición es el sonido del intento repetido. ¿Por dónde se entra? ¿Por dónde se entra a una mamá? ¿Por el humor, por el amor, por el dolor?".
-Télam: Es tu primer libro de poesía y el primero de poesía de Rosa Iceberg. ¿Cómo fue el trabajo de escritura? ¿Qué permitió la poesía que se diferenció de la escritura en géneros en los que ya habías trabajado como el cuento o la novela?
-Adriana Riva: Fue un trabajo de escritura mucho más lúdico y pausado. La poesía me permitió jugar con el lenguaje y hacer cosas que no me habilito tan fácilmente en la prosa. La repeticiones, por ejemplo, y por supuesto las rimas. Fue un trabajo más placentero, guiado muchas veces más por el oído que por la razón.
-T: En la contratapa Laura Wittner retoma esa pregunta por qué es una madre y pensaba que el libro tiene distintas pistas para pensarla o sobre cómo es esa búsqueda pero sin dudas está el lenguaje como forma de memoria. Parece ser eso lo que se busca o va reconstruyendo, ese decir o esos decires de la madre. ¿Qué te permitió descubrir de la memoria el libro?
-A.R.: Creo que confirmar, una vez más, que la memoria es una construcción. Lo que recordamos se vuelve real en tanto lo recordamos. Por eso tiendo a creer que es mucho más importante la memoria entendida como imaginación. Mi memoria es, a fin de cuentas, lo que imagino. Y esa memoria imaginada, construida, es lo más próximo a la realidad.
-T: En "El corazón del daño", María Negroni dice "mi madre siempre fue la dueña del lenguaje" y en "Ahora sabemos esto" la literatura es una forma de encuentro con la madre, como si también se tratara de una apropiación de su lenguaje, es su forma de nombrar el mundo lo que permite nombrarse. ¿Coincidís?
-A.R.: Me gustó muchísimo "El corazón del daño", aunque no recuerdo esa cita en este momento. En mi caso, no utilizaría la palabra "dueña" para hablar de mi mamá. Ella tiene marcas en su forma de nombrar como las tenemos todos, y mi búsqueda no es de apropiación sino más bien de traslación. Lo que intenté fue algo así como trasladar su lenguaje de casa al papel. Darle un nuevo contexto que, creo yo, lo resignifica.
-T: El acercamiento o la escena compartida por estas protagonistas, la madre y la hija, está atravesado por el habla y los decires pero también por los silencios: los que se enuncian (ahora no/después hablamos, el que cuenta/descuenta/entonces calla o nosotras nunca hablamos) y también los que impone la lectura del Ulises (La Odisea/es una historia/que nos transformó/en par. Por unas horas/deponemos las armas). ¿Ese ritual de lectura compartida te ayudó a reconfigurar la conversación con tu madre?
-A.R.: Si, sin duda, la lectura nos abrió un canal de conversación. Fue un puente para hablar de cosas que sin "La Odisea" de por medio no hubiesen surgido.
-T: Está la pregunta por qué las sostiene juntas y pensaba si el vínculo madre-hija no es una conversación que insiste y se transforma con los años pero siempre insiste y se perpetúa. El libro está dedicado a tu hija, ¿cómo pensaste ese pasaje? ¿Hay pasaje de una conversación a otra? ¿Hay una nueva conversación en ese universo que crea una madre con su hija? ¿El libro te ayudó a pensar o reinaugurar la conversación con tu hija?
-A.R.: Tengo tres hijas, pero Helena, a quien dedico el libro, es fanática de los mitos griegos. Cuando tenía cinco años, mamá le regaló una versión ilustrada de "La Odisea" llena de monstruos, pese a que el librero le desaconsejó terminantemente ese libro para una chica tan chica. A mi hija le encantó y a partir de ahí las tres empezamos a hablar de mitos cada vez que nos juntábamos. Se dio una conversación que saltea muros generacionales. Es más: muchas veces es mi hija quien habilita las mejores reflexiones y preguntas.
-T: Le agradecés a Laura Wittner y su taller, ¿cómo fue el trabajo en el taller y el pasaje posterior con Marina Yuszczuk que entiendo que fue la editora, no?
-A.R.: Laura fue imprescindible, no se me ocurre una guía más sabia y amorosa que ella. Y mis compañeros de taller también. Trabajé muchísimo mi escritura en ese espacio. El año pasado, en su libro "Nadadores lentos", Santiago Loza, que es uno de mis compañeros, escribió sobre Laura: "La poeta que coordina el taller tiene paciencia de orfebre. Desmenuza cada texto hasta su mínima expresión. Señala las rimas involuntarias, despeja las imágenes, sintetiza. Va corrigiendo palabra por palabra". Así funciona el taller de Laura, tal cual. Y después, con Marina, hicimos ese mismo trabajo una vez más, solo que el texto ya estaba más pulido. Fue un placer trabajar con ambas, a quienes admiro enormemente.
Con información de Télam