(Por Emilia Racciatti).- El peso de las palabras ronda en "Mi madre es un pájaro", la novela del escritor, guionista y productor de radio Diego Tomasi, a través de la búsqueda de un hijo en el pasado de sus padres, en sus vínculos filiales pero también en esos que se truncaron y los constituyeron, porque diferenciar entre lo dicho y lo que quedó retumbando del pasado es una tarea que requiere escucha y este protagonista está dispuesto a ese ejercicio aunque en el camino aparezca la extrañeza o la lejanía.
"Es muy difícil escuchar, escucharse hablarle al otro, detenerse en serio a prestar atención. Las personas solemos distraernos rápido. El interés por el otro nos dura poco y eso nos vuelve, muchas veces, circuitos cerrados. Entonces el discurso del otro se mete por pequeñas brechas, por rendijas que no podemos controlar. Algo de eso quise contar, porque se supone que el diálogo entre padres e hijos es lo más cercano, lo más natural del mundo pero muchas veces los huecos para que pasen las palabras se angostan muchísimo", dice el también autor de la novela "Mil galletitas".
"Mi madre es un pájaro" está editada por el sello editorial de la Universidad Nacional de Hurlingham y forma parte de la colección de literatura Transurbana. Es una apuesta por la potencia de las palabras desde los nombres que portamos, quién los elige, cómo los oímos, qué se puede leer en ellos, hasta las voces que quedan retumbando sobre lo que se va constituyendo como historia o relato familiar.
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De vuelta de Qatar, a donde fue a cubrir el mundial, Tomasi (Morón, 1982) intercambia mails con Télam sobre esta reciente obra, su trabajo con las palabras desde la radio -es uno de los columnistas y productores de El Destape- y la escritura -es autor de otros libros de ficción y ensayos y fue editor de la revista Witolda-.
-Télam: Entre tu primera novela y ésta hubo otros dos libros pero acá volviste a la ficción. ¿Qué implicó el desvío -si es que lo vivís así- hacia la investigación, el ensayo?
-Diego Tomasi: No lo vivo como un desvío. Si bien los libros sobre Cortázar y Riquelme son sobre personas reales y el registro es muy distinto a las novelas, siempre pensé esos dos laburos como si en algún punto fueran ficción. En particular el de Cortázar, donde el trabajo para recuperar su vida en Buenos Aires tuvo algo de narración ficcional. No porque los datos no fueran verdaderos -lo eran, de hecho- sino porque reconstruir una vida, cualquier vida, es de alguna manera contar una historia que podría no haber sucedido. Por otro lado, aunque había escrito "Mil galletitas" antes que "Cortázar por Buenos Aires", la novela se publicó en 2016 cuando ya había salido el libro sobre Román. Y el trabajo de edición fue en ese momento, con lo cual, técnicamente, trabajé las dos novelas una después de la otra. La mayor diferencia entre "Mi madre es un pájaro" y cualquier otro libro que haya escrito radica en el trabajo de edición que hizo Julián López. Que hicimos, digamos, porque fue un trabajo conjunto, pero su lectura, su atención a cada detalle, el cariño con el que cuidó cada decisión narrativa que yo había tomado, las preguntas que hizo, eso fue realmente lo distintivo. La novela no sería lo que es sin esa edición paciente, meticulosa y respetuosa.
-T: Uno de los ejes es la identidad que dan los nombres. El peso de los nombres de los personajes es tan fuerte que los determina. ¿Cómo se fue construyendo ese hilo?
-D.T: En todo el proceso de escritura de la novela me pareció que ese iba a ser un tema relevante. Pero no fue hasta que escribí un pasaje que se llama directamente Nombres que entendí que el peso de esas palabras era más fuerte que lo que había imaginado en principio. Ahí me di cuenta de que los nombres iban a dar no solo identidad a los personajes, sino que iban a llevar un poco la narración. Después extendí esa idea a las demás palabras, a los objetos y a partir de ahí intenté construir la historia. El narrador, que podríamos decir que también es el personaje principal, es el único del que nunca conocemos el nombre y ese hueco, que funciona no como intriga sino como signo identitario, me interesaba particularmente. Ahora pienso que hay otro personaje del que tampoco sabemos el nombre, la madre de Bruno, pero eso responde a que ese nombre fue olvidado. Un tema que también tiene que ver con la pregunta inicial. ¿Cómo se construye la identidad de alguien que se olvida del nombre de una persona que conoció y que fue importante para ella?
-T: Está planteado lo difícil que es el diálogo entre padres, madres e hijos. De hecho, recién al final y con ayuda de la consigna de la grabación, se produce el diálogo entre el hijo y su padre por ejemplo.
-D.T: Una idea no muy dicha pero presente en la novela es que es muy difícil dialogar. En general. Es muy difícil escuchar, escucharse hablarle al otro, detenerse en serio a prestar atención. Las personas solemos distraernos rápido. El interés por el otro nos dura poco y eso nos vuelve, muchas veces, circuitos cerrados. Entonces el discurso del otro se mete por pequeñas brechas, por rendijas que no podemos controlar. Algo de eso quise contar, porque se supone que el diálogo entre padres e hijos es lo más cercano, lo más natural del mundo, pero muchas veces los huecos para que pasen las palabras se angostan muchísimo. Las posibilidades narrativas de esa voluntad por ampliar esas grietas del discurso fueron las que me interesaron.
-T: En un momento Bruno dice que "hay algo de la escritura que se parece a deambular" y que "la escritura como todo acto del cuerpo, es un abismo". ¿Coincidís con esa idea?
-D.T: Escribir es un acto físico que muchas veces está puesto en una especie de lugar sagrado como si ocurriera mágicamente, como si las personas que escriben tuvieran una iluminación, y en verdad siempre es medio a tientas, medio a oscuras, como cuando uno entra en su casa y pone la mano en la tecla para prender la luz. Uno sabe que esa tecla está ahí, pero todas las veces -y subrayo todas- hay alguna inquietud. ¿Y si toco y no hay nada? ¿Y si la luz no prende? ¿Y si cuando apoyo mis dedos hay otra mano? En ese sentido, creo, juega lo del abismo. Al menos yo, que tengo planes o rituales para casi todas las cosas que hago en la vida diaria, me dejo cierta libertad para deambular cuando escribo una novela. Sé cosas específicas que quiero contar o creo saber el tono general,y después todo eso se va revolviendo, va mutando, van quedando como hilachas del tejido inicial hasta que la cosa toma algún rumbo concreto.
-T: Bruno, que no se anima a llamarse a escritor, dice "ni siquiera un escriba, un escribiente, un escribidor". Parece ser todo un paso decidir llamarse escritor, asumir ese oficio. ¿Cómo te llevás vos con eso?
-D.T: Sería bueno sentir un poco de pudor antes de llamarse a uno mismo escritor. Durante mucho tiempo lo hice y cada vez que me pedían un resumen de mi biografía ponía primero la palabra "escritor" porque me parecía que era más que ser alguna de las otras cosas que soy. Pienso que quizás es también una marca de juventud. Uno quiere ser importante para alguien. Con el paso de los años uno se da cuenta de que esas etiquetas no tienen mucho sentido. Menos para mí, que disfruto de escribir pero también de producir o de hablar. En cuanto a Bruno, es un personaje medio apocado que, entre sus muchas obsesiones, tiene la de no darse mucha importancia a sí mismo porque las que importan realmente son las palabras. No interesa si las escribe él. Me cae bien eso de Bruno.
-T: ¿Qué música, películas, lecturas te acompañaron en el proceso de escritura?
-D.T: Lo que más recuerdo es la lectura de unos textos críticos de Wislawa Szymborska, que ocurrió un poco antes del comienzo de la escritura pero que dejó una huella. Szymborska recibía libros todas las semanas y a todos los reseñaba, a todos les encontraba algún nivel de belleza. Son textos escritos, pareciera, con una sonrisa. Y eso me gustó tanto que terminé incluyéndolo en la novela, que además empieza con una cita suya. Por otro lado, la mayor parte de la primera versión de la novela fue escrita en el momento más áspero de la pandemia. Ese encierro fue el verdadero marco del proceso de escritura.
Con información de Télam