A 28 años de la muerte de Silvina Ocampo: "No soy sociable, soy íntima"

Se cumplen 28 años de la muerte de Silvina Ocampo, la cuentista más enigmática de la literatura fantástica argentina.

14 de diciembre, 2021 | 11.25

“No soy sociable, soy íntima”, decía Silvina Ocampo, la menor de seis hermanas de la familia Ocampo, una de las más ricas de la Argentina, o como ella misma se percibía, “el etcétera de la familia”. A Silvina no le gustaba que le sacaran fotos ni dar entrevistas y evitaba los eventos sociales. Cada vez que un periodista quería entrevistarla, se dice que pedía que no le preguntaran nada sobre su escritura y ni siquiera le interesó que sus cuentos fuesen traducidos al inglés.

Hermana de Victoria Ocampo, una de las agitadoras culturales más destacadas de la época, y esposa de Adolfo Bioy Casares y amiga de Jorge Luis Borges, de los escritores más reconocidos del país, Silvina eligió mantenerse en la periferia de las cosas y, muchos años después de su muerte, se convirtió en una de las escritoras más prestigiosas, enigmáticas y complejas de leer entre líneas de toda la literatura argentina.

Es muy difícil hablar sobre Silvina Ocampo. Mariana Enríquez fue la única que se animó a hacerlo en La hermana menor: un retrato de Silvina Ocampo. Ella destaca que no es una biografía, sino un retrato, porque hay tantos textos académicos sobre ella que fue imposible incluirlos a todos y porque, además, lo interesante de escribirla fue la contradicción y la ambigüedad que fue encontrando en los testimonios de todos los que la conocieron. “Es un personaje que se escapa todo el tiempo, y cuando vi que se me escapaba, dije: ‘Bueno, que se me escape’”, contó Enríquez durante una entrevista en el programa Los 7 locos

La hermana menor: un retrato de Silvina Ocampo, de Mariana Enríquez, se publicó en 2014.

Silvina falleció el 14 de diciembre de 1993 a sus 90 años, después de haber pasado sus últimos años con Alzheimer, postrada en una cama de su casa de San Isidro y bajo el cuidado de Bioy, a quien a lo último ni siquiera reconocía. A pesar de su decisión de mantenerse al margen, su forma tan particular de construir universos en sus cuentos a partir de personajes, espacios y situaciones surrealistas, retorcidas y en constante choque con lo posible y lo real, la llevó a ser, según el mismo Bioy, una escritora que no se parece a nadie más. Inspirada por construir mundos desde las imágenes, ya que la pintura era una de sus pasiones de la infancia, Silvina escribió Viaje olvidado (1937), Autobiografía de Irene (1948), La furia (1959), Las invitadas (1961), entre muchos otros más, consagrándose en el mundo de la literatura fantástica recién varios años después de su muerte. Pero para ella, el éxito era otra cosa: "Saber que uno ha conmovido a alguien".

Las edades son todas crueles

La niñez es un elemento clave en los cuentos de Silvina, así como la metamorfosis, la muerte, los objetos inanimados con cualidades humanas y las personas con identidades y géneros imprecisos. Cuando tenía 11 años, muere su hermana menor, Clara, que tenía apenas 6. Esto la marcó profundamente y se ve reflejado en sus cuentos, en los que retrata la infancia como un período de la vida para nada exento de la crueldad del mundo adulto. “Siempre pensé que las edades son todas crueles y que se compensan o tendrían que compensarse las unas con las otras”, escribe en su poema Envejecer.

Silvina pasa sus días de infancia en su casa de verano Villa Ocampo, fascinada por las empleadas domésticas y los mendigos y los nenes de la calle, a quienes dejaba pasar y les daba de comer. En una entrevista para La Nación, habla sobre la pobreza con morbo y hasta dice que le parecía “divina”. Esa compasión que decía tener por la clase baja nunca se transformó en “una acción social concreta”, explica Mariana, ni nunca demostró un interés por involucrarse en la política: todo lo llevó a sus cuentos.

Silvina Ocampo y Bioy tuvieron una hija, llamada Marta, que en realidad fue fruto de Bioy con una de sus amantes, pero ella la crió como si fuese su hija.

“Gran parte de la literatura de Silvina Ocampo parece contenida ahí: en la infancia, en las dependencias de servicio. De ahí parecen venir sus cuentos protagonizados por niños crueles, niños asesinos, niños asesinados, niños suicidas, niños abusados, niños pirómanos, niños perversos, niños que no quieren crecer, niños que nacen viejos, niñas brujas, niñas videntes”, escribe Enríquez. “Sus cuentos, protagonizados por peluqueras, por costureras, por institutrices, por adivinas, por jorobados, por perros embalsamados, por planchadoras… No hay período que la fascine más; no hay época que le interese tanto”.

Una persona disfrazada de sí misma

La relación entre Silvina y Victoria era intensa y conflictuada. Victoria fue una pionera de la cultura del siglo XX y una de las primeras militantes feministas del país. Le dedicaba su vida a la política, a la literatura y a las relaciones con personajes del ambiente. Fue la fundadora de la revista Sur, en la que participaron Virgnia Woolf, Albert Camus, Jean Paul Sartre y gracias a la que Borges se hizo reconocido. En su libro, Mariana habla sobre esta tensión entre las dos hermanas, tan unidas, y a la vez, tan diferentes la una de la otra.

Entre todas sus disputas, cuenta una en particular, cuando Silvina le prestó su único manuscrito de su primer libro de cuentos, Viaje Olvidado, y Victoria lo perdió. Cuando lo encontró, hizo una reseña que no dejó para nada contenta a Silvina: describió a sus cuentos como algo de mucha extrañeza, con recuerdos deformados de su niñez y transformados en algo perverso. “Me encontré por primera vez en presencia de un fenómeno singular y significativo: la aparición de una persona disfrazada de sí misma”, escribe Victoria. 

Seguida de esta anécdota, Enríquez recopila lo que Silvina le contó sobre esta situación a la ensayista Noemí Ulla. Sin nombrar a Victoria, le cuenta: “La persona a quien lo entregué perdió el manuscrito. Pasaban los días y no me decía nada. No le volví a dar otros cuentos. No advirtió la angustia que había significado para mí”. 

Silvina Ocampo con su hermana, Victoria Ocampo, que falleció en 1979 por un cáncer de laringe.

Otro punto de choque entre las dos era la política. Victoria era abiertamente antiperonista y su militancia estaba abocada al feminismo. Silvina, en cambio, se mostraba completamente desinteresada y ajena a la vida política, incluso a la lucha feminista. Cuando Noemí le preguntó su opinión sobre el voto femenino, impulsado por Eva Perón, se limitó a decir: “Confieso que no me acuerdo. Me pareció tan natural, tan evidente, tan justo, que no juzgué que requería una actitud especial”

Algo de monstruoso y de mágico

“¿No te parece maravilloso que una cosa cambie y se transforme en otra? Yo acepto esos cambios. Hay gente que los rechaza. Yo no. Me gusta ver cómo una cosa se hace otra; tiene algo de monstruoso y de mágico”, cuenta Silvina en una entrevista para La Nación, en 1987, cuando le preguntaron de dónde venía su fascinación por la metamorfosis, palabra que la llevó a hablar de su manera de sentir el amor.

“Cuando me he enamorado, me he entregado por completo. He sido sincera y he esperado que los otros también lo fueran conmigo. Pero los otros nunca son sinceros, nunca terminás de conquistarlos; siempre se reservan algo que uno no imaginaba”, expresa Silvina. “Desde chica yo era muy imaginativa y me ilusionaba con las cosas y las personas, hacía planes. Y después nada era como yo había creído. Las desilusiones me gustaban, y me gustan, porque cuando algo resulta distinto, aun cuando se trate de una decepción, siento que me sumerjo en un mundo desconocido. La desilusión tiene eso de excitante: lo imprevisto”.

Silvina Ocampo y Bioy se casaron en 1937.

Y escribe en La continuación, un cuento en el que la protagonista le escribe una carta de furia y despecho a su pareja: “Mi amor adquirió los síntomas de una locura. ¿Me afligí con razón porque realmente me engañaste? Esas cosas se saben demasiado tarde, cuando uno deja de ser uno mismo. Te amaba como si me pertenecieras, sin recordar que nadie pertenece a nadie, que poseer algo, cualquier cosa, es un vano padecimiento”. Al principio, parece ser una mujer dirigiéndose a su marido, pero en algunas partes, juega con ser un hombre, y al mismo tiempo, con ser una mujer llamada Elena, como quien en la vida real era la amante de Bioy, Elena Garro, explica Enríquez. Esta ambigüedad de la identidad y el género de los personajes se repite en varios de sus cuentos, así como los celos, la posesión, el desamor, la traición, el miedo.

Te tengo confianza mística

Silvina estaba casada con Bioy pero sabía y aceptaba que él tenía otras amantes y viceversa, pero ella parecía ser la que lo sufría más. Hasta se dice que lo esperaba horas sentada al lado de la puerta hasta que él llegara. Ella, en cambio, fue mucho más discreta, tanto que, hasta el día de hoy, hay muchos rumores sobre su sexualidad que no terminan de aclararse, como su supuesto romance con Alejandra Pizarnik, que se suicidó el 25 de septiembre de 1972, justo después de haberla llamado por teléfono y que ella no la atienda. En ese momento, atendió la empleada doméstica, y Silvina, que estaba muy ocupada armando un bolso para irse de viaje, le dijo: ‘Decile que no estoy’. Alejandra sabía que ella estaba ahí pero que no quería atenderla, y horas más tarde, la encontraron muerta en su casa.

Mariana investigó esto y, mientras las personas cercanas a Silvina lo niegan, el poeta Fernando Noy, amigo íntimo de Pizarnik, dice que se tapó todo para proteger la imagen de Silvina: “Es una vergüenza lo que han hecho. Alejandra no se suicidó porque estaba aburrida, se mató por amor. Lo dejó escrito. Pero no sé por qué insisten en cuidar a Silvina, cuando ella nunca pidió cuidado”, le dijo. Lo que sí se sabe es que Silvina tenía amantes hombres y mujeres. También se sabe que con Pizarnik eran amigas y formaban parte de un mismo grupo de amigos junto con Bioy, que por algunas cartas de ella a Silvina que fueron publicadas, parecería que él sabía del romance entre las dos, como una en la que pide que besara a Silvina por ella.

Silvina Ocampo estudió pintura y dibujo en París antes de dedicarse a la literatura.

“Silvine, mi vida (en el sentido literal) le escribí a Adolfito para que nuestra amistad no se duerma. Me atreví a rogarle que te bese (poco: 5 o 6 veces) de mi parte y creo que se dio cuenta de que te amo SIN FONDO. A él lo amo pero es distinto, vos sabés ¿no? Además lo admiro y es tan dulce y aristocrático y simple. Pero no es vos, mon cher amour. Te dejo: me muero de fiebre y tengo frío. Quisiera que estuvieras desnuda, a mi lado, leyendo tus poemas en voz viva. Sylvette, pronto te escribiré. Sylv, yo sé lo que es esta carta. Pero te tengo confianza mística. Además la muerte tan cercana a mí, tan lozana, me oprime. Haceme un lugarcito en vos, no te molestaré”, le escribe Alejandra.

No daba entrevistas, pero se permitía coquetear por teléfono si escuchaba una voz joven

En lo que todos los que conocieron a Silvina coinciden es que era una persona muy magnética, con un encanto muy particular, que atraía por su extrañeza y su misterio. “La seducción viene con la práctica. La gente me dice que soy seductora. Y no confío. Uno no puede confiar demasiado en nada ni en nadie”, dice Silvina en esa entrevista para La Nación.

A mí siempre me interesó el sexo y el amor. Cuando tenía veinte años me decía: ‘Ay, cuándo tendré cuarenta o cincuenta para no enamorarme más, para no desear más a nadie, para vivir tranquila, sin preocupaciones, sin celos, sin angustias, sin ansiedad’. Llegué a los cuarenta, a los cincuenta, y seguí enamorándome y deseando a la gente hermosa. Es terrible. Ahora el sexo me resulta tan interesante como cuando era chica y acababa de descubrirlo. A mí me importó siempre. Ahora también. ¿Cómo puede dejar de importar? Es una condena y un placer”.

Silvina Ocampo ganó algunos premios, como el Premio Kónex, en 1992, y el Premio Municipal de Literatura, en 1954.

La periodista María Moreno, de Página 12, logró entrevistar a Silvina en la década del 70 y se enamoró de ella. “En los años ‘70, Silvina Ocampo no daba entrevistas. Pero se permitía coquetear por teléfono si escuchaba una voz joven. No se negaba de entrada. Imponía condiciones, con la seguridad de que no serían cumplidas. A mí me propuso que le enviara un cuestionario donde ninguna pregunta tuviera que ver con la literatura. Yo, alentada por una voluntad irresponsable, lo logré”, escribe María.

“La entrevisté: Silvina Ocampo se sentaba en forma de esvástica, usaba piloto dentro de la casa y salía a la calle sin cartera. Me enamoré de ella. Y como juzgué que ese era un sentimiento reservado, dejé la cama matrimonial y me mudé a la habitación de mi hijo, que me miraba asombrado a través de los barrotes de la cuna. En esa época, la exageración y las relaciones prohibidas eran bien vistas. La entrevista duró cinco meses. Ella no cesaba de corregirla; yo, de ir a su casa con cualquier pretexto. Me le declaré. Me preguntó qué quería decir exactamente o, mejor dicho, exactamente qué quería hacer. Yo no tenía idea. Ella sonrió y dijo: ‘Sufro del corazón’. ‘Yo soy más linda que Alejandra Pizarnik’, le contesté y me fui dando un portazo”. 

¿Qué es el éxito? Saber que uno ha conmovido a alguien

Rara, seductora, una escritora distinta a todas, Silvina no llegó, sin embargo, a destacarse en el mundo de la literatura fantástica mientras estaba viva. Mariana explica en su libro que ella misma eligió mantenerse misteriosa y oculta de la vida pública, pero que, si bien no le importaba la crítica literaria, le hubiese gustado que sus cuentos le llegaran a más personas.

“¿Qué es el éxito? Saber que uno ha conmovido a alguien”, le escribe en una carta a su amigo escritor, Manuel Mujica Lániez. Y en esa entrevista con María Moreno, Silvina dice: “Escribo porque no me gusta hablar, para dejar un testimonio más de la vida o para luchar contra ese exceso de materia que acostumbra a rodearnos. Pero si lo medito un poco, diré algo más banal”.