Antonia conduce de regreso a La Silenciada, la casona familiar que se heredó por varias generaciones y que actualmente se encuentra abandonada entre los viñedos de Mendoza. La vieja finca es un punto de partida al descubrimiento de una historia familiar liderada por mujeres y que mucho por tiempo se mantuvo entre las penumbras de una sociedad que no brindaba mérito. Ese es el escenario que propone Mercedes Araujo en su nueva novela, Botánica Sentimental (Lumen) y sobre la que profundizó en diálogo con El Destape.
Con una narrativa que invita a profundizar sobre las costumbres, léxicos, gestos y dichos que son naturales en un grupo familiar, Araujo construyó una historia que pasea al lector por dos siglos completo de herencias naturales de los vínculos de sangre. Además, invita a reflexionar sobre el vínculo con la naturaleza, las catástrofes naturales y la visibilidad de las mujeres en la historia.
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- ¿Por qué elegiste escribir de una temática tan común para todo el mundo, pero a la vez tan compleja como lo es la familia y la muerte?
Son dos temas que forman parte de nuestra existencia y de nuestra forma de vivir también, además van un poco de la mano en la novela. La idea era contar estas historias a través de un sistema narrativo que incluyera generaciones y lo que va pasando de generación en generación: los legados, la génesis. La muerte es parte de ese sistema familiar y bueno, como son vínculos complejos y la muerte es un hecho tan difícil para para quienes estamos vivos surgió también la idea de trabajarlo en relación a los terremotos. Como que tanto la muerte como los vínculos familiares cada tanto explotan y producen o algo nuevo o algo que se liquida.
Esa fue la idea de la novela, trabajarla en tanto la relación con la muerte como la relación con la familia como algo que está en erupción y produce emociones muy fuertes. Y el hecho de elegir el lugar donde transcurre la historia fue antes de decidir esto, fue algo que cerró como un círculo perfecto.
- ¿Y por qué elegiste que transcurra en Mendoza?
Siempre tuve mucho interés por la fundación de la ciudad de Mendoza, que se funda sobre otra ciudad anterior que se había caído por completo en un terremoto. Ese terremoto que se cuenta en la novela, el de 1861, implica que cuando vos vivís en un territorio que es zona sísmica cada tanto la tierra se va a sacudir y se puede sacar de encima todo lo que le construiste culturalmente. Eso me parece también un tema interesantísimo para pensar la relación con la tierra, con el paisaje, con el territorio. Entonces a partir de esa curiosidad que yo tenía, y que me llevó a hacer mucho trabajo de archivo sobre cómo habían sido esos terremotos, es que empezó la novela. Después apareció la idea de trabajarla a lo largo del tiempo, ese mismo paisaje en diferentes épocas a partir de una casa y de una familia.
- ¿Cómo fue la construcción de tantos personajes en esas diferentes épocas que mencionás?
La verdad que fue un gran trabajo, algunos personajes incluso quedaron en el camino porque ya eran muchos. Hubo que hacer un trabajo también de decir bueno, ¿quién es quién? ¿cómo armo este sistema? Y sí, fue un trabajo lindo. Sobre todo los personajes que ocurren en un tiempo pasado, porque ahí es cuestión también de ponerse de acuerdo. Me pasaba horas con el caos. Era un trabajo de investigación, los personajes también se van armando con su época, con su contexto. Donde les toca vivir es un poco lo que forma el carácter, las posibilidades de esa vida, la tragedia en algunos casos.
- La historia está basada en generaciones de mujeres, ¿por qué esta decisión?
Fue una decisión, podríamos decir, política. Igual que la casa o la finca donde transcurre la historia se llama La Silenciada. Yo creo que es esa historia, la historia silenciada de las mujeres. Me pareció que era como un momento de que la historia la contemos las mujeres y desde ese lugar se fue armando. La posibilidad de que estas conversaciones generacionales fueran en palabras de ellas y que el conocimiento de las cosas estuviera en ellas me pareció súper importante. Fue una decisión política feminista.
Entender que esas mujeres existieron. Hay muchas partes de la novela que son de archivo, un archivo que hace juicio. Algunas son historias que realmente pasaron.
- La naturaleza es un recurso utilizado desde el título del libro, pero a la vez para relacionarlo con lo efímero de la vida: llega un terremoto y destroza todo lo que construimos por años en cuestión de segundos. ¿De dónde nace esta construcción? ¿Cuál es tu vínculo con la naturaleza?
Bueno, es una preocupación bastante importante que tengo en los últimos tiempos. Cómo ha sido que hemos llegado a este momento tan tremendo de destrucción de la tierra. No sé si todavía hay tiempo, digo si hay tiempo histórico para reponer lo que es el desastre que hemos hecho por pensar siempre por encima de la naturaleza. Esa cuestión de querer dominarla, pensar a la naturaleza como algo que tiene que ser dominado, muy propio del pensamiento colonialista. Los distintos personajes viven en ese ecosistema como si fueran un elemento más, no el principal. Somos animales con lenguaje y eso tiene que servir, pensaba yo, para pensarnos mejor, para ver cómo es realmente la relación con el ecosistema. Cómo nos marca ese sistema de vida, de vida vegetal, de vida animal, de vida mineral porque está la montaña, pero también están las estrellas, bueno en ese sistema es donde se termina integrando una forma de vida más. Quise remarcar eso, vivís o morís, pero dentro de ese ecosistema: vivimos todos en el mismo lugar y si no nos hacemos cargo, se nos acaba.
- A lo largo del libro se utilizan varios recursos poéticos que parecieran invitar a una reflexión constante. ¿Qué emociones tenías cuando lo escribiste? ¿Cómo fue ese proceso?
La escritura es un proceso arduo, es mucho trabajo. Siempre estoy muy a disposición del texto, pero también hay mucha alegría cuando te vas encontrando con estos hallazgos. A mí lo que me pasó a nivel sentimental fue ir en busca del hallazgo, de encontrar la forma de contar, que siempre es el de gran desafío: cómo se cuentan las pasiones, cómo se cuentan las muertes, las vidas, las relaciones. Hay momentos en donde es un poco difícil, incluso no las encontrarás, y otros momentos en que de repente se revela una forma de narrar. Para mí como escritora es ese camino: frustrarme cuando no aparece y alegrarme cuando sí.
También me atravesó mucho la relación con la tierra, con ese paisaje que a mí siempre me importó por más que yo no vivo en Mendoza desde hace como 20 años. Pero tengo siempre la idea de que para poder contar, hay que contar desde algún lugar en particular, como desde un territorio, desde una geografía y de ahí se articula ese sistema del cual las vidas humanas son parte. Para mí soy una escritora de estructuras, la novela tiene un trabajo grande que es que no se desequilibre.
La importancia de leer autoras
- ¿Cuáles son los libros que te marcaron a vos como escritora y como lectora?
Este libro en particular está marcado por un libro en particular que es Léxico Familiar de Natalia Ginzburg, tomé muchas notas y me di cuenta de esta idea de que en las familias existe como un lenguaje propio, una sintaxis propia y que eso se va pasando y es como parte del legado. Es una novela que tiene muchos años fue muy importante para este libro.
Después es importante como autora de Argentina leer a autoras argentinas. Silvina Ocampo y Sara Gallardo las he leído bastante así con lápiz en mano. De las contemporáneas también leo muchas que admiro, que me gustan como Selva Almada o Gabriela Cabezón Cámara. Me gustan siempre. Este este es mi desafío viste de los últimos años apostar por consumir más literatura de autoras. Darles ese lugar.
Hubo un momento, sobre todo en el siglo XX, donde el canon se armó solo en relación a las narrativas escritas por hombres, entonces hubo que desarmar todo eso. Todavía no terminamos de desarmarlo, pero creo que estamos en camino. Es importante empezar a darle lugar a esas cosas.