Cineasta, artista visual y escritora, Albertina Carri nació en Buenos Aires en 1973, es autora de celebrados filmes como Los rubios, Cuatreros o el pornográfico y celebratorio Las hijas del fuego, y toda su obra es un retrato íntimo y a la vez colectivo, que trabaja la construcción de la memoria, la identidad y la elaboración de la pérdida más allá de los relatos históricos sobre la experiencia de los hijos de desaparecidos por el terrorismo de Estado.
Lo que aprendí de las bestias (Random House) es su primera novela. En diálogo con El Destape la autora adelantó su último trabajo, para el que vuelve a su escenario favorito: el campo. Misceláneas dolorosas de una infancia partida y recuerdos e imágenes claroscuras de la protagonista componen esta imprescindible novela, un increíble debut que merece ser leído.
- ¿Qué lecturas soles visitar? ¿qué lugar ocupa la lectura en tu vida?
Leo de todo. Siempre estoy leyendo varios libros a la vez, hasta que uno se impone y abandono los otros, para retomarlos una vez terminado el favorito y a veces en ese trance se cruza otro nuevo, que me vuelve a tomar por completo. Lo que hace que algunos libros los lea en unos días y otros me llevan años, pero soy incapaz de no terminar un libro. Muy pocas veces me pasa eso. Supongo que es un rasgo obsesivo, porque con las películas me pasa lo mismo. Por muy malas que sean, necesito terminar de verlas. Por eso ya casi no veo cine actual. Puedo pasar meses sin ver cine, pero si pasan tres días sin que lea, la vida se me va amargando. Es un tiempo de silencio y de introspección que me ayuda a resetear el cotidiano.
- Sobre Lo que aprendí de las bestias, ¿cuál fue el desencadenante que te impulsó a escribirla?
No lo tengo claro. Siempre escribí y un día decidí trabajar sobre algunas escenas sueltas que estaban perdidas en cajones. A algunas de ellas había intentado darles forma de cuento, pero no me cerraban, siempre les faltaba algo. Así que un día me senté frente a la computadora y decidí intentar una novela. Eso fue hace varios años y en el camino me arrepentí muchas veces, porque fue un proceso emocionalmente agotador. Cuando escribo guiones, lo hago con estructuras e ideas muy claras. Tal vez me lleva años sentarme a escribir el guion, pero una vez que lo hago, la experiencia está tan llena de hallazgos, que todo es felicidad. Los personajes empiezan a cobrar vida y piden cosas por sí mismos. Inventan escenas, cambian el rumbo de la historia, se ríen de mis ideas.
En cambio con Lo que aprendí de las bestias, me negué a armar una estructura anterior y decidí dejarme llevar por la escritura, sin tener muy claro a dónde iba, y eso, por momentos, fue muy doloroso, porque entré en algunos paisajes realmente oscuros, que no imaginé que sin la mediación de la parafernalia del cine, me afectarían tanto. Es un trabajo que empecé y abandoné unas mil veces y ahora que lo terminé siento una levedad con respecto a mis deseos. De todas formas, puedo pensar que uno de los desencadenantes fue ser madre, porque los hijos te obligan a ordenar el relato. Podía mentirle, pero tenía que decirle algo, es la responsabilidad que asumí al ser madre. El silencio es una respuesta muy compleja para la estructura psíquica de un niño. Entonces decidí organizar algo de lo traumático que me habitaba, para poder contarle cosas a él, sin la carga del horror. Si bien es una novela de ficción, -lo que da mucho orgullo, porque convertir en ficción algunas escenas que vienen del campo de lo real, es más que un arte- es evidente que trabajo con elementos autobiográficos y si bien ya había trabajado en ese género en mis películas, este proceso fue mucho más riesgoso. En ese sentido, fue muy importante la llegada de Maga Etchebarne, la editora. Su presencia hizo que me vaya desprendiendo del texto y así comencé un camino mucho más lúdico que tormentoso.
- ¿Qué rol juega para vos la crítica que otrxs puedan hacer sobre tu trabajo fílmico y/o tu novela?, ¿por qué?
No sé. Hago cine desde muy chica. Son muchos años de críticas. De las buenas y de las malas. Fueron impactos fuertes en mi subjetividad, tanto las que dicen que mis películas son geniales, como las que dicen que mi cine no tiene ningún valor. Obvio, siempre es más lindo que digan cosas amables. Pero también entiendo que mi obra no es fácil. Mis juegos mentales y emocionales, no son sencillos de digerir y mi mirada sobre el mundo no es tranquilizadora, sino todo los contrario. Hago películas y escribo libros, para alertar sobre lo incómoda que es la vida para algunas personas. Tenemos una responsabilidad colectiva sobre esas vidas vulnerables y, aunque nada fue fácil para mí, entiendo que tengo un lugar de privilegio y tuve las herramientas económicas y emocionales para sortear catástrofes. Pero eso no alcanza y creo que la belleza que contienen la literatura y el cine, es una necesaria potencia vital para la vida en comunidad.
- ¿Tenés miedos? ¿a qué?
A la violencia. Pero no solo a la violencia mas obvia, que sería la física. Me da mucho miedo la violencia simbólica que ejercen los medios masivos de comunicación. Me dan mucho miedo los relatos abyectos que se encubren detrás de ideales tan banales como la paz y la alegría. Me da miedo el abuso y el mal uso del lenguaje. El capitalismo me da mucho miedo.
- ¿Qué opinion te merecen las plataformas de streaming?, ¿las elegirias como vehiculo para compartir tu arte? ¿consumís sus contenidos?
Hay algunas plataformas que tienen líneas editoriales muy interesantes. Incluso programan películas que no se podrían ver de otro modo, que ya nadie programa o que quedaron fuera del circuito debido a sus formatos. Pero estas que rescato no son las más populares; algunas de ellas, ni siquiera se pueden ver desde acá. Las más usadas en la Argentina no tienen ningún interés para mí y no las elegiría como vehículo para mostrar arte, porque no es eso lo que muestran, sino pura propaganda capitalista. Muy de vez en cuando cuelgan una película destacable, pero para llegar a ella, te fritaron el cerebro con un cine que nada tiene que envidiarle a esas películas que pasaban en canal 11 durante los 80, tipo Comandos azules. ¿O era en ATC? O las de Mojarrita, Delfín y Tiburón, durante los 70. Cada vez se hace menos cine y proliferan los relatos audiovisuales apostolados, y esas plataformas tienen una enorme responsabilidad sobre el giro evagelizante, que está tomando la industria cinematográfica.