(Por Carlos Aletto). "El pequeño Chartier ilustrado" es, como lo señala su subtítulo, un "Breve diccionario del libro, la lectura y la cultura escrita" que nace de la oralidad y la memoria del reconocido historiador francés Roger Chartier durante su estadía en la ciudad chilena de Valdivia en 2016 y aborda la "cultura escrita" desde múltiples entradas propuestas por el investigador que van desde "Apropiación", "Biblioteca" y "Borges" hasta "Xilografía", "Yo (literaturas de)" y "Zoología", tejiendo un apasionante léxico que dialoga con imágenes.
El libro, publicado por la editorial Ampersand, cuenta con una cuidada edición que resalta la travesura lingüística de incluir nuevamente la letra Ch de "Chile" y de "Chartier". Las imágenes que aparecen desde los primeros momentos de la escritura a los actuales emoticones de nuestras comunicaciones dialogan durante el recorrido de las entradas del diccionario.
Chartier, en charla con Télam, señala que los emoticones de nuestro mundo digital "son una forma contemporánea de la búsqueda de lenguajes no verbales capaces de expresar sentimientos, afectos o ideas" y explica, con su capacidad de recuperar la historia de la escritura, que "en el siglo XVIII, fue el caso con la lengua de los sordos y mudos o con el 'ballet d'action' de Noverre. En 1672 un libro intitulado 'Leer sin libro' publicado por Diego Enríquez de Villegas, proponía una lectura simbólica de los árboles y plantas. Las 'primeras representaciones gráficas' tal como los jeroglíficos son diferentes porque no eran solo pictográficas sino también fonéticas".
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-Télam: ¿La aparición de imágenes en diálogo con la semiótica de la palabra en la escritura actual genera mayor ambigüedad en la decodificación?
-Roger Chartier: No lo pienso así. La relación entre las imágenes y los textos se desplazó desde la concepción de los siglos XVI y XVII, que las consideraba como equivalentes para establecer comunicación, conocimiento y memoria, hasta la concepción que piensa la imagen como un suplemento del discurso escrito. En la primera perspectiva, que es la de Cervantes, las imágenes pueden narrar y los textos pueden pintar: "pintor o escritor, todo es uno" (Don Quijote, Segunda Parte, Capítulo LXXI). En la segunda, las imágenes pueden mostrar lo que el discurso no puede, por ejemplo, la simultaneidad entre diferentes acciones u operaciones. Cuando las imágenes son investidas con un suplemento de sentido ausente en que ilustran o que las inspiró, puede establecerse el diálogo entra ambas formas de expresión. Es lo que se debe enseñar a los usuarios del mundo digital.
-T.: ¿Cuál es el mayor cambio en el soporte de lectura desde las arcillas de los sumerios a los e-books?
-R.CH.: El mundo digital instaura más que un "cambio". Por primera vez en la historia de la cultura escrita el soporte de la inscripción y transmisión de lo escrito (o de las imágenes) no se encuentra asociado con un contenido particular: una obra o una serie de textos. La pantalla no es un libro, la pantalla no es una página sino un muro o nuestra mirada cambiante de un muro (como escribió Antonio Rodríguez de las Heras), y el universo digital es mucho más que una colección de e-books. Es un error creer que un libro se reduce a su contenido semántico. En el libro definido como objeto y como discurso, la materialidad del texto (el formato, la disposición, la encuadernación) son elementos no verbales que contribuyen a la construcción del sentido y hacen visible el libro como una arquitectura textual en la cual cada elemento (una parte, un párrafo, una sentencia) ocupa un lugar propio y desempeña un papel articulador en la narración o la demostración. La forma digital borra estos dispositivos. Favorece la autonomía del fragmento, somete los libros como discurso a las prácticas de lectura plasmadas por las redes sociales e ignora la estructura material del libro impreso que da cuerpo a las obras y puede abarcar en una misma unidad material varios libros.
-T.: ¿Y cuál es la diferencia central entre e libro y el e-book?
-R.CH.: La diferencia entre el libro y el e-book ilustra la diferencia fundamental entre lógica digital, que es una lógica temática, jerárquica, algorítmica y que permite encontrar rápidamente lo que se busca, y la lógica de lo impreso, que es una lógica de los lugares y del viaje y que permite encontrar lo inesperado, lo desconocido. Los lectores de libros perciben consciente o inconscientemente esta diferencia, ya que prefieren todavía comprar y leer libros impresos: en todos los países del mundo salvo Estados Unidos los libros electrónicos representan menos de 10% del comercio del libro. Pero, en el mundo digital, la mayoría de los lectores no son lectores de libros.
-T.: ¿La escritura digital de alguna forma condiciona a la lectura de distintas lenguas?
-R.CH.: Las formas gráficas propias de tal o tal lengua (acentos, tildes, etc.) son partes de su identidad y en el mundo de la escritura digital muchas veces se ignoran o borran. Los teclados y escritos sin acentos o tildes son la primera manifestación del imperialismo lingüístico que caracteriza el mundo globalizado.
-T.: ¿Qué característica le imprimió la exclusividad durante siglos de la Iglesia Católica a la escritura de Occidente?
-R.CH.: "Exclusividad" es una palabra demasiada fuerte. Si es verdad que duraderamente la Iglesia controló la enseñanza, desde las universidades hasta las escuelas primarias, y que una parte importante de la producción impresa se dedicó a la publicación de escritos religiosos, es verdad también que desde la Edad Media la escritura fue también política, administrativa, notarial, literaria y cotidiana. Es lo que muestran a claras los historiadores de la cultura escrita tal como Armando Petrucci o Michael Clanchy. Es lo que indica también el desplazamiento de la noción de repertorio canónico desde su primera definición religiosa, aplicada a los libros de la Biblia y a los Padres o Doctores de la Iglesia, hasta la constitución de listas de obras expresando las literaturas nacionales o recopilando los materiales escolares.
-T.: ¿Es por lo antes dicho que el objeto libro tiene un prestigio per se, sin importar el contenido?
-R.CH.: Tal vez porque en su definición tradicional el libro no es solamente un discurso sino también un objeto material, un "opus mechanicum" como decía Kant, que identifica un texto cuyo estatuto es diferente de los textos desprovisto de la misma importancia, dignidad o poder. Es lo que explica también el uso mágico. Este poder se lee en el texto bíblico, con la doble mención del libro comido, como aparece en Ezequiel III, 3, "Y el Señor me dijo: Hijo del Hombre, tu vientre se alimentará de este libro que te doy, y tus entrañas serán colmadas. Yo me comí ese libro, se volvió dulce en mi boca como la miel". Y se repite en el Apocalipsis de san Juan, X, 10: "Tomé el libro de la mano del ángel y lo devoré, y estaba dulce en mi boca como la miel; pero apenas lo engullí, me supo amargo".
El Libro dado por Dios es a la vez amargo, como lo es el conocimiento del pecado, y dulce porque es promesa de redención. "La Biblia", que contiene este "Libro de la Revelación", es un libro poderoso, que protege y conjura, aparta las desgracias y aleja los maleficios. En toda la cristiandad, el libro sagrado ha sido objeto de usos propiciatorios y protectores, que no suponían necesariamente la lectura de su texto, sino su presencia material en la cabecera del enfermo o de la mujer que está pariendo. En toda la cristiandad, igualmente, el libro de magia se encuentra investido por esta carga de sacralidad, que otorga saber y poder a quien lo lee.
- T.: La B del diccionario Chartier tiene a Borges, ¿cómo ve usted su figura en el universo de la cultura escrita?
-R.CH.: Borges escribe en un prólogo a Macbeth: "Art happens (el arte ocurre), declaró Whistler, pero la conciencia de que no acabaremos nunca de descifrar el misterio estético no se opone al examen de los hechos que lo hicieron posible". Si Borges tiene razón, cada uno puede y debe participar en el examen de estos "hechos" que dan a ciertos textos, y no a todos, la fuerza del encantamiento. Sus ficciones han acompañado, en cada una de sus etapas, mi trabajo dedicado a la historia de la cultura escrita y, en particular, una de ellas: "El espejo y la máscara".
Como en una modelización implacable, pero inspirada por la gracia, Borges hace variar aquí todos los elementos que rigen la escritura y la recepción de un mismo texto. Tres veces el poeta Ollan regresa ante su rey victorioso para ofrecerle una oda de alabanza. Y tres veces cambian la composición del auditorio (el pueblo, los doctos, el soberano solo), el modo de publicación del poema (leído en voz alta, recitado, salmodiado), la estética de su creación (imitación, invención, inspiración) y la relación entre las palabras y las cosas, entre los versos del poeta y las hazañas del rey, inscripta sucesivamente en el régimen de la representación, de la "ekphrasis" y de lo sagrado. Con el tercer poema, que consiste en un único verso, murmurado y misterioso, el poeta y su rey conocen la belleza. Deben expiar este favor prohibido a los hombres. El poeta había recibido un espejo por su primera oda, que reflejaba toda la literatura de Irlanda; luego una máscara para la segunda, que tenía la fuerza de la ilusión teatral. Con la daga, que es el último presente de su rey, se da muerte. En cuanto al soberano, éste se condena a errar por las tierras que antaño fueron las de su reino. Al invertir los papeles, Borges es el ciego que nos hace ver, en el fulgor poético de la fábula, que siempre las magias de la ficción dependen de las normas y de las prácticas de lo escrito que las habitan, se apoderan de ellas y las transmiten.
Con información de Télam