(Por Josefina Marcuzzi) Con una escritura desafiante que se interna en lo rural, los parajes y lo animal, la escritora catalana Irene Solà, autora de "Los diques" y "Canto yo y la montaña baila" visita por estos días Buenos Aires para presentar sus novelas en la Feria del Libro, y en ese marco se refiere al carácter lúdico de sus historias, a la ruralidad como un campo vasto y enriquecedor para explorar lo universal: "Fue un click importante para mí entender que puedo escribir literatura contemporánea, crítica y con una mirada feminista, pero eso no tiene por qué estar pasando en medio de Nueva York", dice a Télam.
Cuando era apenas una nena y crecía en el seno de una familia rural que vivía de la ganadería, en un pequeño pueblo llamado Malla, en el municipio de Barcelona, Irene Solá supo que tenía intereses artísticos y literarios que deseaba explorar cuanto antes.
A los 18 años decidió dejar su tierra para vivir una experiencia en Barcelona, más tarde se mudó a Reikiavik, en Islandia, y culminó su paso por grandes ciudades en Londres, donde realizó una maestría en Literatura, Cine y Cultura Visual en la Universidad de Sussex.
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Fue en búsqueda de un recorrido que le diera experiencias para acceder a cierta "universalidad" y así escribir historias, pero ese procedimiento le devolvió un interés que, como un boomerang, la regresó al nido: lo rural, los parajes, la vida en el campo, lo animal.
En sus libros hablan las nubes. Hablan las setas y las vacas. La autora la da voz a quienes no tienen voz real y lo hace mediante una prosa que permanentemente desafía al lector y lo expone a la sorpresa una y otra vez: de repente un poema, más tarde dibujos y hasta fotografías en medio de una novela.
La escritora catalana de sólo 31 años triunfa con historias ambientadas en el lugar en el que nació. "Canto yo y la montaña baila" (Anagrama) se llevó el premio de Literatura de la Unión Europea para España y el premio Llibres Anagrama, mientras que "Los diques" (Alto Pogo) ganó el Premio Documenta. En su paso por Buenos Aires, conversó con Télam sobre el carácter y las claves literarias de sus novelas.
- Télam: Tanto en "Los diques" como en "Canto yo y la montaña baila" hay un tratamiento muy detallista y protagónico de lo rural, en la primera más evidente. ¿Cómo es tu relación con lo rural y también con lo urbano?
- Irene Solà: Desde que nací me crié en un entorno rural y mi padre aún hoy se dedica a la ganadería. Yo fui una niña muy feliz en ese contexto, pero también con intereses muy diversos: escribir, dibujar, hacer arte. Cuando comencé a escribir empecé a pensar en historias universales, trascendentales. Sentía que para conectar con el lector contemporáneo me tenía que marchar, vivir en grandes ciudades y escribir en ellas. Quería ir a Barcelona, a Londres, a Nueva York.
A los 18 años me fui a Barcelona y fui muy feliz; luego me fui a vivir a Islandia, y me encantó. Luego me mudé a Inglaterra, viví en Brighton y en Londres. Desde ahí me fui moviendo... y todo eso me fascinó. Me encantan las ciudades muy grandes. Pero me pasó que empecé a girar la cabeza y a darme cuenta de que tal vez en ese momento me interesaba escribir sobre otras cosas, de que había ciertas posibilidades o violencias que se daban en un contexto que no era el urbano que a mí me interesaba. Y tal vez fue al marcharme, al mirar otros sitios desde la ciudad, que tuve la posibilidad de ver eso. Fue un clic importante para mí eso, entender que puedo escribir literatura contemporánea, crítica y con una mirada feminista, pero eso no tiene por qué estar pasando en medio de Nueva York o los personajes usando Instagram.
- T: En ambas novelas hay una construcción coral, en donde los personajes son humanos pero también son animales, son paisajes, son elementos. ¿Cómo se les da cuerpo y entidad?
- IS: Desde el inicio de "Canto yo y la montaña baila" hubo una idea de tener perspectivas no humanas, esta idea de mirar el mundo desde otro lugar, una historia concreta que pasa en ese trozo de mundo desde todas las perspectivas posibles. "Los diques" fue un poco la semilla de esa idea. Lo que hago con estos personajes es construir una piscina de conocimientos, anécdotas, información, lecturas y vivencias de personales. Llenarla de todo eso, y cuando está medio llena, pues ponerme a nadar. Nadar es escribir. Y encontrar una puertecita por donde meterme a construir esas voces, ya sea la del corzo, la de una seta, la de una señora que vivió hace más de 300 siglos. Y a partir de ahí empezar a escribir.
Vivía en Inglaterra cuando escribí ambas novelas, y trabajaba en un centro de arte. Y me acuerdo en un momento que estaba leyendo en la pausa del trabajo unos documentos, y una compañera me preguntó qué estaba leyendo, muy interesada... y yo, entre risas, le conté que estaba leyendo un manual de ganadería. Y la chica se quedó como... "¿Qué? ¿Acá en Londres leyendo un manual sobre vacas?" Y finalmente en la novela usé, no sé, cuatro cositas de ese manual. Pero me sirvió mucho para ir entrando en la voz del personaje de la vaca de "Los diques". Fui a los sitios sobre los que estaba escribiendo, hablé con personas que saben cosas que yo no sé, y fui llenando esa pecera.
- T: Hay una mirada cinematográfica preponderante, una forma de narrar en la que las escenas se van encastrando como en un montaje. ¿Hay una intencionalidad en este sentido?
- IS: Estudié bellas artes, por lo tanto aprendí a crear o a escribir o a desarrollar mis proyectos desde un contexto de arte contemporáneo. Estoy de acuerdo en esto de que hay cierta visualidad, ciertas imágenes, la misma idea de empezar esta novela desde la perspectiva de unas nubes. Mirar una montaña desde arriba, desde un plano picado, mirar el personaje desde ahí y también hay muchas influencias de artistas y directores de cine. En donde más reconozco la influencia del arte contemporáneo y mi formación como artista en mis novelas es en el proceso. Yo no elijo qué tipo de novela voy a escribir antes de escribirla. No decido qué va a pasar, qué personajes van a haber. Lo que me pregunto es qué me interesa, qué cosas quiero aprender, qué preguntas quiero hacer y a qué sentimientos y reflexiones le quiero dedicar mi energía los próximos años. Y a partir de aquí empiezo a investigar mucho y voy entendiendo qué quiero contar y cómo lo quiero contar.
- T: En tu obra hay un registro de lo lúdico, del juego. En "Los diques" sorprendés al final, con las fotos, pero en "Canto yo y la montaña baila" aparecen en el medio del libro con ilustraciones y poemas en medio de un registro de prosa. ¿Qué intención hay con esto?
- IS: Estos gestos tienen mucho que ver con cada proyecto, son gestos que tienen sentido en ese contexto, no son cosas que haga de manera intencionada para sorprender al lector. En "Los diques" la novela se divide entre estas escenas del día a día durante un verano en el que Ada regresa a su pueblo después de haber vivido afuera, y luego están los cuentos de supuesta ficción que Ada escribe usando el material de su vida. El juego entre supuesta realidad y supuesta ficción del libro y el modo de narrarlo es casi palpable, casi físico. Como si yo estuviera tocando lo que pasa: esta es Ada, esta es Ada haciendo tal cosa, esta es la computadora de Ada. Como intentar que el lector las toque con la nariz. Y para mí esto se parece o se relaciona al momento en que miramos fotografías, abrir un álbum. En "Los diques" está continuamente este juego, preguntarse de dónde salen las historias, a quién le robamos cuando contamos una historia.
La premisa en "Canto yo y la montaña baila" es diferente, tiene que ver más con la voz, con la perspectiva, con esta idea que el mismo momento, el mismo espacio y la misma situación va a ser vista, vivida y explicada de maneras diferentes según quien lo viva. Y si a eso le añadimos seres no humanos, eso se amplía aún más. Mover esos límites. ¿Cómo ve esas situaciones un corzo, que no tiene nada que ver con un ser humano, que no tiene ni el lenguaje ni la estructura mental para entender lo que está viendo?
- T: La idea de la muerte también está de fondo en las dos novelas, aunque de un modo medio lúdico, despojado de solemnidad. Personajes que hablan y aparecen desde el más allá ¿Con qué objetivo?
- IS: Sí, esta idea de jugar con la literatura está también explorada en narrar "desde el otro lado". Esta posibilidad te permite poder hablar de la muerte, de la guerra o del sufrimiento de una manera que no podrías hacerlo hablando "desde este lado". Las voces de quienes transitaron la muerte tienen una experiencia que no tienen los vivos, que entienden la muerte como el final. Así la entendemos porque no sabemos exactamente qué hay después: lo imaginamos, deseamos ciertas cosas, pero no lo sabemos. Entonces la muerte nos puede parecer a menudo trágica o final. Pero en este intento de hablar desde muchas perspectivas, y no solamente desde perspectivas humanas, me permito reflexionar sobre la muerte de otra manera. En el primer capítulo de "Canto yo..." el hombre muere y todo sigue desde la perspectiva de las nubes. Me interesaba trabajar con este optimismo cruel de la existencia, en el sentido de que la muerte es una tragedia para ese personaje y para su esposa. Pero un segundo después las hierbas crecen, las setas crecen, las nubes siguen, todo continúa. Hay una energía que sigue, y sigue, y sigue. Y eso da miedo y a la vez es una suerte: que nunca nada se pare por nadie. 80 años para nosotros es un montón, pero 80 años para una montaña es, pues, una broma. La perspectiva del tiempo y el valor de las cosas es diferente y trabajar estas ideas para mí era un camino fundamental a explorar.
Con información de Télam