"Hay mucha muerte y mucha vida, uno no existe sin la otra. No hay luz sin oscuridad, son contrastes necesarios. La posibilidad de la ternura y del cuidado son también la posibilidad del choque y de la violencia, de la tragedia, están como pegados todo el rato", dice la autora catalana Irene Solà a propósito del clima que sobrevuela en sus novelas, donde la ternura y la violencia se funden con sutileza para dar lugar a imágenes de gran potencia visual.
- T: Ninguna de las dos novelas tiene una estructura de introducción, nudo y desenlace. ¿Cómo fue esa decisión? ¿Fue caótica la construcción de esas líneas argumentales que no siguen una línea recta?
- IS: Fue bastante orgánica. La estructura de las novelas es relativamente libre. Pero a la vez, en "Los diques", por ejemplo, decidí al principio que se iba a estructurar en un verano. En lo que ocurría entre junio y septiembre. Presentarlo como un trozo de vida durante un verano, una continuación de cosas que van pasando. En el caso de "Canto yo y la montaña baila" sabía que iba a haber una historia que cosería, que uniría todas las voces. La historia de la familia, de Hilari y Mia. Y antes de escribir decidí que cada personaje iba a tener solamente una aparición. Nadie tendría dos oportunidades para contar su historia. Y por ende tenía que tener mucho cuidado en dónde los colocaba para que dijeran lo que tenían que decir bajo un sentido literario. Pensé las voces como si estuvieran construyendo una montaña de sonidos, y la historia de Hilari y Mia como una vena, como un río subterráneo que cosía todas las historias. En cada capítulo ese río subterráneo está por debajo, a veces más presente, otras menos. De repente sale a la superficie y se vuelve a esconder, en otros capítulos lo ves a lo lejos.
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- T: Hay muchos momentos de belleza, de ternura, de cariño en ambas novelas, como temas que atraviesan ambas historias. ¿Hay una intención en este sentido?
- IS: Sí que hay una intención en ambos de explorar literariamente lo que las palabras pueden amasar, y tocar dentro de nosotros como lectores en muchos sentidos. Hay muchas partes de luz, de ternura, de conexión, y a la vez muchas partes de violencia, de muerte y de oscuridad que para mí van muy unidas. Hay mucha muerte y mucha vida, uno no existe sin la otra. No hay luz sin oscuridad, son contrastes necesarios. La posibilidad de la ternura y del cuidado son también la posibilidad del choque y de la violencia, de la tragedia, están como pegados todo el rato.
- T: Me parece que hay un tratamiento muy sutil del feminismo, vas dejando pistas en ese sentido, pero no pareciera haber una postura abiertamente feminista...
- IS: Creo que ambas novelas son abierta y profundamente feministas. Lo que no son es bandera. En su construcción y profundidad y en las reflexiones que plantean hay una mirada absolutamente feminista. Entiendo lo que dices y comparto, no hay una intención de reivindicarlo como la primera cuestión porque es algo intrínseco a mi manera de escribir, a mi manera de ser y a mi manera de mirar el mundo. Está tan metido adentro que puede parecer sutil. Se construye todo a partir de esa mirada. Gran parte del juego de las voces en "Canto yo y la montaña baila" es eso: vayamos a mirar el mundo desde más de una perspectiva. Esto de matar al héroe protagonista en la primera página, porque esa historia ya la sabemos. No queremos saber la historia de este hombre, guapo, protagonista y padre. Ya la sabemos esa historia, nos la han contado millones de veces, vayamos por favor a mirar otras. Las reflexiones sobre quiénes han escrito la historia, qué voces se han escuchado y qué voces no se han escuchado. Creo que la raíz pasa por ahí.
Con información de Télam