Abandonaron la literatura para convertirse en artistas visuales: huellas de una particular mudanza

28 de mayo, 2023 | 11.36

(Por Mercedes Ezquiaga).- En su primer libro "Mudanza", la mexicana Verónica Gerber Bicecci se identifica como una artista visual que escribe y, junto a textos autobiográficos, enlaza las narraciones de vida de cinco figuras internacionales que abandonaron la literatura para convertirse en artistas visuales, una suerte de árbol genealógico de su propia práctica que va desde la francesa Sophie Calle, que busca materializar lo escrito en acción, hasta el sueco Öyvind Fahlström, quien buscaba transformar el sonido de los animales en versiones acústicas de la escritura.

El libro, editado en la Argentina por Sigilo, reaparece en librerías argentinas 13 años después de su publicación original aunque en su debut, en 2010, ya había marcado el momento exacto en que la autora se definió una determinada búsqueda que siguió explorando en sus intervenciones para museos y galerías, y también puede rastrearse en sus siguientes libros como la novela "Conjunto vacío" o en la antología de textos "En una orilla brumosa. Cinco rutas para repensar los futuros de las artes visuales y la literatura".

Es posible pensar en "Mudanza", entonces, como una exploración autobiográfica del quehacer artístico de la autora, pero también en la indagación personalísima sobre el acto de escribir y, por sobre todo, como un ensayo sobre la relación entre la literatura y el arte, la intersección entre ambos universos, una suerte de tercer lenguaje donde imagen visual y escritura son una unidad, y que la autora define como "caligrama expandido".

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"Me sigo definiendo como una artista visual que escribe porque plantearlo así es un intento por capturar una práctica que concibo en movimiento y transformándose constantemente. Pero sí hay en mi práctica un eje gravitacional que persiste, el puente que une la idea de 'visual' con 'escribe'", explica a Télam Gerber Bicecci.

En esta suerte de filiación que la autora plantea, aparecen cinco curiosas historias de vida de escritores que abandonaron la idea tradicional de la literatura para expandirse a otros soportes como la escultura, la performance o la instalación, como el caso de Öyvind Fahlström, un nieto de suecos, nacido en Brasil, que a los 11 años viajó a a visitar a sus abuelos a Europa, un verano de 1939 en que la guerra estalló justo después de su llegada y le impidió regresar a casa. Volvió a ver a sus padres nueve años después. Fahlström -cuenta la autora- abandonó la literatura para buscar versiones acústicas de la escritura, un "poeta acústico" que pretendió traducir los sonidos y cantos de la naturaleza, el ulular del búho, el arrullo de la tórtola, el trisar de la golondrina, mientras inventaba palabras de ese nuevo idioma: "glug. glur. glurg. gulp. glup. blup. / tap. (ta)tarra. twang".

Tal vez uno de los casos más conocidos sea el de la francesa Sophie Calle, quien realizó sin saberlo una práctica similar a la que antes había hecho Vito Acconci (a quien Piero Manzoni convirtió en escultura, al estamparlo su firma en la espalda). Calle se convirtió en paseante secreta, persiguiendo a desconocidos al azar por la calle, Más tarde el escritor Paul Auster la transformó en uno de sus personajes de "Leviatan", el de María Turner, que vive en una buhardilla.

"Comparto con los personajes de este libro la necedad por el absurdo", confiesa en una parte del texto Gerber Bicecci, quien también incluye las historias de vida del mexicano Ulisés Carrión, del estadounidense Vito Acconci y del belga Marcel Broodthaers, quienes también expanden los límites de la literatura.

- Télam: En el primer ensayo autobiográfico del libro te referís a "una literatura sin palabras, una literatura de acciones". ¿Concebiste este libro como una performance escrita?

- Verónica Gerber Bicecci: Me gusta mucho la idea que propones: que este libro sea una partitura. Pero en su momento no tuve la lucidez de pensarlo así. Cuando lo escribí tenía en mente, más bien, escribir un libro que fuera solo texto y, al mismo y tiempo, que fuera solo imagen. Es decir, hacer algo parecido a la écfrasis: hacer una descripción animada de las imágenes (las obras de arte) a través de la escritura.

- T: ¿Qué te cautivó de los artistas cuyas vidas elegiste contar en "Mudanza"?

- VGB: Hay un montón de conexiones para ser encontradas o descubiertas por quien lea (ojalá). Pero una de las cosas que me cautiva de Acconci, Calle, Carrión, Fahlström y Broodthaers es que en sus obras visuales persiste una especie de lógica (si es que es posible llamarla así) literaria o lingüística o gramatical. Por otro lado, sus búsquedas cuidan siempre la relación entre contenido y contenedor. Es decir, no trabajan con temas y formas por separado sino que estas se interconectan conceptualmente.

- T: ¿La narración de la historia de estos escritores -que como vos se mudaron a las artes visuales- es una manera de rastrear tu filiación o árbol genealógico artístico?

- VGB: En mi caso fue al revés: me formé como artista visual y después la escritura se volvió la estrategia central de mi práctica artística. El texto que abre el libro ("Ambliopía") y el texto que lo cierra ("Ambigrama"), ambos escritos en clave testimonial, intentan justamente hacer eso que tu señalas: mostrar 'pruebas' para ser 'aceptada' en la genealogía artística a la que deseo adscribirme. Algo así.

- T: ¿La mudanza se vuelve un lugar permanente para una artista visual que escribe?

- VGB: Sí. El movimiento para mí es a la vez duda y cuerpo. Es también hacer consciente una y otra vez la perspectiva y sesgo desde el que miro. Sin mudanza no sabría cómo cuestionar mi mirada.

- T: El libro se presenta como "ensayo sobre la relación entre la literatura y el arte", una intersección entre ambos universos. ¿Cómo llamás este "tercer lenguaje" donde imagen visual y escritura son una unidad?

- VGB: Caligrama. Pero lo caligramático como una noción expandida o rota (como diría Foucault), que va, digamos, de la práctica milenaria hasta el meme (y sigue transformándose). El caligrama es mudanza perpetua y sigue siendo la palabra con la que mejor puedo pensar la intersección entre la literatura y las artes visuales (pero también la voz, la tecnología y el cuerpo).

Con información de Télam