(Carlos Daniel Aletto) Desde el título, la nueva novela de Claudio Zeiger "Infancia en Mataderos" plantea una tensión entre el imaginario de la niñez y un barrio marcado por la violencia, componiendo un retrato del fin de la infancia que refleja momentos de la historia argentina y se centra en las fronteras entre barrios, clases sociales y edades.
En la novela publicada por Emecé, Zeiger crea una historia que es a la vez pequeña y gigante. El narrador presenta el contexto geográfico e histórico del barrio de Mataderos, luego se enfoca en la casa familiar y, finalmente, en los personajes, especialmente la madre y el abuelo Juan, quienes son el centro de historias emotivas pero sin caer en la melancolía común en los libros sobre la infancia. Zeiger no solo utiliza una prosa hipnótica para contar la historia de la familia, sino que también profundiza en su barrio, sus vecinos, el hospital Salaberry y la violencia en la Argentina, desde ese otro "Matadero" de Esteban Echeverría hasta la muerte a balazos del cura Carlos Mugica.
A medida que el narrador se va convirtiendo en un escritor moldeado por su infancia, nutriéndose de la ficción que su madre le regala, se observa en el presente que su escritura será un regalo para los lectores. A pesar de ser (o de sentirse) diferente a sus compañeros, este chico logra hacerse respetar por sus compañeros y establecer sus propios límites dentro y fuera del colegio.
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Zeiger, nacido en 1966 en Buenos Aires, editor del clásico "Radar Libros" de "Página 12" y autor de la colección de cuentos "Verano interminable", en "Infancia en Mataderos" incorpora los elementos más destacados de la tradición literaria argentina. No se limita solo a la representación artística de la violencia, sino que también configura una identidad nacional. A través de la presentación de las familias, el lector argentino es transportado a su propia historia personal, junto con personajes icónicos como Mafalda de Quino; Bernardo, el mudo del Zorro o con hechos clave como la Muerte de Perón o el asesinato del padre Mugica.
Télam: ¿Cómo abordaste en la novela las tensiones entre infancia y Mataderos, dos construcciones colectivas opuestas?
Claudio Zeiger: Creo que cuando uno se dispone a escribir sobre la infancia con la perspectiva del adulto, el mayor riesgo que se corre es el de idealizarla. O se idealiza una infancia feliz o se va al otro extremo, el de la infancia desdichada. En cualquier caso, depende de la memoria, de los recuerdos filtrados por la literatura. Y ahí, en mi caso, entra la otra variable, la de Mataderos. Por un lado, responde a la experiencia real de mi infancia en el barrio y la escuela de Liniers. Pero elegí aprovechar además la inmensa mitología que tiene acumulada el barrio desde fines del siglo XIX hasta los años 70, cuando muere el padre Carlos Mugica en el quirófano del Hospital Salaberry en mayo de 1974, dos meses antes de la muerte de Perón. Mugica había sido baleado a la salida de una misa y fue llevado moribundo hasta ese hospital del corazón de Mataderos. Creo que en ese episodio se condensa esa enorme mitología de sangre, luchas y ascenso social del barrio. Así que la elección del título de la novela, tan precisamente temático, es tratar de haber sido muy claro acerca de lo que quiero transmitir: una infancia en Mataderos, narrada desde la confluencia de lo personal, lo familiar y lo histórico político.
T.: ¿Qué papel juegan, como lector y como escritor, los límites del barrio, de la edad y de las clases sociales?
C.S.: Mi vivencia y la reconstrucción literaria del barrio es la de una experiencia de frontera. Como fronteras internas. Una calle divide Mataderos de Liniers. Vivíamos a pocas cuadras de la General Paz, una verdadera frontera interna de Buenos Aires. La reflexión acerca de las clases sociales divididas por matices, por sutilezas entre los vecinos, es una reflexión actual que hice a partir de pensar cómo llegaban las historietas de Mafalda a nuestra casa, un poco misteriosamente. Estaban ahí, como perdidas, ya leídas y releídas, deshojadas. Nos identificábamos con Mafalda. Mi viejo acumulaba Citroens como el padre de Mafalda. Mi madre era muy parecida a la mamá de Mafalda. ¡Éramos como la familia de Mafalda! Con el tiempo llegué a entender que éramos una familia de clase media tirando a baja, pero como había muchos libros y discos y otros consuelos simbólicos en casa, eso nos elevaba frente a nosotros mismos. Bueno, todo esto también está desarrollado en la novela, es pura materia narrativa.
T.: ¿Cómo se describe la formación del escritor de esta historia a partir de su infancia, ese "barro" del que proviene?
C.S.: Está la dupla barro-barrio. Arman una secuencia, aunque las calles estaban asfaltadas en la época de mi infancia. Pero "Infancia en Mataderos" es indudablemente un viaje, un viaje al origen más que al pasado, de eso no tengo dudas. El barro es una metáfora del origen. Escribí durante varios meses de 2021, todavía en condiciones de bastante encierro, en mi casa, que se convirtió también en mi estudio de trabajo. Tardes enteras viajaba al origen, como viajamos ahora, por internet, por la notebook. Y eso fue entretejiendo la escritura del libro. En un momento cerraba los ojos y visualizaba la casa de Mataderos con nitidez, y también otras casas significativas de mi infancia. Y después lo escribía. Si hay algo que aprendí a hacer con este libro, es a recuperar la fuerza de la descripción de las cosas materiales.
T.: ¿Cómo se construye la historia del Hospital Salaberry, un espacio que parece adquirir características de personaje en la novela?
C.S.: Efectivamente, creo que la clave es que mientras escribía, el Hospital Salaberry se convirtió en un personaje. Nació en 1912 y las ambulancias eran tiradas por caballos. Murió asesinado por la dictadura militar que lo demolió en 1982. En 1974 sucedió lo de la muerte del Padre Carlos Mugica en el quirófano, ya había sido asesinado por la Triple A en Villa Luro. Yo tenía una investigación previa hecha acerca de la historia del hospital, cuando todavía no era la infancia el eje del libro. Yo creo, con el libro terminado y publicado, que para mí la clave del hospital en la novela fue poder vislumbrar un lugar donde tarde o temprano se manifestará el dolor. Yo creo que mi infancia fue feliz, muy feliz. Pero que desde chico yo era consciente de que en esa felicidad estaba agazapado el dolor. Lo viví cuando empezó el secundario y me desarraigué violentamente. Tenía que atravesar la ciudad a las seis de la mañana. Pasaba todos los días frente al Hospital Salaberry. Lo vi deteriorarse año tras año desde el colectivo 104. Pero todo en la vida tiene un sentido. Ese atisbar el dolor me iba a servir para abrir mi literatura a los otros. Yo hablo un poco de mí, sí, pero "Infancia en Mataderos" está entretejido por las voces y las historias de los otros.
T.: ¿En qué medida la inclusión de la figura materna como portadora de la ficción en tu obra refleja una cuenta pendiente personal?
C.S.: En verdad. la historia empieza antes de este libro, cuando escribí "Los inmortales" donde la figura tutelar es la del padre. Mi padre marca mis primeras filiaciones a una literatura ideologizada y a una cultura de izquierda. Y de hecho, "Infancia en Mataderos" empieza con el relato de su muerte el 17 de marzo de 2018, que en la vida real nos llevó a una casa de velatorios. En la novela, mi madre me reprocha en sueños que nunca escribí sobre ella y sí sobre mi padre. Contar la historia de mi madre, y sobre todo contar la historia de mi madre antes de ser mi madre, era una cuenta pendiente. Mil veces lo intenté. Y ahora por fin lo pude concretar. La segunda parte del libro está dedicado a imaginarla y a recuperarla. Y como no puedo con mi genio, además elaboré una teoría de mi madre como el origen de la ficción en mi infancia. Otra vez, el origen. Pero yo creo en esta especie de teoría, como también creo en la teoría de la infancia que en cierta forma está contenida en las últimas páginas del libro. Pero lo importante para mí es que todo esto nace de la experiencia real, que eso es lo intransferible. No digo autobiografía, digo experiencia real, que incluye lo imaginario. Y pienso que la infancia es la etapa más imaginaria de nuestra vida. Todo es irreal. Subo la apuesta: mi madre de aquí en adelante es un personaje imaginario que completa a esa mujer divertida y dramática que fue. Podés inventar veinte distopías, pero si no tuviste una infancia plena y vecinos de realismo mágico, en el fondo no tenés nada para contar. Ése es el origen del escritor.
Con información de Télam