Clara Obligado y su experiencia como tallerista: "Me ayudaron a escuchar y a ver muy rápido al otro"

27 de noviembre, 2021 | 18.58

Novelista, ensayista, editora y docente, Clara Obligado (Buenos Aires, 1950) asegura, en "Una casa lejos de casa", que "escribir consiste no tanto en exhibir las certezas, como en omitirlas", y esa parece ser una de las improntas con las que trabaja en sus talleres en España, los que se conformaron en una institución en la que hoy recibe a un centenar de alumnos.

Bisnieta de Rafael Obligado, el poeta del Santos Vega, y nieta del también poeta y escritor Carlos Obligado, la autora de "Petrarca para viajeros" tuvo que dejar el país por la dictadura militar de 1976, en su juventud, y más de 40 años después recuerda cómo esa época marcó en su impronta la potencia de la política como posibilidad de transformación.

"Era muy fácil ser peronista en mi juventud, era un movimiento juvenil impresionante. Más que a Perón le debo mucho a Paulo Freire, a quien llegué por el peronismo. Fue quien me hizo ver la cultura de abajo y hacia arriba. Mi generación tenía unos presupuestos que hoy siguen siendo de vanguardia", reflexiona antes de volver a Madrid donde la esperan las clases y la escritura.

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-T: ¿Qué herramientas te dieron los talleres al momento de escribir?

-C.O.: Me dieron casi todo al momento de escribir: los entiendo como podía entender Aristóteles el pensamiento, he acompañado procesos de escritura y me han ayudado a escuchar, veo muy rápido al otro, lo que me está diciendo lo puedo interpretar en otro código. Es un lujo y es uno de mis problemas actuales: debería bajar el trabajo pero me encanta. Tengo cerca de 100 alumnos. Trabajo con mi hija, un español y otra argentina. Cada uno hace su propia medida, más no puedo contener en mi cabeza. Creo que uno aprende con el tiempo a hacer las cosas en una medida.

Con los talleristas armamos un libro donde cada uno escribió sus días en los primeros meses de la pandemia: hay historias terribles, cómicas, y salió en España hace unos meses. La literatura fue una lugar de contención en esos días, teníamos 10 minutos llamados "el quejódromo" para contar nuestra vida y después volvíamos a la escritura. Sentíamos que nos hundíamos y la cultura nos daba armas para seguir flotando.

-T: Contás que hubo un momento en el que decidiste vivir de la literatura, encontraste otro equilibrio y pagaste por él. ¿Cómo lo recordás?

-C.O.: Fue un momento divertido, no tenía nada de dinero. Me fui sola, con 9 kilos de equipaje y 1000 dólares. Era plena dictadura, me fui porque si no me iban a matar y llegué a un país absurdo. Odié España los primeros años con toda mis fuerzas. Empezamos a vivir la cultura de la muerte: la tortura, la desaparición, la pérdida estaban todo el tiempo. Pensé "puedo vivir ahí pero si me instalo en esto, me ganaron". Construí un pensamiento utópico positivo: dije no sé si las cosas van a ir bien pero actúo como si fueran a ir bien. Eso me ayuda a construir una utopía positiva. Instalarse en la queja me parece una pésima idea. Empecé a defender mis utopías que tienen que ver con la cultura. Me siento parte de una generación que ha mantenido ciertos ideales, los míos tienen que ver con la cultura. Tienen que ver con creer que podemos salir adelante.

-T: Tu abuelo y tu bisabuelo pertenecían a la Academia de Letras, vos armaste un espacio de talleres. ¿Creés que se encuentran esas dos mundos?

-C.O. Sí, sería injusta si solo denostara mi origen familiar, me crié con una biblioteca maravillosa, parte de la biblioteca de Rafael Obligado estaba en mi casa. Me crié en un mundo muy culto, mi padre leía el Quijote todos los años y recibí de ellos el amor por la literatura. Mi madre leía novelas románticas, son dos maneras de leer. Ese placer al leer me lo transmitió. Toda esta literatura de raigambre popular que se supone que está al margen la he leído siempre. Tengo una manera de leer nada cerrada, académica.

Con información de Télam

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