Con los cines argentinos cerrados por la expansión de coronavirus, desde el Ministerio de Cultura, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) y la señal CINEAR TV, lanzaron un sistema federal de estrenos para acompañar este atípico período. En esta variada cartelera de los jueves llegó "Yo,adolescente", un drama de exploración juvenil ambientado en el verano posterior a la tragedia de Cromañón. Detrás de la película, hay una novela mucho más rica y cruda escrita por Nicolás "Zabo" Zamorano. O simplemente "Zabo" según la autodenominación que utiliza en sus redes sociales.
Pese a los desperfectos técnicos que acompañan esta nueva comunicación virtual, ocurre el saludo inicial y comienza el intercambio entre entrevistado y entrevistador. Detrás de "Zabo" hay una silueta de un cantante pop famoso con el pañuelo verde que pide por la Legalización del Aborto. Esa intervención artística rebelde es un sello que atraviesa su relato y cala profundo en cualquiera que lo transite. La experiencia se potencia si el auditorio es adolescente.
- El COVID-19 obligó a que el estreno de la película basada en tu novela “Yo, adolescente” se mudase al mundo virtual, ¿cómo vivís esta medida?
Es raro. La verdad es que con este clima y mi personalidad depresiva tengo sentimientos encontrados. Con el elenco de la película habíamos flasheado una alfombra roja para el estreno y bueno, pasó lo que estamos viviendo ahora.
Por otro lado, también apoyo la idea romántica de que un proyecto que arrancó gratis, termine gratis y con un lanzamiento para toda la Argentina. Es lindo si lo pensas desde esa arista.
- “Yo, adolescente” nació como unos escritos tuyos en Fotolog, a tus 16 años. ¿Cuándo empezaste a dimensionar que el material podía hacerse película?
Las reacciones de la gente fueron primordiales. Cuando tenía 16 años jamás pensé que alguien podría querer publicar mi novela, no creía que pudiese interesarle mas que a quienes lo consumían en Internet. Con el fenómeno que provocó la novela “Abzurdah”, pude encontrar un público afín a estas historias.
Con respecto a la película, me encantó que se pudiese ampliar el universo del libro. Hubo un laburo muy mano a mano con Lucas Santa Ana (director) sobre qué hacer y cómo hacerlo. Cuando él vio la novela y se encargó de armar un guión, de pronto me encontré con cosas mejor potenciadas que lo que había escrito inicialmente.
- Tanto la novela como el libro parten de un eje clave: El impacto de Cromañón en la vida adolescente de la década del 2000. ¿En dónde estabas cuándo ocurrió la tragedia?
El mismo 30 de diciembre estaba en un recital de Árbol en Lomas de Zamora, en el Auditorio Sur. En medio del baile y durante una de las canciones, alguien prendió una bengala y al instante pararon el show e hicieron una bajada. Algunos aplaudieron y les gustó la medida, otros los trataron de caretas. Cuando salí del recital me encuentro con las 72 llamadas pérdidas de mi vieja. Ella sabía que me iba a un recital de Árbol pero no tenía idea en dónde era. Sumado a la confusión inicial de los medios, que primero decían que se trataba de una bailanta, luego de un concierto de rock, fue una imagen que se me quedó grabada para siempre y fue el punto de inicio para escribir la novela.
- Fue un quiebre en la vida cultural adolescente de ese momento
Lo más loco es que cuando tenía trece años podía caer en un boliche con una remerita de ‘Pokemón’, comprar éxtasis y no pasaba nada. De golpe cuando estaba a punto de tener la edad legal para obtener esas cosas, desde los espacios culturales nos mandaban a las ‘matinee’. Fue una regresión muy grosa que nos llevó a hacer cosas peligrosas como pibes, nadie pretendía quedarse sentado sin hacer nada hasta cumplir los dieciocho años. De hecho, entre las imágenes que tengo recuerdo a gente picando Redoxón en un baño, haciendo cualquiera.
- Pensemos que durante la adolescencia a todos nos cuesta expresar lo que nos pasa, lo que sentimos. Si añadimos este componente de descontrol a la ecuación, el resultado puede ser desastroso.
Sí. También hay que decirlo, yo era un chico muy retraído. Todo lo que no podía hablar lo comunicaba desde las canciones que escuchaba. Recuerdo que usábamos el MSN para decir qué es lo que estábamos pensando o para contar con música tu estado anímico. Cuando ponía algo de ‘Radiohead’ me preguntaban si estaba bien, si me sentía deprimido. Existían esos códigos, ahora no queda mucho de eso. Desde ese lado viví la regresión: La música siempre habló por mí y los recitales eran la herramienta que tenía para descargarme, llorar, gritar, bailar.
- En ese aspecto la película se vuelve muy personal. ¿Creés perdida esta comunicación a través de la música?
Antes había emocionalidad con la obra, ahora tenemos esa emocionalidad con los artistas. Antes no se sabían muchas cosas sobre aquel músico que te gustaba, ahora sabés mucho más y construís tu pensamiento sobre él o ella a raíz de sus posturas en diferentes temas. ¿Qué le gusta?, ¿Qué batallas da? Después tenés aquellos que no escuchan la obra, pero les cae bien un artista. Esto no pasa demasiado al revés: no hay mucha gente que piense que Gustavo Cordera es un pelotudo e igual lo escuche. Se te cruzan otras cosas por la cabeza cuando descubrís que tu artista es un forro. La conexión con la obra es secundaria, cosa que no pasaba antes.
- Igual hay batallas que todavía nos cuestan. Por ejemplo, cuando hablamos de Michael Jackson: hay pruebas que demuestran que fue un pedófilo, pero nos cuesta imaginar un mundo sin sus canciones.
En ese caso siento que es diferente. Tenemos esa sensación cruzada que nos dice ‘yo no puedo apoyar a Michael Jackson’ y la verdad es que ya está muerto. Que te guste su obra no lo va a hacer ni más rico ni más pobre. Si esa canción está involucrada en tu vida, no quiere decir que estés apoyando a un pedófilo. ¿No le querés dar difusión? Poné sesión privada en Spotify y nadie se entera que lo estás escuchando.
"Yo, adolescente" ya puede verse gratis en CINE.AR PLAY hasta el jueves 30 de julio.