(Por Milena Heinrich) McKenzie Wark es ensayista y profesora, nació en Australia -aunque hoy está instalada en Nueva York- y escribió "Vaquera invertida", una obra de "autoficción" que también es memoria del yo y de la cultura queer desde su juventud en los años 60, en la que la narra una versión de sí misma antes de su transición de género como forma de habitar un lenguaje y un cuerpo envuelto en el misterio de un umbral todavía desconocido: "Es un libro sobre la disociación", dice.
En la evocación y en la memoria, McKenzie Wark (1961, Australia) encontró la posibilidad de develar el movimiento y el deseo que experimentó su cuerpo mientras buscaba "la verdad del sexo", como hombre gay a veces, como hetero otras, ninguna de esas ahora. Porque como dijo el filósofo Paul B. Preciado "esta sería una autobiografía sexual si McKenzie Wark no hiciera estallar la presuposición de que el sexo y el género son binarios y que el sujeto es uno e indivisible".
En "Vaquera invertida" (Caja Negra), su primer libro traducido en el país, Wark presenta un relato de su vida como varón desde su juventud, contexto emblemático de corrientes contraculturales, urbanismo, florecimiento de comunidades periféricas, como el hippismo o el glam. Con la precisión poética de una documentalista, registra sus memorias sexuales en un texto que recrea la experiencias de las redes sociales y sus posteos y se potencia entre citas e ideas que provienen de la academia y del arte.
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La narración es una autobiografía de un lenguaje que Wark ya no habita. Un cuerpo en estado de sensación permanente, entre el placer y el displacer, ese cuerpo que con los años activaría en sí mismo una modificación: la transición del yo varón al yo mujer. "Mi cuerpo no estaba en la literatura. Debía encontrar el lenguaje, una gama de sensaciones, su fisicalidad", dice en una entrevista con Télam sobre este diálogo que transmuta el cuerpo en texto y el texto en cuerpo para inventar algo distinto.
"Cambié mi presentación, cómo me visto y también el terapeuta, y al ser capaz de hacerlo, intenté escribir este libro durante mucho tiempo y traté de descifrar el género. En español, es la misma palabra género artístico y género sexual ¿no? Yo también los descubrí juntos, los tuve que averiguar al mismo tiempo", dice McKenzie, que comenzó su transición en 2017 cuando decidió tomar hormonas para modificar su "base material".
Hace unos días, la autora visitó Argentina para participar del Filba: fue su primera vez en Buenos Aires y sonreía "emocionada" por el interés que recibió su llegada y su texto tan personal y político a la vez, muy distintos a sus libros académicos, que se ubican en la intersección entre cultura, medios y tecnología. Pero aquí Wark llegó como parte de una comunidad que vive en "los márgenes" y que lidia con la amenaza de su supervivencia y sustentabilidad a lo largo del tiempo, y por eso considera fundamental "crear posibilidades y espacios de lectura y escritura dentro de la comunidad trans".
En "Vaquera invertida" la escritura está sellada en carne viva, impúdica, provocativa, maleable como el cuerpo que está abierto, expandido en la búsqueda. Es una historia distinta, que no está mediada por la violencia explícita que a veces se ubican en este tipo de memorias. "Sentí -explica- que tenía que escribir mi propia versión de diferentes tipos de experiencia trans, porque leí muchas de las memorias trans tradicionales y ninguna de ellas me ayudó, no me encontré. Tampoco creo que mi experiencia sea necesariamente tan común pero pensé que si ésta es una versión de ser trans, hay muchas otras historias que podríamos contar, una gama más amplia que la narrativa tradicional".
El cuerpo es plástico y es la base material del yo y Wark lo habita mientras lo descubre. Así lo escribe en el libro: "Este cuerpo, por primera vez, logró convencerse no sólo a sí mismo, sino a otro, de que ya no hablaba el lenguaje masculino. Tendrá que descubrir cómo hablar otro lenguaje del cuerpo". En ese proceso no es ajena a los escenarios sociopolíticos que ejecutan la represión de todo lo que escapa a los cuerpos normativos, y por eso advierte el peligro de los sectores conservadores o "del poder real".
-Télam: En el libro está latente la posibilidad de dejar de existir ¿sólo se existe cuando se sabe lo que se quiere?
-McKenzie Wark: La paradoja de este libro es que trata principalmente sobre mi género y comienza con la muerte de mi madre. Y la respuesta es que no lo sé, así que estoy escribiendo el próximo para averiguarlo. Lo primero que cuento es cierto: yo tenía seis años y mi padre dice ´oye, tu madre acaba de morir´ y ahora sé que la palabra para eso que me ocurrió es disociación. Yo no estaba allí y había algo en esa experiencia de desaparecer del mundo que también se convirtió en un hecho central de mi ser y esa es una experiencia muy común debido a que sí sucedieron cosas así en mi vida. Te disocias, simplemente no estás ahí y sientes atracción por las experiencias límite.
Así que el libro trata sobre el aprendizaje a través de la disociación y la necesidad de experiencias muy poderosas de encarnación para volver de ella. Hay un juego entre presencia y ausencia. El sexo y las drogas eran el tipo de intensidad en la que sentía que todavía existía. Y yo siempre estoy en peligro de no existir, no lo digo de manera suicida en absoluto, sino en el sentido de estar disociada.
-T: Decís que en los 60, 70, 80, décadas en las que se centra esta narración, no había formas de nombrar ciertas formas o devenires de la existencia humana, ¿Cuántas otras se nos escapan en el presente y llegarán en el futuro?
M.W: Había formas de ser trans en los años 60, 70 y 80 pero yo no sabía acerca de ellas y después de salir del armario me encontré con mucho de eso que me perdí. Hay una forma en que todo tipo de minoría en la vida puede perder su historia. Entonces, la mala noticia es que probablemente reinventemos todas las viejas formas de ser trans sin saber que ya sucedieron. La política de todo esto es hacer que la vida trans sea acumulativa para que no reinventemos todo una y otra vez. Y a eso apunto en mi trabajo intentando crear una comunidad para las personas trans.
El problema es que en el mundo anglófono nos hicimos muy visibles en los últimos 10 años. Si bien eso es bueno porque las personas trans pueden encontrarse, también es malo porque ahora estamos bajo ataque, así que vamos a tener que aprender a ser un poco más astutos y menos visibles. Creo que vamos a tener que aprender a escondernos de nuevo para que no nos maten. Me gustaría pensar que podríamos revolucionar el género, pero primero tenemos que sobrevivir a la contrarrevolución que está ocurriendo en muchas partes del mundo. Argentina es de avanzada con este tema pero eso no hace que sea más seguro estar en la calle. Me gustaría pensar que hay un futuro en el que realmente cualquiera pueda pensar que el género es solo una de las cosas que modificas acerca de tu estar en el mundo.
-T: ¿Por qué es objeto de ataque?
-M.W: Es una minoría muy conveniente. Las personas trans somos la punta de lanza porque no tenemos mucho poder y mucha gente ni siquiera nos ha conocido, por lo cual es fácil crear demonización. Cualquier cosa que tenga que ver con personas queer da acceso al pánico moral y es una forma en que el fascismo coloniza. Debido a que el fascismo trata de encontrar minorías, reclama una narrativa poderosa y constructiva sobre cómo las minorías son la mayoría actual, victimizándose. Es lo que sucedió en Alemania en los años 30: vinieron por la gente trans así como vinieron por los judíos y vinieron por la gente de izquierda. Eso es lo que está pasando y los conservadores religiosos encuentran líneas de estilo de moda secular.
-T: ¿Lo que está en amenaza es la dimensión política de la subjetividad?
-M.W: Hay que tener un poco de cuidado con nuestras formas de ser visibles. Desde siempre existe una especie de fascinación por lo trans. Las mujeres trans, en particular, eran personas que repelían y fascinaban al mismo tiempo. Y a la industria cultural le encanta su lado fascinante. Entonces, todos los demás pueden ser turistas en la posibilidad de género y luego se van a casa. Pero las personas trans vivimos aquí, incluso después de que todos los demás se fueron a casa e hicieron ofertas de dinero. Así que hay un lado de la fascinación, pero luego está el lado de la demonización. Siempre sucedió, también en el cine, la televisión o lo que sea. En mi caso, solía viajar en las zonas rurales del estado de Nueva York y nadie sabía lo que era. Ahora todos me ven. Y este tipo de visibilidad está siendo peligrosa, así que tenemos que aprender a ser visibles para otras personas trans pero un poco menos físicos para el mundo.
-T: Hablas de un proyecto transnacional ¿es posible hackear al sistema sexo genérico? ¿Es una utopía, una revolución?
-M.W: Solíamos pensar que podíamos cambiar el mundo pero creo que ahora el mundo sobrevive y esa es la demanda mínima. Gran parte del buen futuro está desapareciendo.
También creo que, tal vez, algunas de las posibilidades para un presente y futuro vivibles incluyen mucho trabajo sobre qué más podría ser el género. Es una especie de territorio inexplorado que está entre lo que quiere el feminismo y lo que quiere el movimiento de liberación gay o el movimiento de liberación negra, o lo que nos dicen los indígenas con sus sistemas de género increíblemente complejos y variados. Siento que hay una pequeña contribución que la comunidad trans tiene que hacer para pensar detenidamente, para ir hacia una especie de mundo habitable para todos. No significa que todos tengan que hacer una transición o algo así, pero los cisgéneros podrían ser mucho más abiertos y flexibles. Sólo sigue con tu vida normal y regular de cis pero hazlo de una manera un poco diferente y tal vez disfrútalo más, cuanto más disponible esté la gente, más se disfruta y se relaja.
Con información de Télam