(Por Claudia Lorenzón) En "¡Viva la pepa!", Fernando Krapp y Damián Huergo rescatan con un abordaje creativo y dinámico la historia de un grupo de psicoanalistas argentinos que en la década del 50 comenzó a experimentar con sustancias alucinógenas en la psiquiatría, con la intención de llegar a estados de la mente que le permitieran dar respuestas a patologías psíquicas.
La obra da cuenta de una época, hoy impensada, situada entre los 50 y fines de los 60 del siglo XX, donde se habilitaban las experiencias con LSD -hoy prohibido por ley- a la que muchos psicoanalistas argentinos como Alberto Tallaferro se sometieron para la autoexperimentación.
Por pedido de Tallaferro al laboratorio Sandoz, las ampollas de LSD que iban a permitir esos experimentos, llegaron desde Basilea, Suiza, a Buenos Aires, en una pequeña valija. Como en una historia de ficción, debido a un equívoco, la valija terminó enterrada en una montaña de basura. Un segundo requerimiento trajo nuevas ampollas de la droga y así se iniciaron las exploraciones en Argentina.
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En diálogo con Télam los autores cuentan las impresiones que les dejó escribir este libro -de ediciones Ariel- en el que aparecen además destacados psicoanalistas o psiquiatras como Luisa "Rebe" Gambier de Álvarez Toledo, Francisco Pérez Morales, Noé Jitrik, Arminda Aberastury o Enrique Pichón Riviere.
- Télam: ¿Qué disparó la investigación?
- Fernando Krapp: El libro fue una propuesta que nos llegó por parte de Fernando Pérez Morales. Fernando tiene una editorial y una librería, Notanpuan. Su padre, Francisco Pérez Morales, fue un psiquiatra muy importante para su generación que investigó, junto con Alberto Fontana y Rebe Álvarez de Toledo, con ácido lisérgico en Argentina. La propuesta de hacer un libro era muy tentadora, porque la historia era completamente desconocida en el país, por un lado, y por la falta de registros o de materiales históricos, por el otro.
- Damián Huergo: Venía de escribir una novela con foco en las drogas, en su dimensión más oscura: las adicciones y el pasaje de la destrucción familiar a las granjas de rehabilitación. Me interesó la posibilidad de seguir pensando las drogas desde otras dimensiones más alegres, sea por su desarrollo científico como por la ampliación de las percepciones ordinarias. Además, Fernando Pérez Morales me ofreció hacerlo con Fer (Krapp), y me pareció una fiesta en sí mismo escribir un libro a cuatro manos con un amigo.
- T: Me resultó sorprendente la autoexperimentación de los psicoanalistas argentinos. Hasta en un punto me generó respeto esa forma desesperada de querer arribar a los intersticios de la mente para dar solución a padecimientos mentales que afectan a muchas personas. ¿Qué reflexión les generó a ustedes?
- FK: Hay que pensar en dos grandes instancias que tuvo el ácido. La primera una mirada psicotomimética. Alberto Tallaferro y Sauri creían que el ácido producía psicosis artificiales. En este sentido, un neurótico al tomar la droga podría tener una experiencia cercana a la que tenía un esquizofrénico. Llegar a un punto así, les permitía, según ellos, acceder a la locura; llegar a entender qué le pasa a un loco por la cabeza. Después se descubrió que la mayoría de las experiencias, si bien producían despersonalización o incluso negación del yo, eran placenteras, así que empezaron a pensar que el ácido podía funcionar como un coadyudante de la terapia. Una sesión de ácido acortaba los tiempos de la terapia, y permitía acceder a recuerdos reprimidos, hacer regresiones, tener imágenes traumáticas, para trabajarlas en la terapia tiempo después.
- DH: Hay que tener en cuenta que los psicoterapeutas que realizaron estas investigaciones eran de los más formados y preparados de la época. Eran la segunda generación de APA, los que agarraban la posta de los fundadores. Incluso fue Pichón Riviere el que los alienta en sus investigaciones con el LSD. Era un psicoanálisis pre lacaniano, donde el marco teórico de Freud y de Klein eran preponderantes. Entonces, la posibilidad de llegar a regresiones, a momentos cero, al inconsciente sin mecanismos de defensa, mediante una droga era una posibilidad de descubrimiento super interesante. En las decenas de testimonios que recolectamos, la gran mayoría de los pacientes y de los psicoterapetuas que hicieron autoensayos hablaron de las virtudes, de los cambios, de los auto descubrimientos que hicieron de sí mismos gracias a la droga y a las fundamentales intervenciones de los psicoterapeutas que acompañaron y guiaron durante el viaje.
- T:Qué casos sobre personas que experimentaron con LSD en Argentina los sorprendieron especialmente?
- FK: Me sorprendió encontrar nombres que uno no asociaría al ácido lisérgico, en una primera escucha. Que Graciela Fernández Meijide haya experimentado en la clínica de Alberto Fontana fue para mí un verdadero hallazgo. O que todo el grupo Contorno, David Viñas, Oscar Masotta, Noe Jitrik, Ismael Viñas, hicieran terapia de grupo para equilibrar los egos, junto con Fontana, también. Ahí es cuando pensamos: es increíble que esta historia no haya sido desenterrada.
- DH: También nos sorprendió que había grupos de pacientes menores de edad. Para el libro pudimos entrevistar a pacientes que hicieron tratamientos con LSD a los 13 años. Visto desde la actualidad nos puede parecer una aberración, pero en contexto no llamaba tanto la atención. Incluso, nos contaron que llegaban a la clínica Oro, epicentro del fenómeno, acompañados por sus médicos familiares. Con su palabra, su voto de confianza, alcanzaba para que madres y padres accedieron a que sus hijos hicieran el tratamiento.
- T: ¿Por qué creen que se terminó demonizando la experimentación con LSD?
- FK: Los intereses que hubo alrededor de esta nueva droga por parte de la CIA y los servicios secretos en Estados Unidos tuvieron una consecuencia; se abrieron hacia la contracultura y la expansión de la conciencia en una época de grandes cambios sociales, como lo fueron los años 60. En ese sentido, cuando Nixon ubicó al ácido lisérgico como categoría 1 se generó un fuerte campaña de demonización de la droga, creo que a los servicios secretos no les interesó más el uso de psicoactivos y para frenar un poco el avance de las movilizaciones sociales encontraron en las drogas, y especialmente en el ácido lisérgico, un blanco fácil, un chivo expiatorio para ponerle un freno a los movimientos sociales y a la lucha de derechos; como dice el personaje Bigfoot, el policía en la novela de Thomas Pynchon de Vicio propio, "Bienvenido a un mundo de inconvenientes". Por otro lado, no se pudo crear un consumo de venta libre, y la experimentación con ácido lisérgico en ambientes académicos empezó a ser mal vista por parte de las autoridades como señala Timothy Leary en Flashbacks, una de sus tantas autobiografías.
- DH: En Argentina la prohibición fue un efecto secundario de la declaración de Nixon. Primero el laboratorio suizo Sandoz dejó de enviar remesas con ampollas con LSD, y luego dejó de circular el resabio que quedaba en laboratorios. Para situarlo en una época, la clausura se dio en los años de Onganía, es el momento del apagón científico en Argentina. La prohibición generó un silencio de más de cinco décadas en la investigación con drogas. Recién en la segunda década del S XXI se volvieron a retomar varias líneas de experimentación, con resultados muy positivos en paciente oncológicos, por ejemplo, tanto desde el psicoanálisis como desde la neurociencia.
- T:Hacia el final, un testimonio que aparece en el libro tiene que ver con una experimentación en el hospital Borda para tratar la depresión. ¿Cómo se llegó a esa posibilidad de abordaje?
- FK: Esa experiencia aún no se hizo, quien la está llevando a cabo es Enzo Tagliazucchi, quien le está dando al uso y a la experimentación con drogas un enfoque distinto, no desde la psiquiatría o de la psicoterapia, sino de las neurociencias. Enzo tiene un libro muy interesante que se llama El nudo de la consciencia. Hay un nuevo interés por parte de la ciencia en las drogas psicoactivas, pero las barreras con las que se enfrentan, sociales e institucionales, siguen siendo muy fuertes.
- DH: El trabajo de Enzo está en relación con otras investigaciones que se están haciendo en otros países, en especial en Inglaterra. Los avances comprobados, como nombré, son valiosos para pacientes oncológicos, sobre todo para tratar depresiones y angustias. Pero la ciencia es parte de un contexto social, algo que el libro trabaja, y los avances no son lineales ni aislados, dependen de condiciones sociales, culturales y económicas para hacerlos posibles. El contexto actual no augura un buen pronóstico de desarrollo científico en nuestro país.
- T: Teniendo en cuenta que la depresión es una enfermedad que se ha disparado -en cuanto a personas afectadas- y las afecciones mentales, según la OMS, afectarán al 25% de la población mundial, ¿cómo analizan o se juegan las investigaciones alrededor del LSD?
- FK: La experimentación está en proceso y de regreso. Las drogas psicoactivas son coayudantes en procesos internos y en descubrimientos personales, ayudan a generar una forma distinta de percibir el tiempo, los sentidos, la experiencia en el mundo, la forma que tenemos de asimilar los cambios y las dinámicas personales y sociales. En mi caso, el uso de psicoactivos me permitió incluso pensar que la forma del libro podía ser distinta. Me parece que una persona que sufre depresión puede aliviar su dolencia pero no es una cura; no hay soluciones mágicas para una enfermedad mental. El trabajo por una mejor salud mental se construye a diario, con políticas públicas, con asistencia del Estado, con entornos familiares informados, con vínculos amistosos presentes, con personal médico abierto a la escucha. Y muchas veces, esos posibles avances dependen en cada caso de la historia personal que cada persona arrastra, y no por un viaje de pepa.
Con información de Télam