(Por Leila Torres).- Cómo cocinar un lobo, el poemario de la escritora y editora Magalí Etchebarne publicado por Tenemos las máquinas, irrumpe como un libro íntimo y punzante en el que se evoca un camino cuyo horizonte es la muerte y es necesario en ese trayecto aprender un nuevo lenguaje, registrar voces, imágenes y palabras para lidiar con el duelo de los padres, la enfermedad y todo lo que queda en la casa familiar.
Etchebarne (1983) tuvo su debut literario con "Los mejores días", editado por el mismo sello en 2017, un libro de cuentos que tiene como protagonistas a mujeres que se encuentran en situaciones de la vida cotidiana en las que aprenden algo trascendental como si se tratara de un rito o pasaje. "Cómo cocinar un lobo" también recorre una voz que busca aprender pero, en este caso, de qué se trata acompañar a un familiar que padece una enfermedad y cómo es el encuentro con la pérdida.
¿Cómo aparece el poemario? "Creo que surge de un par de años, sobre todo de observación. En principio, de la vejez de mis padres que fue un proceso de años en los que los vi atravesar esta etapa y después, se dio sobre el final, que sus muertes estuvieron bastante cercanas en el tiempo", cuenta a Télam la escritora.
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"Mi papá falleció en 2018, tenía 81 años, era algo esperable que pasara pero fue más sorpresivo. Mi mamá, en 2020, en la pandemia. No por Covid, estaba enferma de cáncer de pulmón. La habían diagnosticado hacía varios años, entonces todo su proceso de enfermedad fue largo. Cuando a mi mamá la diagnosticaron, creo que yo tenía 30 o 31", recuerda la autora.
Lo que hizo Etchebarne durante ese proceso fue observar y escribir: "Es mi manera de estar atenta y también de poder despegarme un poco", reflexiona.
-Télam: ¿Escribiste desde un principio pensando en que esas escrituras se convirtieran en poesía?
-Magalí Etchebarne: Me parece atrevido pensar que son poemas, pero en general los escribí como poemas. Sí después ciertas cosas que escribí sobre mi mamá, sobre el proceso de su enfermedad, sobre todo el deterioro final, no nacieron como poemas sino más bien como notas que llevaba diariamente o esporádicamente en relación al cuidado y a esa cercanía que se produce al estar cuidando de alguien que está enfermo y que sabés que va a morir.
Además de que es una experiencia pesada emocionalmente, también es muy frustrante vitalmente porque es una inversión de cuidado solo hacia la muerte. Eso me generaba en principio mucho estupor, pesar, y entonces, escribo. Es la manera que tengo de procesar la vida. Llevaba esta suerte de notas en las que registraba lo que no me quería olvidar de ella y que empezaba a aparecer con mucha nitidez. Ella empezó a recordar cosas que no se acordaba y también algo del mismo proceso de deterioro, que fue algo que al verlo de cero me interesó registrar. No era cualquier vejez, sino la vejez de mis padres.
-T: ¿Sentís que hubiera implicado un mayor desafío ficcionalizar ese proceso?
-M.E: Hay poca ficción acá, en el sentido de que está bastante pegado a la experiencia. Quizás lo que me permitía esta forma más breve, opaca y desviada es que no era mi diario íntimo o la crónica de la vejez sino que la poesía te permite cubrirte de otro sentido o múltiples sentidos que me resultaron más livianos.
-T: En un poema leemos: "Todo el día trabajando frente a esta ventana, vi el cielo desde que nació hasta ahora. Ya está muriendo plomo", ¿creés que hay una idea de la pesadez del cuerpo en el poemario?
-M.E: Sí, frente a lo que más estaba era frente al cuerpo de mis padres, sobre todo el de mi madre, que fue un cuerpo que tuve que limpiar, levantar, que curarle heridas en la espalda cuando se lastimaba porque, además, todo su proceso final se da en el marco de la pandemia, entonces no podíamos internarla porque nos decían que si la internábamos probablemente no íbamos a poder ir a visitarla o estar con ella. Entonces todo eso se dio en la casa y las únicas cuidadoras ahí éramos mi hermana y yo, con lo cual fue de absoluta cercanía, en otro contexto no sé si eso hubiera pasado así. Hubiera habido más personajes interviniendo o mediando. Y si bien venían, fue una época extrañísima en la que los médicos llegaban vestidos como astronautas, las consultas eran por videollamada y entonces la cercanía con el cuerpo de mi mamá era total. Y lo fue toda la vida. En general, siempre tuve una relación muy cercana con ella, de mucha proximidad afectiva y física y creo que eso se trasladó al final de la vida y la cuidamos como si ella fuese nuestra hija.
-T: ¿Esa sensación se trasladaba a tu cuerpo también?
-M.E: Sí, fue un proceso muy físico para todos, para mi mamá, para mi hermana y para mí. Sobre todo porque quien cuida de una anciana se cansa muchísimo y es un proceso un poco frustrante en el sentido de que cuando vos estás cuidando a un hijo, lo estás acompañando a un proceso de crecimiento, es agotador pero hay una recompensa simbólica al final. Acá el horizonte es la muerte, entonces estás acompañando a morir. Es cansador físicamente y anímicamente.
-T: ¿Sentiste que en algún momento del poemario pusiste a jugar una voz más infantil?
-M.E: ¿Viste que es difícil mirar a los padres y no estar todo el tiempo haciendo la comparación? O quizás, esta comparación empieza cuando ellos empiezan a envejecer más y vos te empezás a encontrar con que tus padres no son los de la idea que tenés armada en la cabeza. Una compañera de trabajo me decía: "Yo voy a visitar a mi padre, voy pensando una cosa sobre él y llego y hay otro hombre". Es un poco así en la vejez: empiezan a hablar distinto, a usar formulas diferentes, a prestar atención a cosas distintas y uno se va enojando y reconciliando con quienes son sus padres ahora. Estás mirando a dos personas de las cuales tenés una idea armada, que la armaste a lo largo de tu vida y que principalmente la configuraste en la infancia. Entonces, esa mirada aparece para mí inevitablemente. Después también porque estábamos vaciando una casa.
-T:¿Era la casa de tu infancia?
-M.E: Era la casa de mis padres y había sido la casa de mis abuelos. Muchísima historia, muchísima cantidad de cosas. Una vez que murieron tuvimos que vaciarla. Vaciar una casa es una relectura ingrata. Estás obligado a leer algo que sabés que vas a leer por última vez y tenés que sacar papeles, objetos, encontrarte con cosas de ellos y cosas tuyas que te habías olvidado o quizás formaban parte de vos en algún lugar pero que no estabas revisitando y tener que releerlo. Es volver a leer la historia de una familia, la vida de una familia pero con esta idea y este objetivo que es deshacerte de muchas cosas y decidir con qué te vas a quedar.
-T: ¿Hay un duelo también en ese momento?
-M.E: Total. Es de vuelta. Justo me escribió Hinde (Pomeraniec) que había recomendado el libro en su podcast y estaba vaciando la casa de su padre. Me decía que estaba otra vez actualizando un duelo porque es muy duro vaciar una casa. Parece algo menor en términos de que son objetos pero los objetos tienen historia.
-T: ¿Aparece una búsqueda en el poemario de algún secreto familiar?
-M.E: Cuando empecé a vaciar la casa de mis padres, hablé mucho con el librero de Galerna, Fernando. Él me contaba que habían vaciado la casa de sus padres con sus hermanos y habían aparecido un montón de cosas. Diarios, cartas de la madre, habían descubierto amores. Pensé "Qué bueno si algo así nos pasa a nosotras" en esta búsqueda de dar con algo que no sepamos, sobre todo del orden de lo familiar. Y no había nada. Las cosas que nos fuimos enterando de nuestros padres no partieron de las cosas que nos encontramos, sino quizás de alguien que se acercó y nos contó algo.
-T: ¿Para este momento el poemario ya estaba escrito?
-M.E: Estaba armándolo. Armé una primera versión, reuní todo lo que tenía y se lo di a leer a Paula Peyseré , que es una poeta que me gusta mucho. Ella leyó todo el material y me dijo: "Bueno, estos para mí no van. Me parece que lo que vos estás queriendo contar acá es el proceso de la muerte, cómo se desarma una familia de cierta manera y quizás deberías centrarte en eso". Me guió un poco en limpiar qué iba y qué no. Muchos poemas quedaron afuera. Entonces fue un poco lento el proceso porque lo empezamos hacer en el 2021 mientras vaciaba la casa.
-T: ¿Cómo pensás que aparece la cuestión de la herencia simbólica de los padres?
-M.E: Después de que tus padres mueren empezás a ver que tenías mucho más de ellos de lo que te hubieras imaginado y de lo que quisieras a veces. Mi padre era alguien que observaba mucho. Él tenía muchos pájaros, que es algo que aparece en los poemas, que era una casa con muchos pájaros porque él cazaba. Tenía cabecitas, jilgueritos, diamantes mandarines que le gustaban mucho. Mi papá tenía esta cosa de pasar bastante tiempo solo, escuchando a sus pájaros, mirándolos, cuidándolos. Me costó mucho tiempo entender qué encontraba él ahí. Todavía no termino de darme cuenta exactamente qué hacía mi papá. Entiendo que no era solo la belleza de los pájaros, no tenia un gusto tan exquisito. Me parece que había algo del orden de estar solo con algo muy delicado que le propiciara un tiempo para él. Hay algo de eso que tiene la lectura, ¿no?, que es un tiempo que construís, que es armar una vida alrededor de esta actividad. Te vas buscando espacios para que eso ocurra en determinados momentos del día, te dejas disponibles horas. También es cuidar de algo.
Con información de Télam