(Por Milena Heinrich) ¿Cómo se narra la democracia? ¿Dialoga la premisa de la libertad con la literatura? ¿Puede la ficción ser una herramienta de intervención política para pensar cómo queremos vivir? Paula Bombara, Laura Ávila, Mario Méndez y Federico Lorenz reflexionan sobre la relación entre ficción y democracia, a propósito del lanzamiento de sus novedades en una colección editorial orientada a infancias y juventudes que celebra cuatro décadas ininterrumpidas de democracia.
Si la literatura puede narrar e imaginar la democracia es porque ella misma aloja los valores que enriquecen a una sociedad democrática, como la crítica, la reflexión, la memoria, la soberanía, la identidad o la diversidad de voces. "Allí donde a lo mejor una prescripción aparece como un freno, -dice Federico Lorenz- la literatura es el territorio de la imaginación: entonces, ¿qué mejor que ese escenario para recordar pero, sobre todo, pensar en lo que nos falta, lo que soñamos?".
En esa zona de reflexión, donde la realidad se permite ser mirada, cuestionada o resignificada a la luz de la lectura y el diálogo, la editorial Norma lanzó como proyecto la colección Al gran pueblo argentino ¡Democracia! con lecturas para acompañar a chicos y chicas de distintas edades, en los distintos ciclos escolares. Los títulos, pensados para ser trabajados con intermediarios (en la web de Norma hay mucha información y propuestas educativas), abordan aspectos de la vida democrática desde el campo de la ficción.
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Así, la democracia toma la forma del territorio, con sus distintos modos de vida y prácticas culturales a lo largo y ancho del país, pero también la forma de valores, como el del consenso y la escucha cuando un grupo de amigas de ocho años que juegan en un país imaginario de ponis y castillos un día se cansan de las decisiones unilaterales de una de ellas y proponen votar para lograr acuerdos. O de la convivencia, con una historia entre una rana, un gato y una paloma que descubren que entre todos pueden mirar lo mismo desde distintas ópticas y aprender algo nuevo, o la importancia de la memoria, la verdad, la justicia y la búsqueda de los desaparecidos.
La colección reúne libros para primer ciclo, "El país de Malku", de Margarita Mainé con ilustraciones de Rocío Alejandro; "Una luna junto a la laguna", de Adela Basch, ilustrado por Alberto Pez, "República de Kiara", de Laura Ávila, ilustrado por Agustina Barriola; para segundo ciclo las propuestas son "Todas las voces todas", de Mario Méndez y Federico Lorenz, y la reedición de "3155 o el número de la tristeza" de Liliana Bodoc; mientras que para adolescentes y secundaria la colección ofrece "La sombra del jacarandá", de Paula Bombara, que vuelve a indagar en la dictadura y en las huellas que deja el horror del pasado en el presente.
¿Cómo se narra la democracia? ¿Puede dialogar la ficción con la construcción ciudadana? Laura Ávila advierte que "en este momento hay una especie de retroceso para contar qué es la democracia. Como si hoy no existiera, como si costara estar orgullosa de este sistema". En este sentido, "la literatura trae una lámpara cargada de imaginación para iluminar ciertas zonas oscuras. La literatura no es una ciencia, es un espacio lúdico para reflexionar la historia que nos atraviesa. Tiene la libertad de la poesía y la palabra", dice.
Para imaginar "República de Kiara", el libro que integra esta flamante colección, la novelista miró su propia infancia, cuando la democracia volvía a instalarse en el país, con todo ese movimiento de avances y retrocesos que supuso el cambio de época: "Quise volver a las raíces del asunto, contar cómo se puede armar un consenso, cómo se puede votar para mejor: un juego, cómo aprender a divertirse sin pelear, para vivir un poco más felices, sintiendo que todo se puede compartir", cuenta sobre esta pequeña república imaginada por cuatro amigas que entra en conflicto cuando se dan cuenta que las decisiones siempre las toma una de ellas.
Mario Méndez y Federico Lorenz escribieron a cuatro manos "Todas las voces", una puesta en escena de un acto escolar en el que las familias participan con sus recuerdos para celebrar los 40 años de democracia, a partir de la convocatoria de una maestra entusiasta. Entre madres, padres, abuelos y abuelas, tíos, se entreteje una trama coral y colectiva de memorias sobre distintos episodios y experiencias de la vida democrática.
La elección de ese escenario escolar no fue casualidad, sus dos autores provienen del ámbito educativo y encuentran en el terreno de la escuela un espacio para la polifonía y la participación. Dice Lorenz a Télam: "La escuela, como punto de encuentro, es el escenario privilegiado para la transmisión y la reflexión. Cada día se ponen en acto allí las diferencias, pero también los momentos de comunidad y de pensamiento colectivos. Entonces plantear un relato coral tiene que ver precisamente con reivindicar lo que allí sucede y mostrar su potencial pedagógico-político".
¿Y la literatura cómo entra? "La historia y la literatura son, o deberían ser, aliadas, amigas", responde Mario Méndez. Ahí "la ficción es fundamental. En el principio 'La mano izquierda de la oscuridad', Ursula K Le Guin le hace decir a Genly Ai, el narrador protagonista, viajero del Ecumen, y cito de memoria, que 'la mejor manera de contar una historia real es hacerlo como si de un cuento se tratara, porque de niño le enseñaron que la verdad nace de la imaginación'".
"Tratándose de niños y niñas lectores, que tendrán como intermediarios a sus docentes, el relato literario hace de puente, de facilitador, diría, de colchón: es más grato, más llevadero, más efectivo, contarle a los chicos, 'como si de un cuento se tratara', lo que sucedió en los años duros de la represión, en la guerra, o en las diferentes crisis que atravesamos en estas cuatro décadas. Y también permite, la literatura, contar con pretendida belleza la emoción que vivimos en la primavera democrática", sostiene Méndez.
En este punto, Lorenz agrega que "la literatura ofrece un modo más amable e interesante de generar condiciones para informarse y discutir mientras nos entretenemos leyendo un buen relato o emocionándonos con un poema. Hay cuestiones asociadas a los derechos, por ejemplo, que a veces son bastante difíciles de explicar, muy abstractas. Allí la ficción es un instrumento bien poderoso", señala.
Con "La sombra del jacarandá", Paula Bombara explora la violencia política e institucional de la última dictadura cívico militar a través de dos historias que confluyen y que muestran que el pasado sigue interpelando al presente y que todavía falta mucho por hacer, por decir. Se trata de una historia que viene pensándola desde hace tiempo, luego de que el Equipo Argentino de Antropología Forense encontrara los restos de su papá, desaparecido a fines de 1975.
¿Tiene entonces una dimensión política la literatura para intervenir en estos temas? Para Bombara "el solo hecho de vivir en una sociedad nos hace seres políticos". Hablar la misma lengua, habitar el mismo espacio, mirar la vida, experimentarla son algunas de esas formas en que nos volvemos políticos. "El contacto con la cultura, nos habla de política también. La literatura, el resto de las artes, las ciencias, te implican, te atraviesan, despiertan tus emociones, conectan tu memoria personal con la memoria familiar, barrial, nacional, histórica".
Es ahí donde, en todo caso, está la potencia política, dice Bombara: "Leer nos abre a relatos y discursos que desconocemos, corre telones de escenarios nuevos, muestra que todo puede ser distinto, genera identificación o rechazo hacia ciertos personajes, nos aporta ideas, palabras para formularlas, preguntas, opciones para cambiar nuestros entornos. Compartir una lectura con la familia, con las amistades, muchas veces conlleva compartir una idea, una pregunta, una duda, un deseo. Leer es otra manera de escuchar, una que intenta ir más allá, a oír lo que hoy es un murmullo y mañana puede ser ensordecedor".
"Para mí el tiempo es el valor más preciado de la vida. Ser libre tiene que ver con poder hacer con tu tiempo lo que se te dé la gana, sin sufrir hambre y con un lugar donde descansar para poder disfrutar. Claro que hay disponer de dinero para eso, hay que trabajar, lo que consume una parte importante del tiempo. Es una rueda: tomar tiempo para trabajar y tener dinero para disponer de tiempo", indica la escritora.
"El arte te saca de esa rueda y te lleva a un tiempo-otro. Y cuando volvés a la vorágine, algo de esa realidad ficcional en la que estuviste permanece, se expande y genera recuerdos. Por eso digo que el arte, la literatura, de algún modo, multiplica tu tiempo, multiplica tu sensación de libertad", concluye Bombara.
Con información de Télam