(Por Claudia Lorenzón) Con humor, mirada aguda y oído atento, Inés Fernández Moreno construye en su nuevo libro de cuentos, "No te hagas ilusiones", relatos que invitan a mirarse en los espejos más grotescos, tiernos, despiadados y graciosos de protagonistas que quieren volverse invisibles, tener agallas para ir más a fondo con el deseo o regresar en el tiempo para rescatar retazos del pasado.
El libro reúne 17 cuentos, algunos recogen ecos de la pandemia y el malestar por las pérdidas que esa situación generó, otros rescatan amores victoriosos o la adrenalina de las relaciones casuales y, en varios, los animales son eje de los relatos, así como las dificultades de la convivencia en pareja.
Una pasajera que se aturde cuando ve circular por la cinta transportadora de un aeropuerto una bota solitaria; una pareja que se encuentra después de 40 años ante el viejo desafío de besarse; abuelos en disputa; el clima de pandemia con calles desiertas donde lo poco que comunican son los carteles que ofrecen rescate por animales perdidos; un paseador de perros que le cuenta a un amigo la sesión de sexo desenfrenado que tuvo con una clienta y una pasajera que siembra un circuito de mentiras para encontrarse con su amante, son algunas de las historias que componen esta obra que invita a un encuentro con la mejor literatura.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Autora de "La vida en la cornisa", "La última vez que maté a mi madre" y "El cielo no existe", Inés Fernández Moreno (1947, Buenos Aires) dialogó con Télam sobre este libro, editado por Alfaguara, en el que subyacen reflexiones sobre las conductas, emociones y los orígenes más inexplicables de los comportamientos humanos.
-Télam: En el libro hay historias donde los personajes viven situaciones de frustración, vergüenza, deseos fallidos, pero a pesar de eso se cuela el humor, ¿cuánto de la ridiculez humana te inspiró para escribir estas historias?
-Inés Fernández Moreno: Creo que casi todos estos cuentos están recorrido por un sentimiento de pérdida, tal vez los años de pandemia pesaron sobre muchos de ellos. Pero el humor, en distintas dosis, siempre está presente. No como algo buscado o deliberado, el humor es inherente a mi mirada. Un humor que a veces puede volverse oscuro pero creo que siempre es piadoso, y que nos permite entender y tramitar mejor las asperezas de la vida. Afortunadamente, siempre somos un poco risibles, siempre arrastramos alguna ridiculez. Y bien pensado, esa ridiculez es algo valioso, es una señal de libertad, de desafío.
-T: En el cuento "Impar" una mujer no llega a reconocer la bota que aparece sobre la cinta que devuelve las valijas. Por otro lado, ha tenido un viaje incómodo, de muchas horas, y nadie la espera al llegar. ¿Puede la bota solitaria y medio destruida ser un símbolo de su estado?
-I.F.M: En toda la situación de este cuento, que es penosa (y también ridícula) leemos la fragilidad de su protagonista. Porque la ropa es una parte de uno. Nos cubre, nos oculta y, al mismo tiempo, nos descubre. En este cuento, en particular, cada prenda adquiere más peso todavía, porque el equipaje, lo que llevamos y traemos dentro de una valija durante un viaje, lo que se nombra con esa palabra tan fea que es "pertenencias", es todo lo que nos identifica en un mundo ajeno.
-T: Qué situación te inspiró "El valor de un beso", que tiene una gran potencia, y donde lo físico, lo sexual, está latente en una relación del pasado que parece volver con gran fuerza.
-I.F.M: Formo parte de una generación mojigata, en que la sexualidad era muy reprimida, sobre todo para las mujeres. La condena social se desataba ante cualquier pavada. Darse un beso en público era un escándalo y si chapabas en una plaza te podían meter en cana. Un beso, cuando éramos chicas, era algo muy tremendo y despertaba enorme curiosidad. De esos recuerdos surge este cuento, nutrido, desde ya, por experiencias propias. Me interesaba cómo aquel romanticismo y torpeza de la primera adolescencia resulta una marca de fuego que puede persistir, aún 40 años más tarde.
-T: En "No te hagas ilusiones", la decepción aparece con toda contundencia relacionado con lo familiar. La infancia, vinculada a una herencia negativa es muy fuerte también. ¿Cómo juegan las frustraciones en la infancia y cómo se remontan?
-I.F.M: Por más que patalee, un chico tiene que aprender a aceptar la frustración. Es un mal necesario. En el caso de este cuento, creo que la decepción de la protagonista, que parece algo menor, funciona como un tiro por elevación que toca planos más profundos. Hay una frustración mucho mayor e irremediable que es la relativa insignificancia de nuestra vida, la caprichosa alternancia entre alegrías y desdichas, lo inevitable de la muerte.
-T:"La verdad desnuda" es un cuento con mucho humor, sobre el amor, las mentiras, las medidas del amor y las trampas que pueden pergeñarse para llegar a una cita prohibida. ¿Qué hecho disparó este relato?
-I.F.M: Un día, viajando en colectivo, escuché a una mujer que hablaba por teléfono con distintas personas: la madre, el marido, una compañera del trabajo, y, finalmente, un hombre. Fui testigo de la coordinación perfecta con que armó la trampa para encontrarse con su amante. Ese fue el disparador. Sobre ese trasfondo armé una segunda historia, la de mi protagonista, también vinculada a los amores y desamores. Porque, como diría Patricia Highsmith, hay que "espesar el argumento". Y también cuestionar ideas heredadas como las de verdad o de castigo, sacudirlas un poco, meterse en sus fisuras.
-T: "El arte de perder" tiene un mensaje muy apocalíptico.
-I.F.M: El tema de los objetos perdidos siempre me había rondado. Como tengo mala memoria, muchas veces trataba de recordar cosas que había querido mucho y que, por torpeza o azar, había perdido en distintos momentos de la vida. Huellas de la historia de cada uno, con significados y representaciones diferentes. Cada pérdida era un golpe. Pero perder es inevitable y uno se va resignando, o hay que aprender a hacerlo, tal como dice Elizabeth Bishop en su maravilloso poema "El arte de perder". En pandemia el tema volvió con fuerza porque empezamos a perder cosas impensables hasta entonces, esenciales a nuestra humanidad, el ejemplo más cruel tal vez haya sido no poder acompañar en la enfermedad y en la muerte a alguien querido.
-T: "Buenas mascotas" habla de la competencia entre abuelos. En este caso y en otros aparecen los sentimientos más primarios, los celos, ¿qué crees que se juega en esa obsesión por complacer a los nietos?
-I.F.M: Abuelos y nietos, o viejos y bebés, son los dos extremos de la vida que se tocan. Con sus similitudes, sus abismales diferencias y esa promesa de eternidad o continuidad con que nos envuelve la especie. Así que, ahora que estoy en la etapa de la abuelez, el tema me conmueve de muchas maneras.
-T: El amor aparece con mucha fuerza en varios cuentos, pero en "Como la primera vez", está presente de manera tierna, ingenua, del tipo que es capaz de perderlo todo por amor.
-I.F.M: Las conversaciones que se desarrollan en ese espacio de intimidad transitoria que un taxi siempre me fascinaron siempre. Se da mucho el caso del taxista que no es o no fue siempre taxista y que exhibe otros logros, uno de ellos me contó que vivía en Miami y decidió regresar porque la mujer extrañaba; renunció a un destino más interesante por amor. El ejemplo despierta preguntas, repercute de distintas maneras sobre nuestra propia experiencia. En ese sentido, este cuento tiene una estructura parecida al de la mentirosa del colectivo. La historia del taxista se superpone a la de la protagonista y esos cruces provocan iluminaciones o al menos, cierta inquietud. ¡Al menos eso espero!
-T: Los animales están presentes en varios relatos. ¿Qué lugar pensás comenzaron a ocupar los animales en la vida de las personas tras la pandemia?
-I.F.M: Los animales están cada vez más presentes en mi vida y cada vez soy más consciente de la responsabilidad que nos cabe hacia ellos. En la época de la pandemia, aislados como estábamos, se nos hizo más importante su compañía, su lealtad, pero hubo más que eso, la pandemia abolió las fronteras, era planetaria, nos hizo saltar de nuestro cascarón de orgullosa humanidad, creo que tomamos una mayor consciencia de la necesidad de una mejor convivencia con la naturaleza y con las especies. Yo salía todos los días con mis perros por el barrio, las calles estaban totalmente solitarias, mudas y por eso iba mirando mucho los carteles, en ellos podía encontrar otra vez indicios de los otros: su violencia, su gentileza, sus amores perdidos.
Con información de Télam