(Por Milena Heinrich). Desde la mirada extrañada de un latino y con la precisión de un taxidermista que interviene en los pliegues del cuerpo para predestinarlo a durar más allá de las disposiciones del tiempo, la nueva novela de Hernán Vanoli, "Arte Folk Americano", funciona como crónica o "realismo documental" sobre un pueblo de cazadores y exsoldados de Estados Unidos, donde la práctica del embalsamiento guía la trama para indagar "en la preservación como proyecto de redención" y desarma nociones sobre la memoria, la muerte, el cuerpo, la vida y el arte.
En pareja con su "entonces mujer", el narrador de esta ficción se inscribe en un curso de taxidermia en Iowa, Estados Unidos, con la intención de fabricar monumentos mortuorios domésticos, artefactos embalsamados de animales de compañía que no pretenden oficiar de elementos decorativos sino contribuir a la memoria animal, a la mitología familiar. Porque lo que el lenguaje no conserva para este narrador lo protege la conservación de algo de ese cuerpo, como el pelaje, "garantía última de verdad que evitaba el simulacro", describe en el texto.
Aprendiz de la maestra Sarah Lee, este personaje navega en las profundidades del oficio manual de la taxidermia instalándose en un taller a tiempo completo, que lo lleva a relacionarse con universos sociales distintos. Como escribe al inicio de la novela: "Todos eran demasiado blancos y parecían fanáticos de una deidad muda y abrasadora. Luego supe que aquel fulgor grisáceo en las miradas, la tensión en las mandíbulas y la hendidura que cruzaba sus ceños se debían, en la mayoría de los casos, al estrés postraumático fruto de las guerras estadounidenses".
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Al igual que en sus ficciones "Pinamar" y "Cataratas", Hernán Vanoli (1980) -guionista, investigador y editor en la revista Crisis- despliega en "Arte Folk Americano" (Literatura Random House) la posibilidad de poner en marcha un artefacto narrativo, en el sentido de que toma el arte de la literatura para hilvanar y leer, con herramientas teóricas conceptuales, algunos temas que le interesan. En esta novela es la memoria, el lenguaje, la tradición -el arte de la tradición- a partir de una historia que repone su experiencia en Estados Unidos. "Me interesaba pensar en el realismo documental como método y como procedimiento del cual el arte contemporáneo puede prescindir cada vez menos. Y en la posibilidad de hacer una etnografía literaria de mis sentimientos y de todas las cosas que en su momento no me pude decir y no me terminé diciendo y que, de alguna forma y al igual que el tiempo invertido por los taxidermistas en sus montajes, deseo que hayan quedado impregnadas en la novela", cuenta Vanoli a Télam.
Los capítulos de esta novela son procesuales, como los tiempos de la disecación: el proyecto, el carneado, la curación, el montaje y los rastros. La exactitud de los movimientos, el ángulo de los ojos artificiales de un mapache, los cuidados del corte, los procedimientos ante las distintas formas de muerte, son elementos claves que contribuyen o pulverizan la práctica del embalsamiento, es decir, que atentan o protegen la preservación. Como una metáfora, la taxidermia habla sobre la vida, sobre el oficio manual como técnica artística y sobre las relaciones sociales porque "Arte Folk Americano" es también la crónica del encuentro con otros y de una ruptura amorosa.
-Télam: Con detalles del oficio, la taxidermia se presenta como metáfora de la realidad ¿qué te permitió mirar el mundo desde esta perspectiva?
-Hernán Vanoli: En nuestra vida cotidiana estamos mucho tiempo intentando preservar cosas que en cierta forma nos parecen sagradas o evocan momentos que consideramos irrepetibles y en ese esfuerzo a veces nos cuesta realizarnos preguntas éticas o al menos auténticas. La literatura ayudaría supuestamente para eso, para realizar preguntas éticas interesantes sin separarlas de la estética ni de la política, para conocernos mejor en relación con el mundo, generando un tipo de experiencia muy particular que no nos hace necesariamente mejores pero debería hacerlo, porque su proyecto, y cada vez siento más que la literatura es una religión, debería ser hacernos mejores.
-T: Si bien la novela tiene muchas capas, predomina su condición de crónica sobre un pueblo americano, ¿cómo se encontraron los pliegues de esta trama?
-H.V: Lo más fácil sería responder que surge de una experiencia personal y eso sería cierto, o al menos parcialmente. También surge de que cuando uno vive en otro país, y en especial en un país como Estados Unidos, tiene dos opciones: o intentar asimilarse a esa cultura, que siempre va a recibirlo en un lugar periférico, por uno podría decir que con menos derechos, o permanecer como un espía. Yo tomé la segunda opción y el libro es un poco fruto de eso. Después, pienso a diario en el arte contemporáneo, en el estatuto y en la promesa del arte, y como considero a la literatura como la madre de todas las artes creo que esa pregunta sobre qué significa hacer arte hoy, qué significa que todos lo hagamos en forma cotidiana en la internet, que relación tiene con la muerte, y con el amor, es un poco el hilo que une a toda la novela que, por su parte, es la historia de una separación.
-T: Los aprendices de Sarah Lee son ex combatientes y la relación con el modo en que acceden a esos animales para disecarlos no es cuestionada porque no se intenta justificar ¿cómo interviene esta conceptualización de la taxidermia como práctica situada en una comunidad?
-H.V: En Estados Unidos la taxidermia es un arte del pueblo. Y no es extraño que sean un imperio, porque todos los imperios que subyugan y dominan tienen un momento de "homenajear" a sus enemigos preservando la memoria en un gesto magnánimo que al mismo tiempo los reconoce como oponentes y los rebaja. Escribo eso desde París, donde hay monumentos egipcios en las plazas, monumentos robados. Pero Francia es un imperio decadente hace un tiempo largo ya, como Europa en general, y Estados Unidos también probablemente lo sea en bastantes pocas décadas. Entonces un pueblo cazador tiene un arte del pueblo que también es un arte de cazadores. La particularidad de la taxidermia es que es un arte de los soldados, no es un arte del Estado. Muchos soldados, cuando vuelven de la guerra, siguen cazando y aprenden a embalsamar. Tiene un componente plebeyo y algo naif que me fascina. Y por eso no cuestiono el modo en que acceden a los animales: porque si bien la caza me parece un acto de suprema cobardía, intenté retratarlos como un etnógrafo debería haber abordado a cualquier población autóctona, sin juzgarla e intentando comprenderla con amor, y sin hacerlo en forma pintoresquista. Esto me parece ya bastante más respetuoso que lo que hace el noventa y nueve por ciento de la industria cultural estadounidense cuando habla de otras formas de vida.
-T: ¿Y cómo se figura la idea del cuerpo en la novela?
-H.V: El cuerpo es el lugar donde muchas veces la literatura termina y donde la taxidermia comienza, así que se me ocurrió que el trabajo con cuerpos muertos podía ser un buen canal de comunicación entre ambos hechos artísticos, literatura y taxidermia, hechos opuestos pero, en cierta medida, complementarios.
-T: Hay también algo lúgubre al imaginar un pájaro embalsamado, por lo que la taxidermia parece ser un oficio relegado, incluso algo violento ¿de qué modo vincula el narrador este oficio con el arte?
-H.V: La muerte es triste. Y la tarea de embalsamar también es triste, pero tiene un proyecto de redención que también intenté retratar. Con respecto a que no decora, que no encaja, o que cada vez encaja menos, eso es bueno y malo a la vez, como cualquier tecnología digamos, y que depende del uso que hacemos de ella. En la novela hay quizás pocas reflexiones sobre la técnica de embalsamar: como aprendiz no me sentía muy habilitado para opinar al respecto, sólo quería incorporar herramientas. Pero me parece que es cierto que la técnica en sí merece una discusión. Lo único que hice al iniciar mi aprendizaje fue pedir que no fueran animales víctimas de la caza, sino atropellados en las rutas.
-T: El protagonista tiene el proyecto de hacer esculturas de animales domésticos -perros, gatos- pero cuya ausencia de lenguaje impide que se sostengan en la memoria. Circula esta idea de la intervención de los animales como artefactos o cosificaciones de memoria ¿qué significa que nuestras memorias están formateadas por el lenguaje?
-H.V: Los recuerdos no son compartimientos estancos, un recuerdo siempre es un recuerdo de un recuerdo que se repite y prolifera en la gran nebulosa estructurada como texto que es nuestra memoria, y por eso la memoria sin lenguaje es imposible, aunque obviamente hay recuerdos que son pura imagen, recuerdos olfativos, recuerdos táctiles. Pero el lenguaje enhebra esos retazos. Yo no pensaba en los animales como cosificaciones de la memoria, por el contrario creía que los cuerpos -de los animales o incluso de los humanos- son la última garantía que evita los simulacros: no hay memoria sin cuerpo, las máquinas no tienen memoria en el sentido en que la tenemos los humanos, y la prueba de esto es que las máquinas no pueden tener una memoria colectiva. Ahora bien, con los animales el problema es que los recuerdos compartidos no poseen el pulso de una comunicación verbal, y nunca podemos estar seguros de cuáles fueron sus sentimientos, o de cuáles creían que eran sus sentimientos. Al no poder tener conversaciones verbales con nuestros animales de compañía, nuestra memoria del tiempo compartido con ellos es más débil. Y de ahí la hipótesis de que una manera de homenajear su singularidad evitando la disolución de los momentos compartidos en otros tejidos de recuerdos sí verbales que habitan nuestra memoria era construirles monumentos mortuorios domésticos que albergasen partes embalsamadas de sus cuerpos. Una hipótesis que no pudo corroborarse, pero tampoco descartarse.
Con información de Télam