(Por Dolores Pruneda Paz) La botánica, el feminismo, la resiliencia se entretejen y forman El tercer paraíso, primera novela del periodista chileno Cristian Alarcón, que dividida en tres jardines remite a uno último, forjado tal vez y más que nada en un presente que lleva años de acumulación de este lado de los Andes, donde después de haber trazado el rumbo de la crónica narrativa da vuelta la taba y, como aquellos cronistas que imaginaban hallazgos para asegurarse el diezmo colonial, comienza un viaje ficticio que narra en parte la historia reciente de Chile y quizás, su primera educación sentimental.
Alba pone las manos del nieto en el fuego para que respete a su madre. Elías cachetea a Alba cuando se casan para que lo respete. Nadia insulta a su nueva amiga y al hijo de ésta porque por celos empujó a su niño y lo lastimó, lo defiende como hacía con sus hermanos. Nadia le pega al niño para que le diga mamá a ella y no a la niñera. El nuevo libro de Alarcón, Premio Alfaguara de Novela 2022, vuelve sobre un tema omnisciente en sus crónicas desde otro lugar, con un narrador que mientras reconstruye, aislado en pandemia, la historia familiar y la historia de la Botánica, construye su propio paraíso. En la búsqueda de lo apacible, un jardín suburbano.
"La novela es un llamado a esas señoras promedio de 82 años que son mis nuevas lectoras, que entran al libro por el jardín y después se quedan porque están en él. Este hijo o nieto las narra sin el peso de la culpa o el perdón, porque él no es quién para perdonar y porque además hicieron cosas imperdonables. Tomar conciencia del daño le permite construir nuevas narrativas. Sin permiso de nadie. Porque querer y amar en el presente no requiere del perdón, dice a Télam el autor.
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Alarcón (La Unión, 1970), reside en Argentina hace unos 45 años y desde 1990 se dedica al periodismo de investigación. Escribió en diarios como Página/12 y en las revistas TXT, Rolling Stone y Gatopardo. Fundó Anfibia, revista digital de crónica narrativa; Cosecha Roja, la Red Latinoamericana de Periodismo Judicial; y el Laboratorio de Periodismo Performático que convoca a artistas y periodistas a generar piezas conjuntas. Coordina la Maestría en Periodismo Narrativo de Universidad Nacional de San Martín. El sábado a las 18.30 presentará "El tercer paraíso" en la Sala Victoria Ocampo de Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, acompañado por las escritoras Mariana Enriquez y Gabriela Cabezón Cámara.
-Télam: El tres remite a una instancia mágica de resolución: al tercer día resucitó, la tercera es la vencida, el triángulo alquímico. ¿Qué es ese título, hay un simbolismo en él?
-Cristian Alarcón: Es un descubrimiento ulterior, ocurrió cuando estaba embarcado en la mitad de ese río correntoso que me impulsaba a la escritura sin terminar de gobernar la estructura. Gracias a la indagación botánica, había comprendido que el paraíso es un cercado protector y a partir de ahí busqué en mi propia conciencia el paraíso, que es la judeocristiana, aquella que nos ha sido instalada como modo de la salvación, un premio que logran quienes atraviesan lo mundanal sin pecado o siendo buenos pecadores, es decir, pidiendo el suficiente perdón. Pero refundar la idea de paraíso fue ir más allá de lo religioso. En el origen etimológico de la palabra, que viene del griego, está esta idea de lo protegido, el cercado que va a impedir que otros -bestias salvajes, condiciones climáticas, otras tribus- nos expropien la tranquilidad de nuestro cultivo. La idea de un tercer paraíso abrazó así la posibilidad de un orden nuevo, de una creación que puede hacer cada una o cada uno sin necesidad de leyes, ni gobierno, ni autoridad, ni Estado y, sobre todo, donde lo que existe es el proceso, que excluye al castigo.
-T: Así como las crónicas Cuando me muera quiero que me toquen cumbia y en Si me querés, quereme transa, esta novela indaga en la violencia, pero lo hace desde otro lugar.
-C.A: En este caso la violencia forma parte de la sobrevivencia, no tiene una coreografía organizada, está en la raíz de un modo de habitar la Tierra a partir de la dominación del otro. El narrador reconstruye esas escenas sin el apego a esa violencia que miraba desorbitado en "Transas", seguramente porque había una reverberación en su profunda experiencia familiar que lo habilitaba a ser un testigo privilegiado capaz de reconstruir esas coreografías. Los personajes de El tercer paraíso son los últimos campesinos de una América Latina en la que el campo todavía era un lugar más habitado que la ciudad. Esta violencia es la de la diáspora del campo a la ciudad, que entre los 40 y los 60 inició esta etapa de megalópolis y ciudades intermedias y trasladó aquel modo de dominación de forma más cruenta: la ciudad que promete civilización encierra en los conventillos, los barrios, en las pequeñas habitaciones donde viven familias enteras la violencia rural que durante un tiempo convivió y también se confundió con ese otro orden violento que es el la economía.
-T: Pero también están el lenguaje de la botánica y la historia de esa ciencia -entretejidos con esa violencia pero hablando de otros tiempos y atmósferas-, permitiendo nombrar y ordenar el nuevo mundo del narrador.
-C.A: El lenguaje de la botánica habilita otros caminos, en este caso, el de un escritor que para poder alimentarse bucea en la filosofía, y decanta en un narrador que abraza la historia de la botánica desde un presente absoluto que posibilita la reconstrucción del pasado sin nostalgia ni melancolía.
-T: Dijiste que es un libro escrito desde una mirada feminista, ¿qué es escribir desde el feminismo?
-C.A: Es escribir con la conciencia de la injusticia primaria de la binariedad con todas las carga que implica: para la mujeres la reivindicación de igualdad y para los varones un deber castrador y violento que los condena al uso de la fuerza, la conquista y una exhibición performática de dotes en la confusión de que eso los volverá sujetos más acabados, cuando lo que hace es acabarlos y ahogarlos, sobre todo los deja solos La masculinidad del poder es la base del problema, masculinidad en el sentido de que no hay poder, aparentemente, que se construya sobre los consensos y sobre el amor.
-T: Hay una idea de resiliencia que atraviesa el libro. Saber sobrevivir, escribís. ¿Se aprende a sobrevivir o se tiene suerte de no morir, literal y metafóricamente, en el intento?
-C.A: Estos personajes aprenden a sobrevivir en las circunstancias más injustas. Más allá de la materialidad de las condiciones estamos ante sujetos especiales, las construcciones que he hecho de ellos son de una singularidad absoluta y en ese sentido son sumamente literarios. Nadia, la protagonista, es imposible que no sea literaria porque encarna a muchas mujeres de la literatura latinoamericana, que también están en mis crónicas: las travestis de los 90, las tortas de su momento, las pibas de ahora. Es mi mirada marica agradecida de lo femenino, que lucha contra la misoginia que todos los varones encarnamos en este continente y que ocurre en el puto mundo, pero que en América Latina es peor. Esa es una batalla que hay que dar.
-T: La novela también narra la violencia que encierra cualquier vínculo madre-hijo.
-C.A: Si las relaciones con nuestras madres sanaran, seguramente tendríamos menos violencia de género. Ahí tenemos un problema profundísimo que no está terminado de hablar ni de resolver. Nadia es una sobreviviente que encarna una época: hija de primera generación de obreros industriales, ve llegar por la democracia la posibilidad de mantener con su sueldo no solo a la nana que criará a su hijo, sino a toda su familia y a un joven y hermosísimo marido que estudia la capital. Es de una generación de mujeres, la de nuestras abuelas o madres, a la que todavía nos hace falta escuchar.
-T: Hay algo liberador en el relato y es que no juzga.
-A.C: Si uno hiciera conciencia de lo que esa generación tuvo que vivir entre su infancia y su adultez quizás podría comprender mejor sus limitaciones y el defectuoso modo en que nos han querido. Siendo hoy adultos responsables, no podemos ignorar que los vamos a tener por poco tiempo más, todo el tiempo que transcurra, así la esperanza de vida avance, nos va a resultar poco. La novela es un llamado a esas señoras promedio de 82 años que son mis nuevas lectoras, que entran al libro por el jardín y después se quedan porque están en él. Este hijo o nieto las narra sin el peso de la culpa o el perdón, porque él no es quién para perdonar y porque además hicieron cosas imperdonables. Tomar conciencia del daño le permite construir nuevas narrativas. Sin el permiso de nadie. Ni el psicoanalista, ni al educador, ni la Justicia, ni el Estado. Perdón jamás, a los genocidas. Después en cada caso lo discutimos, y en algunos casos dejamos de intentarlo, porque querer y amar en el presente no requiere del perdón.
Con información de Télam