Kamiya: "La literatura debe alumbrar, en el sentido de mostrar, poner en evidencia, enfrentar"

25 de abril, 2023 | 14.11

(Por Milena Heinrich) En su nuevo libro "La paciencia del agua sobre cada piedra", Alejandra Kamiya labra las palabras para llegar a una profundidad porosa que dialoga con la naturaleza, la experiencia y con los vínculos entre los seres vivos: lo hace a través de relatos en los que perros conversan sobre la rutina y el cansancio, la vigilia y el sueño pierden su nitidez en una contienda entre una mujer y un mono, una hija cuida de su madre enferma, o se puede sentir la musicalidad de dos instrumentistas que, aunque ya dejaron de tocar, el sonido sigue habitando el lugar.

Como la gota que pule la roca hasta encontrar la síntesis en la belleza, Kamiya (Buenos Aires, 1966) depura el lenguaje para construir una poética singular que radica quizá en su austeridad. En cada uno de los relatos que integran "La paciencia del agua sobre cada piedra" , hay una oración que queda presente como música, metáforas, o imágenes. "La belleza es algo a lo que no renunciaría nunca. Al menos, no a su búsqueda", dice a Télam la autora sobre estas marcas que imprimen el tono y la potencia de su escritura.

Al igual que sus dos libros anteriores -"Los árboles caídos también son el bosque" (2015) y "El sol mueve la sombra de las cosas quietas" (2019)-, el nuevo texto tiene una potencia de sentido que queda resonando como ese rayo que en un instante capta lo inconmensurable. En verdad, toda la escritura de Kamiya lo hace, como el comienzo de su primer cuento: "Toda la oscuridad del mundo cabe en una habitación pequeña. Porque la oscuridad no deja intersticios como dudas. No distingue entre rincones o espacios abiertos, no hay para esa boca nada demasiado ínfimo ni demasiado grande. Es de lo que no tiene medida, como Dios o el miedo".

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En "La paciencia del agua sobre cada piedra", publicado por Eterna Cadencia, la narradora eligió muchos animales como personajes, animales que hablan, que miran, que están o que acompañan. Un mono, una gata, un elefante, una garza, o perros, como los que salen de paseo cada día en "La pregunta de Rawson": algunos juegan y pelean, otros andan en babia; hay uno, Oso, que está cansado y viejo, y con el que Rawson le gusta dialogar sobre la vida, lo que ven, el paso del tiempo. Rawson, escribe Kamiya, "piensa en todas las veces que ha hecho ese camino y que mañana va hacerlo de nuevo, y que lo importante, los olores, no se repite".

La pregunta por el tiempo también se la hace la voz del relato "Lugares buenos" en el que la mujer duda si adoptar un perro o no porque ella ya es "vieja". "¿Cuánto vive un perro, diez, doce, quince años? Me alejé pensando que yo no iba a vivir tanto", plantea la narradora. La pregunta por el tiempo también tiene forma de noche y es cuando la luz no está el momento en que realidad y ficción difuminan su línea divisoria. La noche puede ser un toro que mira, o puede ser ese intersticio donde la convivencia amorosa y pacífica con un mono encuentra su pliegue. O quizá sea un sueño.

-Télam: ¿Cómo ubicás "La paciencia del agua sobre cada piedra" en tu literatura? ¿Cómo se encuentran estos relatos?

-Alejandra Kamiya: Más allá de que se trate de un libro nuevo, separado de los anteriores, continúa con los otros. O ni siquiera usaría esa palabra, porque implicaría una idea de orden necesario. Lo siento más como parte de un todo que está constituido también por "Los árboles caídos también son el bosque" y "El sol mueve la sombra de las cosas quietas", e incluso tal vez de libros que vendrán.

Los temas esenciales son siempre más o menos los mismos. Podría decir que no avanzo, pero sigo andando.

-T: En estos relatos hay muchos cambios de perspectivas, la distancia del punto de vista de una hija, una nieta, o de un perro, ¿qué te interesa de este movimiento de narradores ?

-A.K: Es verdad, me interesa mucho la idea de perspectiva y de una verdad que no es abarcable. Cambiar de narradores en un mismo cuento, en dos cuentos complementarios como "Herencia" y "La garza", o de un libro a otro, me da la posibilidad de tener la ilusión de abarcar más. También hay algo lúdico en estos movimientos, y por debajo esa sensación de una verdad que se escapa.

Esta idea está desarrollada de manera magistral en "En el bosque", de Akutagawa. Ahí no ocurre como en Sandor Marai, por ejemplo, en cuyos textos parecería que la verdad se fuera completando como un rompecabezas. En el cuento de Akutagawa hasta parecería que con cada nueva versión de los hechos la verdad se alejara más y más.

-T: Otro eje es aquel que se detiene en lo simple, lo austero, como si detrás de esas capas estuviera la búsqueda de la síntesis, esa paciencia del agua sobre cada piedra que pule y pule hasta lograr una forma airosa, liviana. ¿Cómo trabajas esto?

-A.K: Hace poco perdimos a un gran músico, Ryuichi Sakamoto. Él decía que la vida cotidiana está llena de pequeños sonidos que tienen su dosis de musicalidad y nosotros no los percibimos. Pienso que algo así pasa también con una extraña dosis de literatura que parece estar escondida en casi todo lo que pasa. Yo oscilo entre dos estados: uno en el que soy una especie de cazadora de historias, y otro en el que las historias me persiguen y se me imponen. Pero nunca nos separamos.

Trabajo justamente como bien decís: puliendo y puliendo. Y me encanta que uses la palabra liviana, porque creo que Borges la usaba para definir a la poesía. "Esa cosa alada, liviana y sagrada".

-T: Sin embargo esa escritura condensa temas como la muerte, la enfermedad, la soledad, la rutina. Es decir, es una literatura que alumbra detalles a veces oscuros o duros y los entrega pulidos, luminosos. ¿Imaginás al proceso de escritura como un tamiz donde lo denso libera su espesor para ponderar su austeridad, su luminosidad?

-T: La literatura debe alumbrar, en el sentido de mostrar, poner en evidencia, enfrentar. Ése creo que es su sentido.

En cuanto a la austeridad, creo que tiene más que ver con el estilo en el que yo elijo intentar esa tarea. A mí me gusta cuando las cosas se me muestran con simpleza, de manera neta, y hasta incompleta.

-T: La presencia de la naturaleza no es algo nuevo en tus libros pero en este hay muchos animales, animales que hablan o que filosofan, que habitan y se mueven. ¿Cómo llegan los animales a tu escritura?

-A.K: ¿Cómo llegan los animales a tantos libros hoy en día? Obviamente cuando concebí uno a uno los cuentos de "La paciencia del agua sobre cada piedra" no pensaba más que en la historia que me convocaba cada vez y el modo de plasmarla. Pero ocurrió que cuando fue publicado el libro se encontró con muchos otros libros en los que se habla de animales. Me gusta cuando soy parte de algo más grande que yo misma. Creo que tal vez, sólo tal vez, nos estamos dando cuenta de algo. La naturaleza es nuestra casa, los animales quienes la habitan con nosotros.

-T: También el tiempo habla en estos relatos, como con cierta contemplación: el paso del tiempo, el movimiento, el tiempo onírico, un tiempo que enciende su sentido filosófico porque también se revela corto o pasajero ¿Encontrás una indagación sobre la naturaleza del tiempo?

-A.K: El tiempo y la muerte son los temas que me obsesionan. Pero cuando uso la palabra obsesión parece que hubiera ahí algo de voluntad, y no es así: no puedo evitar ver en todo al tiempo y su contrario, atravesando las cosas, a las personas, a todo lo que existe.

-T: En estos relatos parece haber una parte de tu historia, quizá en las menciones al padre japonés que tienen que ver con tus orígenes. ¿Cómo opera esto en tu literatura? ¿Siempre tiene algo tuyo, por así decirlo?

-A.K: Creo que toda escritura honesta es autobiográfica en el sentido más profundo, más allá de la anécdota que a veces es inclusive una excusa para plantear algo entre líneas. Thomas Bernhard decía, frente a la pregunta sobre lo autobiográfico, que si lo que escribió no le hubiera pasado, igual él lo habría inventado.

Por otro lado creo que lo que llamamos un relato autobiográfico es siempre, en parte al menos, una forma de ficción. Todo lo que escribo tiene algo mío, aunque lo invente. O mejor dicho, más aún cuando lo invento.

Con información de Télam

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