(Por Josefina Marcuzzi) Impulsada por el aniversario de los 50 años de la dictadura chilena, la editorial Cuneta edita por primera vez en Argentina Había una vez un pájaro, un libro breve de tres cuentos escritos por Alejandra Costamagna que recuperan la memoria del golpe de Estado en Chile desde la mirada de la infancia y que contiene, además, un relato que es la reescritura de la primera novela de la autora, En voz baja.
Tres cuentos, como diferentes episodios de la memoria, como capítulos de un pasado reconstruido, componen este libro. Los dos primeros son fragmentos o recuerdos, momentos recuperados en un despertar luminoso y muy necesario. El tercer relato, Había una vez un pájaro, es la reescritura de la primera novela de Costamagna, casi treinta años después de su publicación.
Alejandra Costamagna nació en Santiago de Chile en 1970, tres años antes de la toma de poder de Augusto Pinochet. Es doctora en literatura y publicó las novelas "En voz baja", "Ciudadano en retiro", "Cansado ya del sol" y "Dile que no estoy". En 2008 recibió en Alemania el Premio Anna Seghers de literatura y su última novela, "El sistema del tacto", fue finalista del Premio Herralde 2018 y obtuvo los premios del Círculo de Críticos de Arte y Atenea.
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La autora no es solamente una de las plumas contemporáneas más relevantes de América Latina, sino que también es públicamente conocida por su posicionamiento público respecto a temas sensibles como el feminismo, la política y la dictadura en el país trasandino.
Esta nueva versión de En voz baja que presenta la autora chilena da cuenta no solamente de la valentía que implica renunciar, de cierto modo, a lo ya escrito al punto de transformar una novela en un cuento, sino también de una prosa que ha crecido junto a ella con el paso del tiempo, encontrando un equilibrio justo y potente entre musicalidad e imagen.
Había una vez un pájaro se convirtió en el espíritu de un libro cuya tónica fundamental es la niñez en la dictadura, y bajo ese espíritu el editor sumó otros cuentos de la autora que trazan este mismo recorrido y la convierte así en una de las escritoras de ficción pioneras en Chile en plasmar una mirada infantil para mostrar el horror del golpe de Estado y las secuelas inevitables que deja en una sociedad partida por la falta de justicia.
La memoria pincha hasta sangrar, a los pueblos que la amarran, y no la dejan andar, libres como el viento, el tramo más famoso de la canción de León Gieco, nunca mejor retratado en un libro de ficción.
Costamagna visitó Argentina para presentar este libro en distintas oportunidades, dentro y fuera de la Feria del Libro, y conversó con Télam sobre la relevancia que tiene la literatura a la hora de construir memoria y del paso del tiempo como protagonista insoslayable de este libro.
- Télam: Lo vemos en estos cuentos y lo vemos también en otras obras de la literatura y también del cine, por ejemplo en Argentina, 1985. ¿Por qué es necesario seguir poniendo la cultura al servicio de ciertos temas como es la dictadura, aún tanto tiempo después?
- Alejandra Costamagna: No sé si diría que es ponerla al servicio de los temas. Creo, más bien, que lo necesario es mantener vivo, desde la producción artística, un pasado en discordia. Sobre todo cuando a la vuelta de la esquina afloran los negacionismos. Se trata entonces de confrontar esa historia con las incomodidades del presente. Y en ese ejercicio hacer ver lo que no vemos, como dice Graciela Speranza. Pero al menos en lo que a mí me toca, eso no significa la reproducción literal de lo que ocurrió, sino la atención a sus soplos, sus fantasmagorías, su estela trasmutada en otra cosa, sus revoltijos, sus susurros, su mixtura con otros códigos y todo aquello que va esbozando la sensibilidad de un tiempo.
- T: Estos cuentos tienen un componente fundamental, expresado de distintos modos, que es la memoria. ¿Qué implicancias y relevancias tiene para vos como autora el ejercicio de la memoria?
- A.C.: Para mí escribir tiene mucho que ver con recordar. Y cuando digo recordar digo también imaginar. Digo construir, digo articular la experiencia recogiendo de aquí y de allá, digo trabajar con lo inconcluso, digo irme por las ramas de lo que pudo ser. La memoria en la escritura es como la voz del eco, que vuelve convertida en un sonido que rememora y al mismo tiempo origina su propio rumor. En ese sentido funciona como una interrogación que nunca se cierra.
- T: La construcción de estos cuentos se cimientan en la mirada de personajes infantiles. Hay una presencia muy fuerte de niños y niñas. ¿Qué impronta deja en la literatura esta elección?
- A.C.: Quizás la voz de las niñeces permite entrar desde lugares menos moldeados a ciertos ámbitos. Hay una mirada menos normada, una lengua más desnuda, un a flor de piel muy cautivante para mí. En la voz de la infancia no solo está la inocencia. Me gusta pensar en el posible fulgor de lo salvaje que habita ahí. Intentar recoger aunque sea una llamita de ese espíritu en la página.
- T: En el texto final hablás de una distancia con "el tono" de la novela "En voz baja", y hacés mención al cambio de voz que reconocés en tu escritura con el paso de los años. ¿Cómo afecta el tiempo sobre tu literatura? ¿Qué clase de escritora sentís que sos hoy respecto a la que eras en aquellos años?
- A.C.: Hoy me doblo en edad respecto de la que fui en 1996. Eso me sitúa frente a la historia, frente a la infancia o frente a la experiencia de una hija y unos padres con coordenadas distintas. Y sobre todo con la asimilación de lecturas, diálogos y un ejercicio escritural que no estaban antes. Puede que eso se traduzca, sin que sea capaz de catastrarlo rigurosamente, en una literatura que presta atención a otras cosas. Quizás más atenta a la escucha, al detalle, a las basuritas, a lo que se sale de foco, al balbuceo, a la duda, al silencio, a lo que corre por el costado, a lo suspendido, al ridículo, a lo frágil. No sé, en realidad. Porque, en estricto rigor, sigo siendo la misma.
- T: En ese mismo texto sostenés que "nunca volvemos a leer un libro del mismo modo en que lo leímos por primera vez". ¿Qué tipo de lectora sos? ¿Te gusta releer cuentos y novelas, o preferís quedarte con las primeras veces?
- A.C.: Soy una lectora dispersa, promiscua y subrayadora. Y el subrayado implica bajar la cabeza, sí, pero luego levantarla para armarle un nidito a esas ideas, imágenes o formulaciones que vienen de la página leída. Qué me dicen, qué convocan, qué hacen resonar, en qué lugares propios se inscribe eso ajeno. En general me gusta releer y asomarme a lo que provocan los libros en distintos momentos. Pero hay libros a los que me da miedo volver, porque no quisiera romper la ilusión del encanto que avivaron alguna vez.
- T: Hoy hay en América Latina cierta "explosión" de autoras mujeres en el panorama literario, un escenario que probablemente tenga que ver con el avance de los feminismos. ¿Qué deudas pendientes y objetivos hay todavía por delante para las escritoras mujeres de Chile, Argentina, Brasil, Colombia y demás países latinoamericanos?
- A.C.: Creo que aún falta emparejar la cancha en varios ámbitos, como la paridad en las bibliografías escolares o la reformulación del canon con el que nos hemos formado. En ese sentido aplaudo el trabajo de proyectos como Vindicas, de la UNAM en México; la Biblioteca de Escritoras Colombianas, con 18 títulos que se distribuyen en bibliotecas públicas; o las colecciones chilenas Perdita, de Banda Propia, y Biblioteca Recobrada, de Ediciones Universidad Alberto Hurtado, que han puesto en circulación las obras de creadoras de diversos ámbitos, que habían sido opacadas o ignoradas y tienen muchísimo que decirnos hoy.
Con información de Télam