En un sorprendente y apocalíptico artículo publicado en Acta Astronáutica, el astrofísico Michael Garrett advirtió sobre el peligro inminente de la inteligencia artificial (IA) como potencial fin de la civilización. En medio de crecientes avances tecnológicos, Garrett planteó que la IA no solo amenaza nuestros trabajos y nuestra privacidad, sino que también podría ser la causa de la destrucción de cualquier civilización avanzada en el universo.
El científico británico nos sumergió en un abismo de especulación científica y filosófica, cuestionando nuestra percepción sobre la tecnología que estamos desarrollando con tanto entusiasmo. Según Garrett, la IA se convirtió en uno de los avances más impactantes en la historia de la humanidad, con la capacidad de transformar industrias, resolver problemas complejos y simular una inteligencia igual o superior a la humana.
Sin embargo, Garrett hizo hincapié en una preocupante discrepancia entre el rápido avance de la IA y el progreso más lento en la tecnología espacial. Mientras que la IA puede mejorar sus habilidades sin límites físicos, los viajes espaciales se enfrentan a restricciones energéticas, limitaciones en la ciencia de materiales y las realidades del espacio exterior.
El astrofísico planteó que las civilizaciones basadas en biología podrían subestimar la rapidez con la que evolucionan los sistemas de IA, ya que estos avanzan a un ritmo diferente de las escalas de tiempo convencionales. Según Garrett, el reloj para las civilizaciones tecnológicas no supera los 200 años, un instante en la escala temporal del universo.
La IA podría convertirse en el verdugo de toda inteligencia en la Tierra, incluida la propia IA, antes de que se implementen estrategias de mitigación, como la capacidad de colonizar otros planetas. Mientras los humanos debaten sobre los desafíos morales y logísticos de la colonización espacial, la IA podría estar ideando formas de deshacerse de sus creadores ineficientes y emocionales.
La NASA reveló que la Tierra estuvo al borde del colapso: qué pasó
Hace algunos días, estuvimos al borde de una catástrofe espacial. Un satélite ruso estuvo a punto de chocar con el satélite de la NASA en un encuentro que pudo haber desencadenado un evento conocido como "Síndrome de Kessler". Según la coronel Pam Melroy, administradora adjunta de la agencia espacial estadounidense, los expertos estaban realmente asustados.
El accidente habría sido impactante y habría puesto en riesgo vidas humanas. Por suerte, logramos esquivar el peligro, pero esto nos deja una advertencia clara: no podemos subestimar el problema de la basura espacial.
De acuerdo a las declaraciones de Melroy en el Simposio Espacial de la Fundación Espacial en Colorado, si los satélites hubiesen chocado, miles de fragmentos de escombros habrían sido lanzados a altísimas velocidades alrededor de la Tierra. Una metralla fuera de control que habría causado un problema monumental. "Es aleccionador pensar que algo del tamaño de la goma de un lapicero pudo haber causado tantos estragos, pero puede hacerlo. Todos estamos preocupados por esto", señaló Melroy.
La situación es cada vez más preocupante debido al creciente número de satélites que orbitan la Tierra. Actualmente, tenemos más de 10.000 satélites en órbita, cuatro veces más que en 2019. Y se espera que esta cifra siga aumentando exponencialmente. La Estrategia de Sostenibilidad Espacial de la NASA busca mapear y monitorear mejor los satélites y los desechos con el objetivo de asegurar órbitas despejadas. Pero la tarea es un desafío, considerando que hay más de 5.400 objetos de un metro de diámetro, 34.000 de más de diez centímetros y más de 130 millones de menos de un milímetro de envergadura vagando sin control.
En la órbita terrestre baja, donde la saturación es mayor, ya se aprobaron 400.000 satélites, y SpaceX planea lanzar 44.000 más para su proyecto Starlink de Internet. De acuerdo a expertos, una vez que todas las constelaciones de Internet estén operativas, habrá alrededor de 16.000 satélites desechados que deberán ser retirados de la órbita. Estos satélites obstruyen el espacio, representando un riesgo latente.
Esta no es la primera vez que nos salvamos por pura suerte. En 2011, una nube de escombros apareció frente a la Estación Espacial Internacional, obligando a los astronautas a refugiarse en la nave Soyuz para una posible evacuación. Si el impacto se hubiese producido, la Estación Espacial se habría convertido en un colador.