Para muchos, la idea de tener un parásito dentro del cuerpo es repulsiva, evocando imágenes de gusanos alimentándose de comida ingerida o entrando al cuerpo a través de alimentos contaminados. Más allá de los mitos que existen en el imaginario colectivo, hay un hecho cierto: las infecciones parasitarias intestinales son un desafío para la salud pública. Por ello, el grupo de Parasitología Humana del Laboratorio de Biodiversidad y Epidemiología Parasitaria del CEPAVE (CONICET-UNLP-asoc. CIC) realiza estudios en diferentes localidades del país para identificar las parasitosis intestinales y los factores socioambientales que favorecen su presencia y modos de transmisión. En las poblaciones de barrios vulnerables, la falta de acceso a agua potable, cloacas, servicio de recolección de residuos y dificultades en la asistencia médica crean un escenario favorable para el desarrollo y transmisión de estos parásitos.
"Desde hace más de dos décadas estamos estudiando la complejidad de esta problemática porque, aunque los entornos geográficos pueden ser similares, la dinámica poblacional es distinta. La mayoría de estas poblaciones no tiene conexión al servicio de agua y se ven obligadas a almacenar agua traída de otros lugares o se conectan informalmente a la red, lo cual resulta ser un factor de riesgo importante porque el agua es la principal vía de transmisión de las especies parásitas diagnosticadas", explica Lorena Zonta, investigadora del CEPAVE, a la Agencia CTyS-UNLaM.
Zonta -doctora en Ciencias Naturales- forma parte del equipo de Parasitología Humana del CEPAVE junto a la licenciada Belén Virgolini, la médica veterinaria Josefina Lacunza y la doctora Graciela Navone. A este grupo se suman la Dra. Laura Teves y la Dra. Andrea Servián que, en los últimos años, a través de un Proyecto de Investigación de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (AGENCIA I+D+i) llevaron a cabo estudios en poblaciones de Villa Itatí y Santa Lucía en Quilmes; Barrio Lindo, El Hornero, Don Orione, La Esther y Arzeno en Almirante Brown; y Bosques, en el partido de Florencio Varela.
Para llevar adelante este trabajo es fundamental enmarcarlo en el concepto de “Una Salud”, destaca Zonta, lo cual implica la intervención de especialistas de diferentes disciplinas, integrando la salud humana y animal con el ambiente en el que coexisten. "Los parásitos son indicadores de las condiciones del ambiente y de la calidad de vida de las personas infectadas", sostiene.
En este marco, analizaron una zona del Conurbano para comprobar si parte de la población estaba efectivamente parasitada. “No había estudios previos sobre parasitosis en el Conurbano. Descubrimos que sí había casos y que la situación en otros puntos del país es aún más crítica, relacionada con las condiciones ambientales de temperatura, humedad, tipo de suelo y cobertura vegetal, como en Misiones y Formosa, áreas tropicales en nuestro país", indicaron.
Los parásitos intestinales siguen un patrón de distribución. Los climas tropicales, la humedad y la vegetación abundante favorecen su persistencia en el ambiente. “De norte a sur y de este a oeste del país disminuye la presencia de especies parásitas en relación al clima seco y árido (Patagonia argentina, región de cuyo)", argumenta Navone.
Paso a paso: cómo es el análisis
Cuando las investigadoras llegan a un barrio, establecen contacto con establecimientos educativos, centros de salud, comedores y hogares comunitarios, donde realizan encuentros participativos para abordar la problemática parasitológica. También llevan a cabo encuestas y observaciones in situ para recopilar datos socio-ambientales.
“Les contamos sobre la biología y los modos de transmisión los parásitos, la sintomatología asociada y los modos de prevención. Luego ofrecemos hacer los análisis de forma gratuita y voluntaria, especialmente a la población infantojuvenil. Si confirmamos que están parasitados, analizamos la unidad doméstica, es decir, el entorno exterior e interior de la casa: familia, mascotas, suelo”, explica Virgolini.
Estas actividades de intercambio demostraron ser una herramienta efectiva para promover la prevención y el diagnóstico de estas infecciones. "Además, brindaron un espacio para escuchar las preocupaciones de cada comunidad, lo que permitió identificar factores de riesgo específicos en cada contexto socioeconómico y cultural", interviene Servián.
Una vez analizados los datos, el equipo elabora certificados individuales con los resultados parasitológicos y los casos positivos son referidos al centro de salud cercano, con el cual el equipo de trabajo articula desde el inicio para recibir el tratamiento antiparasitario correspondiente. Luego, la entrega de la medicación y el tratamiento depende de las posibilidades y el compromiso del área de salud y de las familias en hacerse cargo. “Muchas veces esta es la parte más difícil porque no depende de nosotras”, lamenta la Dra. Zonta.
¿Virus, parásito o bacteria? Esa es la cuestión...
Uno de los problemas a los que se enfrentan muchas personas que padecen parasitosis es el diagnóstico incorrecto. En muchos casos, comenta, se suelen atribuir los síntomas a un virus sin realizar los estudios necesarios. “La sintomatología suele ser similar ante la presencia de virus, parásitos o bacterias, pero es imprescindible hacer un análisis de materia fecal para diagnosticar al patógeno que produce la infección intestinal”, aclara.
Para la doctora en Ciencias Naturales, ante síntomas sospechosos, deberían hacerse análisis de materia fecal. “Muchas veces no se tienen en cuenta las parasitosis en la sintomatología digestiva (dolor de panza, flatulencia, diarrea, materia fecal pastosa y maloliente), ni en la pérdida de peso y/o alteraciones en el crecimiento. Por eso, la OMS considera a las enteroparasitosis (parasitosis intestinal) como una de las enfermedades infecciosas desatendidas”.
Por último, Zonta alerta sobre algunos mitos, como la creencia de que la aparición de parásitos está únicamente ligada a la ingesta abundante de golosinas o que el único signo de su presencia es la picazón en la cola. “Si bien ese síntoma es cierto, no es el único. Puede picar la nariz, provocar problemas del sueño, dolor abdominal, falta de apetito, anemia, malabsorción de nutrientes, desnutrición, etc. Esta información la compartimos incluso en talleres en las escuelas porque es importante integrar el conocimiento científico con el de la población para mejorar su calidad de vida”, concluye.
Con información de la Agencia CTyS.