Napalpí, una pequeña localidad en la provincia de Chaco, está grabada en la memoria colectiva del país como el escenario de una de las masacres más atroces de la historia. El 19 de julio de 1924, un trágico suceso quedó impreso en cientos de indígenas que luchaban por un trato justo.
Cansados de recibir una retribución ínfima por su ardua labor en la cosecha de algodón, decidieron levantar su voz en una huelga pacífica que reclamaba dignidad y justicia. Pero la policía territorial avanzó en una muestra desmedida de poder y, con una crueldad despiadada, las balas se adueñaron del aire y las voces de los indefensos se perdieron en un grito silenciado. En un instante, entre 300 y 500 vidas se desvanecieron en una masacre que la historia oficial decidió borrar durante casi un siglo
Las noticias de aquel horror se propagaron pronto, pero las verdades incómodas son fácilmente descartadas y el tiempo se encargó de tejer un velo de olvido sobre las vidas arrebatadas, los sueños truncados y las familias destrozadas. Sin embargo, la memoria de aquellos hombres y mujeres, arraigada en los corazones de quienes nunca olvidaron, permanecieron vivas y ardientes. Y casi un siglo después, la Masacre de Napalpí emergió del abismo del silencio, exigiendo ser reconocida.
Gracias a la lucha incansable de organizaciones de derechos humanos y a la persistencia de los sobrevivientes y sus descendientes, finalmente se llevó a cabo un juicio histórico en busca de verdad y reparación.
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El rol de la ciencia durante el juicio
En 2022, la Masacre de Napalpí fue reconocida por la justicia como un crimen de lesa humanidad, sentando un precedente fundamental en el sistema judicial argentino. Los testimonios de los sobrevivientes y las pruebas científicas presentadas en el juicio dejaron en evidencia la gravedad de los crímenes cometidos y la responsabilidad de quienes participaron en ellos.
Mariana Giordano, quien se desempeña como investigadora principal del Conicet en el Instituto de Investigaciones Geohistóricas (IIGHI) y es docente en la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), trabajó durante años en el estudio de las representaciones y el discurso sobre los aborígenes chaqueños. Sus investigaciones revelaron una estigmatización constante de estas comunidades en la prensa de la época, describiéndolos como revoltosos y poco afectos al trabajo, cuando en realidad estaban siendo explotados y luchaban por una vida digna.
En su búsqueda por reconstruir los hechos de la Masacre de Napalpí, la investigadora recurrió a una amplia variedad de fuentes, incluyendo registros de diarios de la época. Aunque la mayoría de estos diarios tratan el tema como un “enfrentamiento”, los relatos transmitidos en la comunidad y los testimonios recopilados confirman que los aborígenes en huelga estaban desarmados y que fueron víctimas de una represión desproporcionada.
Uno de los hallazgos más impactantes de su trabajo fue el descubrimiento de imágenes fotográficas tomadas por el antropólogo y lingüista alemán, Lehmann Nitsche, el día de la masacre. Estas imágenes, encontradas en el Instituto Iberoamericano de Berlín, muestran el avión utilizado para identificar y señalar el lugar donde se encontraron los indígenas, así como colonos criollos armados junto al propio Nitsche. “También se encontró una fotografía en la que se observa a un grupo de indígenas que no se adhirieron a la huelga, portando pañuelos blancos por las autoridades para marcarlos y diferenciarlos de los “rebeldes””, cuenta a la Agencia de noticias científicas de la UNQ, Mariana Giordano.
La investigación y el análisis de estas imágenes y documentos fueron claves en el proceso judicial que se llevó a cabo en Resistencia, Chaco. En el juicio por la verdad, que buscó esclarecer los hechos y juzgarlo como un crimen de lesa humanidad, las pruebas aportadas por la investigadora, incluyendo las imágenes fotográficas y los testimonios recopilados, fueron fundamentales para comprender y condenar este oscuro episodio de la historia argentina.
El trabajo de una investigadora del CONICET, clave para el juicio por una masacre indígena.El trabajo de Giordano y otros investigadores comprometidos con la verdad histórica recuerda la importancia de la investigación científica en la divulgación y esclarecimiento de los acontecimientos del pasado. Su labor sacó a la luz una tragedia silenciada durante décadas y permitió que se haga justicia en el Juicio por la Verdad.
“Ahora estamos trabajando en ver qué ocurre con los procesos reparatorios que estableció la sentencia. Es clave poder reflexionar sobre cada una de estas medidas y sobre cómo se visibiliza la masacre después del juicio”, concluye la investigadora.
Con todo, la Masacre de Napalpí dejó de ser un silencio y se convirtió en un capítulo oscuro pero crucial en la historia del país, un recordatorio de las heridas no sanadas y de la importancia de enfrentar el pasado para construir un futuro más justo. Su historia, convertida en un símbolo de resistencia que trasciende las barreras del tiempo y el olvido, debe ser conocida para evitar que se repitan los errores del pasado.
Con información de la Agencia de Noticias Científicas