Un nuevo descubrimiento sobre el cuerpo humano causa conmoción en la comunidad científica. Un grupo de investigadores de Standford dieron a conocer los resultados de uno de sus últimos estudios, en donde se arrojó la posibilidad de "una nueva forma de vida" en el cuerpo humano. Su peculiar forma y la manera que tiene de comportarse, genera un gran desconcierto en el análisis.
Se trata de diminutos fragmentos de ARN, más pequeños que un virus, que colonizan las bacterias de nuestra boca e intestinos y pueden transferir información que puede ser leída por una célula. Los mismos fueron denominados con el nombre de obeliscos, debido a su estructuras en forma de varilla. Sin embargo, pese a la insistencia en la investigación, aún no se descubrió cuál es su objetivo final.
Las entidades microscópicas, según una explicación escrita en The Conversation por el profesor de evolución microbiana de la Universidad de Bath Ed Feil, llama a los obeliscos "trozos circulares de material genético que contienen uno o dos genes y se autoorganizan en forma de varilla". Asimismo, se especuló de forma potencial que son "formas de vida" diminutas.
"La entidad biológica recién descubierta se sitúa entre los virus y los viroides", añadió Feil. Este descubrimiento es difícil de catalogar, ya que hay muchos elementos que comparten con otros organismos. Según precisó el experto, al igual que los viroides, los obeliscos tienen un genoma circular de ARN monocatenario y carecen de cubierta proteica. Pero, al igual que los virus, sus genomas contienen genes que se prevé que codifican proteínas.
Los investigadores de Standford localizaron casi 30.000 tipos distintos de obeliscos, los cuales se encuentran en todos los rincones demográficos del mundo y, por lo general, en la boca (aunque también en el intestino). Sin embargo, todavía no se sabe si son positivos o negativos para el cuerpo humano.
Nueva respuesta para la pregunta de por qué la humanidad romperá el récord de esperanza de vida
Imagínese un mundo donde vivir hasta los 80 años ya no sea una excepción sino la norma, donde la promesa de una vida larga y saludable esté al alcance de todos, sin importar su lugar de nacimiento. Esto, que alguna vez parecía inalcanzable, está cada vez más cerca de hacerse realidad.
Un estudio reciente elaborado por el Instituto de Medición y Evaluación de la Salud (IHME), al que la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes pudo acceder, proyecta un aumento significativo en la esperanza de vida mundial para 2050. El trabajo, publicado en la revista The Lancet, predice que en apenas unas décadas, la esperanza de vida global se incrementará en 4,9 años para los hombres y 4,2 años para las mujeres, alcanzando un promedio de 78,1 años. Sin embargo, esta proyección, aunque alentadora, también plantea desafíos.
El crecimiento no es un fenómeno aislado, sino el resultado de estrategias de salud pública más efectivas y un cambio en la carga de morbilidad de enfermedades transmisibles a no transmisibles. Patologías como el cáncer, la diabetes y problemas cardiovasculares están tomando protagonismo, y la capacidad para prevenir y tratar estas afecciones será crucial para mantener y mejorar esta tendencia positiva.
Una de las conclusiones más esperanzadoras es la reducción de la disparidad en la esperanza de vida entre distintas regiones geográficas. Se espera que los mayores aumentos se den en áreas como el África subsahariana, lo que indica un avance significativo hacia una mayor equidad en salud global. No obstante, las desigualdades persisten y se debe continuar trabajando para asegurar que todos los individuos, sin importar su lugar de origen, tengan acceso a las mismas oportunidades de una vida larga y saludable.
Es evidente que las políticas públicas desempeñan un papel fundamental en este proceso. La prevención y mitigación de factores de riesgo como la obesidad, la hipertensión y el tabaquismo son esenciales. Estas condiciones, vinculadas a estilos de vida y comportamientos individuales, requieren intervenciones que promuevan hábitos saludables desde una edad temprana. La educación y la concienciación son herramientas que deben ser utilizadas para cambiar comportamientos y reducir la prevalencia de estos factores de riesgo.
Sin embargo, no todo es optimismo. El trabajo también alerta sobre un aumento en los años vividos con discapacidad. Es decir, a medida que la esperanza de vida se extiende, más personas vivirán con condiciones crónicas que afectarán su calidad de vida. La carga de morbilidad está cambiando de años de vida perdidos a años vividos con discapacidad, lo que subraya la necesidad de mejorar no solo la cantidad, sino también la calidad de vida de las personas mayores.
En este contexto, es clave que los sistemas de salud se preparen para enfrentar nuevas realidades. La atención primaria debe fortalecerse para manejar eficazmente las enfermedades crónicas y proporcionar cuidados integrales y continuos. Además, hay que fomentar entornos que apoyen un envejecimiento saludable, promoviendo la actividad física, la alimentación equilibrada y el bienestar mental.
Con todo, el futuro de la esperanza de vida global es alentador, pero no se deben subestimar los desafíos que lo acompañan. La oportunidad de prolongar la vida y mejorar su calidad está al alcance, pero requiere un compromiso colectivo y una acción concertada.