En seis décadas, Le Corbusier construyó 75 edificios en doce países y diseñó 42 proyectos urbanísticos, dejó un legado de 8 mil dibujos y 400 cuadros. Escribió 34 libros y cientos de artículos. Fue catalogado como el primer arquitecto global, que proyectaba y llevaba a cabo obras en forma simultánea en distintas ciudades del mundo. “El urbanismo dispone y la arquitectura da forma”, solía contar en cada ocasión que lo dejaban. Y cuando no lo dejaban también. A continuación, una brevísima historia de su paso por Argentina y la exploración de sus ideas principales.
Un arquitecto que conoce al gran público
Jean Jeanneret nació en 1887 en la localidad suiza Chaux de Fonds, por ese entonces la ciudad más importante a nivel mundial de fabricación de relojes. Su padre fue un esmaltador de cajas de relojes y su madre profesora de piano. De ascendencia aristocrática, desde niño se interiorizó por el análisis geométrico y las formas de la naturaleza.
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A sus 19 años realizó su primera casa por encargo (con la ayuda de un equipo) la Ville Fallet (1907) y en 1916 su primera casa íntegramente, la Ville Schnow. Dedicó varios años a viajar por Europa (1907 a 1912), donde visitó templos, monasterios y construcciones diversas en Asia, Grecia e Italia. Dos ciudades lo marcaron a fuego: Constantinopla y Atenas. Sobre el Partenón dijo: “Son piedras que hacen música”.
Afín a la observación directa, siempre viajaba equipado con cámara fotográfica de placas: dibujaba, calcaba, tomaba notas. Le Corbusier estudió bellas artes y tomó clases particulares de matemática, un lenguaje que consideraba casi superior. Dibujaba sin cesar, evitando la proximidad, desde aviones o buques o simplemente alejándose: “No tomen fotos, dibujen, la foto impide ver”, señalaba.
En la década del 20 comenzó a convertirse en una figura pública curiosa: arquitecto, pintor y escritor, con un texto que sacudió la arquitectura mundial (Hacia una arquitectura, 1923) y que actualmente es bibliografía obligatoria en las principales universidades del mundo. Padre del urbanismo moderno, se trata de uno de los pocos arquitectos que conoce “el gran público”, su rostro está presente en sellos de correos, billetes de 10 francos y hasta en suvenires.
Estudió en profundidad el caos del crecimiento de las grandes ciudades, “que sube como una marea” y planteo que se debía “demoler el centro de las grandes ciudades” y realizar una profunda reconstrucción. Había que descongestionar el centro de las ciudades, mejorar los medios de comunicación, extender las superficies plantadas y aumentar la densidad habitacional en el centro, para concentrar en un pequeño sector la vida laboral y comercial. La ciudad se “mata a sí misma” y debe renacer desde su propio centro.
En el periodo de la postguerra diseñó una central eléctrica, edificios y hasta un matadero. En particular planificó un tipo de casa económica denominada “Dom-ino” (1915) un desarrollo acelerado y en serie de hormigón armado y elementos prefabricados, que pretendió ser una respuesta a la devastación de la guerra. Se inspiró en los buques de guerra y analizó métodos de construcción económicos como el ladrillo aislante (que patentó como invento).
También cirujano
Por momentos, Le Corbusier tiene un discurso médico cargado de imágenes de anatomía y fisiología, en las que equiparaba a las casas con seres vivientes. Las casas forman calles y las calles ciudades; estas ciudades son organismos dotados de un alma con capacidad para sentir, sufrir y admirar. El centro de la ciudad es el corazón y luego las arterias, arteriolas y capilares representan las vías de distribución y circulación de la potencia vital.
Dice sobre sí mismo: “Por momentos me parezco más a un cirujano que a un arquitecto”. La ciudad actual produce enfermedad física y moral, una masa amorfa que crece sin sentido y que asfixia a sus habitantes.
¿Cómo la pasó en Argentina?
En 1929, invitado por Victoria Ocampo, brindó diez conferencias en Buenos Aires organizadas por la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. Al recorrer la ciudad, formuló un diagnóstico sombrío: “Es la ciudad más inhumana que he conocido, verdaderamente el corazón se martiriza. He recorrido las calles por semanas y me he sentido deprimido, furioso, desesperado. Todo caótico, sucio e improvisado”.
Le Corbusier diseñó un plan para Buenos Aires: planteó que la ciudad debía abrirse al mar, abandonar el trazado español de la colonización (nuevas manzanas de 400 metros). Proyectó acondicionar el sistema portuario, construir rascacielos en tierra firme y en el río, pensó la construcción de un centro de negocios, centros de deporte y planteó el trazado de dos avenidas como ejes: la avenida de mayo y una nueva avenida, que se llamaría 6 de Julio.
En sus apuntes personales solo se salva la casa de Ocampo, la avenida Alvear y los bosques de Palermo. Le Corbusier fue siempre un admirador de los aviadores, en Argentina fue pilotado por Jean Marmoz, quien fundó la línea aérea postal Francia-América del Sur y por el escritor Saint Exupery.
En Latinoamérica, donde se tuvo una gran repercusión, también realizó esbozos para reconstruir las ciudades de Montevideo, Río de Janeiro y San Pablo, aunque ningún proyecto fue aprobado.
La casa Curuchet
En 1949 diseñó la única casa que construyó en el país, que tomó el nombre de su dueño, el médico cirujano e inventor, Dr. Curutchet, situada en la calle 1 y 54 de la ciudad de La Plata. Diseñó 16 planos y maquetas de una casa-consultorio y designó al arquitecto Amancio Williams como realizador de la obra. El devenir fue lento y con infinidad de complicaciones y el propietario terminó por aborrecer al arquitecto Williams. De hecho llegó a decir: “Quería retorcerle el pescuezo”.
Curutchet definió al proceso de construcción como “largo, penoso y decepcionante” y recordaba el agobio cotidiano por las visitas a toda hora de fanáticos de Le Corbusier que visitaban su casa. Al poco tiempo, abandonó el lugar y se retiró a vivir al campo.
En 2018, la única construcción de Le Corbusier en Argentina, fue declarada Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y hoy es una de las atracciones turísticas de la ciudad, donde puñados de alumnos y curiosos acuden diariamente: rampas, pilotes, briseil soleil, ventanas extensas, claraboyas, aislación térmica y acústica, fachada libre, terraza jardín, mobiliario empotrado…. todo un compendio lecorbusiano.
Ignorado y amado a la vez
Como buen autodidacta, ignoró los tratados formales de arquitectura, fue criticado por la izquierda política (por conservador) y por la derecha (por ser “caballo de Troya del Bolchevismo”), y también destratado por la academia. Aquello que Le Corbusier había ofrecido a Europa, América, África y la Rusia Soviética, fue aceptado por la India. En 1953 logró construir la primera ciudad desde cero, Chandigarh, al pie del Himalaya. En los últimos años, fue contratado en Tokyo (Museo) y finalmente, en Boston (Centro de Artes) y se le encargó un hospital de agudos para la ciudad de Venecia, aunque este último no se realizó. El mundo de los negocios no fue el punto fuerte de Le Corbusier, siempre a la pesca torpe de financiadores.
Su último texto “Mise au Point” (1966) es una suerte de testamento espiritual, con un sabor a final cercano. En este libro, póstumo, se define asimismo como un mal escritor, explica que lo único transmisible es el pensamiento y la necesidad de actuar con exactitud en cada acto personal y profesional. Quizá dolido por tantas críticas de la prensa, se ensañó con los periodistas “cuya actividad solo vale un día”, con los burócratas y, sobre todo, con los académicos.
En 1951 construyó para su mujer Ivonne una emblemática cabaña en la playa cerca de la estación Roquebrune-Cap- Martin, donde la pareja pasó sus veraneos por años. El 27 de agosto de 1965 Le Corbusier murió ahogado luego de adentrarse en el mar, para cumplir con su profecía y sueño: morir nadando hacia el sol.
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Con información de la Agencia de Noticias Científicas