Desde que nacen, las mujeres son bombardeadas con mandatos que deben cumplir y se enfrentan a un ideal de mujer que, si quieren ser “exitosas”, deben alcanzar. Esto se advierte en los distintos consumos culturales, como es el caso de las revistas o, actualmente, en las redes sociales. En 2015 surgió Mujeres que no fueron tapa (MQNFT), un colectivo que, precisamente, cuestiona y “hackea” los estereotipos que existen alrededor de las mujeres.
La Agencia de Noticias Científicas de la UNQ dialogó con su fundadora Lala Pasquinelli, que describe, entre otras cosas, cómo las niñas son hipersexualidas desde la industria cultural. La activista, poeta y abogada también refiere que el mandato de belleza es el que más se debe cuestionar y destaca: “El feminismo no se centró en él con toda su potencia”, ya que “es muy difícil porque todas estamos inmersas en él”.
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El deber ser de la mujer
-¿Qué fue lo que la motivó para crear Mujeres que no fueron tapa?
–Ser mujer en este planeta y estar atravesada por todas las violencias que implica existir. Fuimos educadas y socializadas con un ideal femenino que nos expone desde muy pequeñas a violencias sutiles que modelan la identidad y nos marcan la cancha en términos de lo que podemos y no podemos hacer. Esto es lo que me impulsó a trabajar en MQNFT en 2015: a partir de una muestra, exhibí obras que estaban compuestas por pedacitos de revistas que exhiben este ideal.
-¿Cómo es ese ideal de belleza?
-Las mujeres que encarnan este ideal ponen toda su energía vital en encontrar el amor heterosexual y romántico para tener una familia y “realizarse” con la maternidad. Puntualmente, las revistas representan una síntesis visual de lo que la cultura exige o impone como el ideal femenino, el cual parte de mostrar cuáles son las buenas mujeres y cómo deben ser para que las elijan, acepten o deseen. Independientemente de si compramos o no estos productos, todas somos educadas de ese modo: las imágenes están y nos atraviesan más allá de que seamos o no consumidoras conscientes de esto.
-Una de las preguntas que su proyecto realiza es cómo hubiese sido la vida de distintas mujeres si hubiesen crecido viendo otros cuerpos…
-Claro, qué hubiese pasado si hubiésemos visto a las mujeres que hacen el mundo: trabajadoras, científicas, lideresas sociales, activistas, médicas, profesionales, dirigentes barriales. Seguramente hubiese sido y sería un mundo muy distinto. No me animo a generalizar y hablar de todas las mujeres, pero no tengo ninguna duda de que mi vida hubiese sido completamente distinta, con menos sufrimiento y dolor. También, hubiese tenido un camino bastante más directo hacia mí misma y hacia mis intereses y deseos, ya que entraban en tensión con ese deber ser de lo femenino. Desde pequeñas nos dicen que si lo alcanzamos vamos a tener felicidad, pero necesitamos que pase mucho tiempo para darnos cuenta que no es así. Incluso, para muchas ni siquiera alcanza el paso del tiempo porque seguimos pensando que el problema no es el modelo sino que no lo cumplimos a rajatabla. Así de eficientes son esos manuales y mandatos.
-Entiendo. En las revistas, ¿se ve algún cambio entre lo que mostraban hace unos años y lo que muestran ahora?
-No. Si miramos revistas de hace cincuenta o setenta años nos vamos a encontrar con los mismos cuerpos y discursos. Actualmente los grandes íconos de belleza no se ven tanto en las revistas, sino en las influencers de las redes sociales, todas sabemos sus nombres y tienen más de un millón de seguidores. La exposición a las imágenes no solo es igual sino que es peor.
Influencers: los nuevos íconos de belleza
-Pienso en las niñas que siguen a artistas en las redes sociales: cantan, bailan y quieren vestirse como ellas. En ese juego se da una sexualización…
-Sí, es tremendo porque es algo que viene escalando con mucha fuerza y potencia. Es muy difícil hablar de este tema porque cuando nosotras lo denunciamos, el problema pasamos a ser nosotras que tenemos una mirada que sexualiza lo sexualizado. Pero es necesario que lo veamos, alcanza con salir a la calle, ver Tik Tok o mirar cuál es la ropa que hay para niñas. En el último caso, se vende la misma ropa para adultas pero en forma mini y sexualizada: todas las remeras dejan parte del cuerpo al aire, los pantalones son hiperajustados, los muslos o la cola quedan al aire, las mallas son cavadas, entre otras. Ojo que esto pasa en otros consumos, como niñas que hacen tutoriales de maquillaje o vestimenta.
-Es muy desesperanzador porque parece que al final no hay una transformación de lo patriarcal…
-Una piensa que todo está cambiando pero cuando salimos de nuestro pequeño tupper de poquitas personas, nos damos cuenta que en el mundo de lo masivo están pasando otras cosas, como la hipersexualización de las niñas o el consumo de productos hiperestereotipados con mandatos de género recalcitrantes, como es el caso de un programa infantil que se llama Diana y Roma. Todo esto sucede al mismo tiempo que tenemos este tipo de conversaciones, debemos generar las alertas para no creer que estamos en lugares donde aún no llegamos.
-¿Cuál es el mandato más urgente a cuestionar?
-El de la belleza porque es el que pasa más inadvertido y sobre el cual el feminismo todavía no se centró con toda su potencia. Se aborda el cuerpo desde la reproductibilidad, por ejemplo, pero no desde la belleza que es lo que está captando la energía vital y la salud física y mental de las mujeres. Además, el mandato de belleza es la primera escuela para la violencia porque la normaliza y luego vienen todos los otros mandatos en los que somos educadas. De todas maneras, el ideal femenino con todas sus aristas y mandatos es a lo que tenemos que apuntar pero es muy difícil
-¿Por qué?
-Porque todas estamos inmersas en eso y buscamos satisfacer más o menos los mandatos de belleza para funcionar en esta sociedad: si los cumplimos vamos a ser premiadas y a acceder a mejores lugares; en caso contrario, seremos disciplinadas, rechazadas y violentadas. Eso justifica que no lo estemos abordando con la debida energía y seriedad, es una trampa muy bien ingeniada.
Contar historias propias y reales
-Para cerrar, ¿a qué apuntan sus libros “Hermana, soltá la panza” y el más reciente “Nos tenemos. Historias de sororidad”?
-Estos dos libros parten de una idea de construir pedagogías y de que las mujeres no seamos habladas por la academia, por los medios o por cualquier usina de construcción de sentido. Hay todo un relato de los vínculos entre mujeres que hablan de envidia, competencia, que nos robamos laburos o maridos. Estos libros vienen a hackear eso y, en su lugar, contar historias de sororidad y solidaridad. Además, funciona como una suerte de pedagogía.
-¿Cómo es eso?
-Al leer el libro (y esto nos ha pasado a todas las que lo hicimos) nos dimos cuenta que hubo mujeres que nos ayudaron y nosotras ayudamos a otras pero que también podemos ayudar un poco más. Además, con la excusa de los libros, se abren conversaciones con hijas, madres, adolescentes y niñas sobre las violencias que vivimos y sufrimos por ser mujeres. La idea es poder enunciar nosotras mismas nuestros problemas y poder construir nuestras pedagogías del cuidado y autocuidado.