Entrar al Museo de la Informática es como viajar en el tiempo, una puerta al pasado de lo que alguna vez fue el futuro de la tecnología. Entre sus paredes conviven una réplica de la bomba de Turing y una máquina Enigma; estaciones Silicon Graphic, similares a las que se utilizaron para producir Jurassic Park; las primeras computadoras portables junto a sus históricas publicidades gráficas anunciadas por hombres de traje y un Pong custodiado por consolas de videojuegos más modernas. Pero este DeLorean convertido en portal en el centro porteño cerrará luego de dos años de lucha contra la burocracia del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que le quitó su habilitación e inundó de observaciones a sus creadores hasta el punto de poner en riesgo su salud y su economía.
El Destape se comunicó con la Agencia Gubernamental de Control, encargada de las habilitaciones, para conocer los motivos de las demoras en el caso del Museo: "Para obtener la habilitación, el museo tiene que cumplir con ciertos requisitos. Aún tiene que entregar algunos documentos y la AGC se ha reunido con sus autoridades para acompañarlos en el proceso de habilitación. En el mientras tanto, el museo está librado al uso. Es decir, no está cerrado", respondieron. No es la sensación que tienen sus mentores.
El patrimonio histórico y cultural que reunieron Carlos Chiodini y Alicia Murchio en más de 12 años de trabajo tiene un valor histórico y cultural incalculable. Sus 48.000 piezas lo convierten en el segundo más importante en cuanto a patrimonio, solo por detrás del de Mountain View. Los equipos, manuales, accesorios y réplicas condensan historias por duplicado: la de las revoluciones tecnológicas que fueron madres de nuestros smartphones último modelo y las de las vidas que se cuentan a través de ellos. Alicia resalta que al Museo lo moviliza mucho "la pasión del que está dentro y del que viene de visitante". Las maquinas, por ahora, no expresan sentimientos, pero las emociones se transmiten al pararse delante de la colección de computadoras o ante la replica de Clementina, la primera computadora científica en tocar suelo argentino.
A Carlos y Alicia las historias les brotan entre las estanterías desde las que miran hombres de traje con sonrisas amplias que promocionan lo que alguna vez fue el último hito de la tecnología. La tarea de restauración, las salidas de urgencia para rescatar equipos que iban a parar a la calle, los encuentros con los pioneros de la computación. Lo cuentan todo con el fulgor de revivirlo en cada palabra y el amor de dos apasionados por lo que hacen. Las anécdotas se amontonan con sus detalles, pero todas tienen un denominador común: una persona frente a esa tecnología que le cambió la vida, que le acompañó, que lo transporta. "Durante una exposición en La Rural por el Bicentenario, había sobre una estantería una máquina ignífuga que se usaban en las minas del Sur. Llega un señor, se para, se la queda mirando y se le escapan unas lágrimas. Ahí voy yo y me dice: 'Esa máquina la diseñé yo y nunca la vi terminada'", recuerda la fundadora. Secretarias frente a la primera máquina que usaron para trabajar; un señor japonés que no puede evitar el quiebre frente la máquina que ayudó a construir y sin hablar una palabra de español logra emocionarla; el "volví a mi casa" disparado en la voz una de las primeras egresadas de Computo Científico al tocar el teclado de Clementina. "Anécdotas hay miles todas, son las que acompañan a las máquinas. ‘Yo trabajé con esa, ‘yo vendí aquella’", resume Alicia.
A la hora de encontrar su objeto favorito, Alicia no se decide, nombra varias colecciones y para todas nombra una característica distinta que las hace únicas a su mirada. Pero en la primera planta, tiene uno de sus objetos más preciados: una Mac firmada por el mismísimo Steve Wozniak. "En la Expo LA Internet nos invitaron a llevar toda la colección que tenemos de diseños de él. Cuando sube al escenario, mira el estado en el que estaban las máquinas y se pone a llorar". De un gerente de ventas a uno de los cerebros detrás de Apple, la reacción es una sola.
La pelea por la habilitación y el porqué del cierre
Superar los primeros meses de la pandemia de coronavirus y suspender una muestra preparada sobre espionaje y seguridad informática ya era una tarea bastante compleja para Carlos y Alicia, cuando se enteraron de que ya no tenían habilitación por casualidad. "Entramos a un programa de mecenazgo al que solemos presentarnos todos los años, pero en el momento en que presentamos el proyecto, nos rechazaron porque no teníamos habilitación y ahí fue donde nos enteramos", recuerda Alicia. La habilitación como museo que tuvieron por años "se derogó" sin la explicación de una causa y allí comenzó el periplo: en pleno frenesí pandémico, sin vacunas y con picos de contagios, Carlos y Alicia recorrieron las oficinas de la Agencia Gubernamental de Control y del Gobierno porteño con idas y vueltas, hasta que les dijeron que la habilitación estaba perdida. "Pedimos remontarla y nos dijeron que era imposible y era mejor iniciar una habilitación como centro cultural que en 15 días salía. Pero esos 15 días se transformaron en dos años larguísimos, con mucha pelea", lamenta Alicia.
A cada reacondicionamiento le sucedió una observación, gastos importantes y el desgaste en la salud. “Estos dos años fueron terribles. Mi esposo hace un mes se infartó estando sano totalmente. Es mucha la erogación que tenemos mensualmente y y cada vez tenemos menos en los bolsillos, están cada vez más flacos". Los fundadores llegaron incluso a vender su departamento para sostener su pasión, aunque los recursos no son ilimitados: "Llega un momento en que vos luchás y luchás, pero cuando ya no tenés más dinero.... te quedás sin armas". A Alicia se le conjuga el dolor con la bronca: "El último inspector que vino dijo que estaba perfecto. Al día siguiente nos llega una observación de que tenemos 5 centímetros menos en el patio y un centímetro de más en la rampa para discapacitados, o sea cosas que son nimias cuando uno ve lo que está pasando normalmente en cualquier habilitación, siempre estábamos en observación cosa que nos molestaba bastante porque nosotros cumplíamos".
En los últimos días, el Museo recibió una habilitación, pero en condiciones que se parecen más a una ofensa que a un fomento cultural. "La gestión fue para recibir de 300 a 350 personas y el resultado es que nos permiten recibir a 150 personas como máximo y en la planta alta solamente pueden subir de a 30 personas, cosa que nos coarta totalmente la actividad que nosotros podemos hacer. Con una entrada de esa cantidad de gente a nosotros realmente nos daña muchísimo", cuestiona la fundadora. Carlos compara la situación con la de un banco que está obligado a proveer créditos, pero lo hace bajo condiciones imposibles para cumplir con el tecnicismo.
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"Poquito a poco nos fueron cerrando las posibilidades de poder conseguir dinero. No tenemos subsidio ni de Nación, ni de Ciudad, no tenemos sponsorero de particulares, está todo hecho a pulmón entre Carlos y yo y todos los voluntarios que nos acompañan", enfatiza Alicia. A diferencia de lo que ocurre en otras partes del mundo con emprendimientos similares, los privados no parecen interesarse y el Gobierno porteño se concentra en emprendimientos inmobiliarios. Al respecto, Alicia reflexiona: "Desde afuera nos miran mucho mejor que desde acá. La causa no la sé, quizás la cultura está muy devaluada en este país. Quizás, como me dijo alguna vez alguien, e hizo que me vaya llorando de un despacho, la cultura no da plata".
"El museo no baja los brazos"
"La decisión de cerrar la sala de exposición no es voluntaria. Está coaccionada por el tema habilitación, que se hizo costosísimo y que nos ha dejado sin recursos", insiste Alicia. No obstante, tiene claro que este es su estilo de vida junto a Carlos y no hay decisión arbitraria que los vaya a detener. Cuando el sábado se termine, Alicia y Carlos irán apagando una a una las luces de la sala hasta dejarla a oscuras, es el homenaje final que decidieron para la historia que construyeron. Para la fundadora "va a ser un día bastante duro", que ya vienen transitando en los últimos dos meses de "mucha emoción".
De pronto baja Carlos. Se acerca para contar que recién se fue el gestor. "Le pedí que me averigüe todo para rehacer la habilitación como Museo".