Este martes se celebra en Argentina y en todo el mundo el Día de las personas que programan. El significado de la fecha remite al ruso Valentin Balt, empleado de la compañía de diseño web Parallel Technologies, quien en 2002 organizó una junta de firmas para exigir al gobierno de su país el reconocimiento del trabajo de los creadores de software, hecho que terminó decretándose recién en 2009. La curiosidad que da sentido a la conmemoración es que se eligió el 12 de septiembre ya que se trata del día 256 del año, cifra que es la cantidad máxima de números que se pueden representar con 8 bits y también es la potencia máxima de 2 que se puede expresar dentro de un límite de 365.
Sin embargo hay otra curiosidad que parece quedar en un segundo plano: la primera programadora de la historia fue una mujer, Augusta Ada Byron, condesa de Lovelace, hija de la baronesa Annabella Noel-Byron y del poeta lord Byron, nacida en Londres en 1815. Por sus conocimientos matemáticos y su imaginación dio origen al primer programa informático, más de un siglo antes de la primera generación de computadoras. A pesar de esto el Día del Programador sigue aludiendo exclusivamente al género masculino.
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En 2020 el Observatorio Permanente de la Industria del Software y Servicios Informáticos de la República Argentina, iniciativa de la Cámara de la Industria Argentina del Software (Cessi), elaboró un informe sobre más de 300 empresas del sector informático de todo el país. Según los resultados en los últimos 15 años se duplicó la cantidad de colaboradoras mujeres en la industria IT y en dos años se produjo un incremento de la presencia femenina de 4 puntos. Mientras en 2018 las mujeres eran el 26%, en 2020 ascendieron a 30%. No obstante, el 70% de los trabajadores de la industria son varones.
La brecha de género no se trata de un problema local. La subrepresentación de las mujeres en el sector de la tecnología se verifica en todo el mundo. Según información de la Organización Internacional del Trabajo para 116 países, el promedio de mujeres en ocupación trabajando en el área es inferior al 33% y tienden a concentrarse en lugares y tareas con menos remuneración.
La brecha en la socialización primaria: muñecas para ellas, compus para ellos
Natalia Fabbro tiene 31 años, hace 8 años trabaja en Tecnología y forma parte de la organización Mujeres en Tecnología. Cuenta que estudió hasta 4to año de Ingeniería en Sistemas, en la UTN FRC, y después se formó a través de cursos específicos. En 2014 comenzó su carrera como QA Manual, luego lideró su propio equipo y actualmente es desarrolladora Backend. ”Mi tarea consiste en interpretar una necesidad técnica o del negocio y generar una solución de software que cubra esa necesidad, sin descuidar calidad, performance, costos, buenas prácticas de programación, etc. Específicamente trabajo en Backend: una parte del software que no es visible para las personas usuarias, y que se encarga de la integridad de los datos, la seguridad de los mismos, la lógica de funcionamiento, entre otras cosas”, explica.
Natalia señala que, si bien la brecha se fue achicando en los últimos años, queda un gran camino por recorrer. Desde muy chica sintió afinidad por la tecnología y tuvo la suerte de tener acceso temprano a una PC, pero esto no sucede en la mayoría de los hogares. En ese sentido cree que la desigualdad entre varones y mujeres se constituye desde edades muy tempranas: “A las mujeres se nos ofrecen diferentes conceptos de juego y se nos incentiva de diferente manera que a los varones. Tengo amigas mujeres que hoy en día tienen hasta miedo de hacer una compra por internet, sus parejas varones que estudiaron y trabajan en ámbitos sin relación directa con IT, se animan a interactuar con la tecnología sin temores”.
Ana Laura Diedrichs, tiene 36 años, es mendocina y se graduó de Ingeniera en Sistemas de Información. En cuanto a su trayectoria laboral trabajó en proyectos de software y luego se dedicó a la academia como becaria. Actualmente dicta clases en la UTN Mendoza sobre programación en las carreras de Ing. en Sistemas e Ing. electrónica, y brinda consultorías en ciencia de datos e Internet de las cosas. Recuerda que durante la carrera eran muy habituales los comentarios sexistas y era muy notoria la diferencia de trato de algunos profesores varones con respecto a las mujeres: “Al cursar en una carrera donde la mayoría son varones se sufre esa diferencia entre los grupos o actividades, porque se realizan en base a lo que ellos les es más cómodo. Cuesta encajar o ser aceptada”.
Las tecnologías están social y culturalmente definidas como masculinas. Acerca de eso la ingeniera entiende que las diferencias en la infancia y las formas de crianza alteran las posibilidades en cuanto al tema vocacional: “A vos de niña te ponen una muñeca, mientras a tu hermano le dan la computadora. Se hace esa diferencia entre las tareas que se le asignan a hombres y mujeres en el hogar y en los juegos. Es mucho más difícil que elijan este tipo de carreras después. Por eso la importancia de que se difunda nuestros roles, el poder ver mujeres y disidencias en roles de carreras científicas, tecnológicas, de Ingeniería y Matemática”.
Los roles de género taxativos en el desarrollo profesional
Este primer sesgo de género en las infancias condiciona el momento de la elección de una carrera universitaria o el desarrollo profesional. Emilia Ahvenjärvi, consejera de Educación y Ciencia para América Latina en la Embajada de Finlandia en Argentina, detalló en el encuentro Women in Tech que se realizó en mayo de este año, que según datos de 2020 del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), aunque 6 de cada 10 estudiantes universitarias son mujeres, sólo representan el 25% en carreras de ingeniería y ciencias aplicadas; y el 15% en las inscripciones a carreras de programación. “Estos porcentajes se ven reflejados en el ámbito laboral del sector tecnológico y en cuanto a la investigación científica, las investigadoras están subrepresentadas en ciencias exactas, se concentran en los niveles iniciales de la carrera científica, y también enfrentan mayores dificultades que los varones para acceder a financiamiento y publicar en revistas de prestigio”, alertó.
Natalia Inchausti tiene 44 años y, si bien estudió Ciencias Políticas, actualmente se desempeña como SemiSenior de Analista tecnológico. Formó parte de empresas como IBM, Telefónica Argentina y Santander Tecnología. Su tarea es trabajar junto a los equipos técnicos de la empresa en la completitud y control del Inventario de Infraestructura cumpliendo con los requisitos corporativos de la Compañía. Ella subraya que “la brecha aún existe pero actualmente se está reduciendo porque cada vez más mujeres ingresan en el mundo STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) y eligen carreras universitarias de ese tipo”.
Coincide en que existe un paradigma sesgado en las instancias de socialización y formativas, y cree que algo pendiente es “hacer un trabajo más fuerte para que más niñas durante la etapa escolar se orienten a las carreras STEM. Hoy existen campañas de distintos organismos incentivando para que las mujeres rompan con ese paradigma y estudien tecnología, algo que hace 10 años atrás no se veía”.
Pero el problema no termina con la elección de una carrera. Fabbro relata que “una vez que te decidiste y querés ingresar a la facultad te enfrentás con docentes machistas que tienen en sus manos el poder de excluirte, dado que es necesario rendir exámenes de ingreso. Y suponiendo que uno supera esa instancia, luego tiene por delante varios años en los que no solo te enfrentas a situaciones similares con docentes, si no que se suman tus pares en los trabajos”. Ya insertas en el mercado muchas mujeres suelen ser víctimas de discriminación, violencia e incluso acoso laboral.
Discriminación laboral y estigmas sociales
En un rubro históricamente asociado a lo masculino, sobre ellas recaen prejuicios y estigmas vinculados a características socialmente consideradas femeninas. Fabbro cuenta que en su trayectoria vivió desde cosas extremadamente obvias como qua la mandaran a lavar los platos, ser intencionalmente excluida de reuniones de trabajo, hasta gestos más sutiles como “expresar una idea, ser completamente ignorada, y que cinco minutos más tarde un varón presente en una reunión diga lo mismo y sea tomado en cuenta”. Algunos discursos que corren en esos espacios, no muy diferentes a otros ámbitos laborales, representan formas de violencia de género: “No digas ‘en mi opinión’, decí ‘es así’ y punto, como hacen ellos: una invitación a imitar a los varones en lugar de ser libremente quién soy”, o “Si hay minas es para puterío, por eso prefiero hacer grupo con los chicos” .
Ana Laura Diedrichs menciona que ya en las entrevistas o aplicaciones por trabajos en IT suelen notarse grandes inequidades que funcionan como filtros: “Te piden un montón de requisitos, y a lo mejor un hombre aplica y no llega a cumplir el 100% de los requisitos, cumple 50, y aplica igual. La mujer hasta que no cumple el 99,9% no te va aplicar a ese trabajo. Por ahí también es esa la tarea, salir a buscarnos o que cambien la forma que piden los requisitos laborales. Y esta además el factor cultural, para que más mujeres se animen a presentarse”.
Los prejuicios se pueden englobar en los relacionados al ámbito laboral y los que abarcan el ámbito personal: en lo personal se da por hecho que una mujer va a ser madre y se asume que son las responsables de las tareas de crianza y cuidado. Esto fomenta el prejuicio de una menor disponibilidad y energía frente a sus compañeros varones para cumplir los objetivos profesionales. ”Muchas mujeres se postulan a búsquedas de roles técnicos y nunca las contactan. Quienes sí son entrevistadas se someten a un escrutinio de sus vidas personales, que sus pares varones no tienen que transitar. En los encuentros de MeT he escuchado experiencias muy desagradables, por ejemplo que les pregunten a qué se dedica, cuánto gana su pareja, si tiene hijos o piensa tenerlos y cómo va a equilibrar la vida personal y laboral, entre otras”, cuenta Fabbro.
En lo profesional, y yendo puntualmente al sector IT, se asocia a la mujer con los roles de análisis o más “blandos” que los roles técnicos. “Este sesgo limita nuestras posibilidades de crecimiento, dado que acota la variedad de tareas para las que se nos ofrecen puestos, o para las que se nos entrevista cuando nos postulamos. Este concepto está tan arraigado, que incluso muchas mujeres que no conocen el sector o están iniciando dudan sobre qué camino tomar, porque les dijeron cosas como ‘segura de que querés ponerte a codear?’, ‘te va a ser más fácil algo visual’, ‘las chicas son muy prolijas así que en el diseño les va bien’”, detalla la Desarrolladora quien recuerda que cuando comenzó a buscar su primer trabajo en 2014 se postuló a vacantes para ese rol de programación y nunca fue contactada.
Brecha salarial, maternidad y tareas del cuidado
Melina Flavia Hermida tiene 46 años, 3 hijos y dos nietos y trabaja en IT. “Hace 16 años que trabajo en el área de IT en Movistar y me fascina. Mi tarea tiene que ver con la sinergia entre varios sectores, eso ayudó a abrirme a la sociedad, considero a mi trabajo un aliado”. Con respecto a la maternidad y el trabajo señala que tuvo que aprender porque no le quedó otra: “Era aprender o hundirme. Arranqué muy joven con mis hijas. Me tocó una pareja algo complicada, me quedé sola y tuve que remarla. Pasé por un montón de rubros pero elijo el IT porque acá me siento en mi hogar, como una segunda casa”.
En su experiencia identifica que el problema que predomina en el sector es la baja capacidad que se le ha atribuido a la mujer en el ámbito laboral: “Menos salario, reducir a las mujeres a tareas administrativas o limpieza. Esto afecta a la salud mental de la persona en gran medida, tendrá mucho que ver la fortaleza que tenga cada uno y su experiencia de vida. Muchas empresas todavía no toman en serio los reclamos por la igualdad, se esconden tras un telón de mentiras y algunas mujeres siguen padeciendo estos males”.
Como bien marca Melina el de la brecha salarial sigue siendo uno de los pilares de la desigualdad, ya que quienes efectivamente logran incorporarse al mercado formal en IT suelen cobrar sueldos inferiores a sus colegas varones. Una encuesta realizada en 2021 por OpenQube, una plataforma colaborativa en la que empleadxs y exempleadxs pueden calificar y escribir reseñas anónimas sobre las empresas, indica que si bien son las mujeres las que tienen mejor rendimiento académico y mayores niveles de estudios, se observa una brecha salarial entre hombres y mujeres de 17, 09%. Es decir que las mujeres ganan unos 0,80 centavos por cada peso que ganan los varones.
El documento OpenQube identifica que la brecha salarial por género se acentúa a medida que aumentan los años de experiencia de la población encuestada y por otra parte la inserción de mujeres baja a medida que se sube en el nivel de decisión: ”hay mayor porcentaje (0-1 21,72%) de mujeres iniciando su experiencia laboral, respecto a las que tienen más años de experiencia (14-21 8,38%)”.
El informe esboza que esta realidad puede tratarse del resultado de la conjugación de diferentes elementos: “Los estereotipos y roles de género históricamente sostenidos, que impactaron e impactan en la elección de la carrera, generando profesiones y oficios “masculinizados” y “feminizados””; “la sobrecarga laboral de la mano de las tareas de cuidados resultando en doble y triple jornada laboral para la mujeres; y la existencia de “leyes de cuidado que promueven distribuciones no equitativas entre los géneros”.
La ingeniera Ana Laura Diedrichs dice al respecto: “Las mujeres tenemos los sueldos más bajos. Acá también influye la falta de acceso a un montón de cosas, porque tenemos como recurso no solo el dinero sino el tiempo disponible. Este es otro tema fundamental en cuanto a la distribución de las tareas del hogar y cuidado que recaen sobre las mujeres. Son muchas cosas que influyen en el contexto. Hay algunas empresas que suman iniciativas de bonos, cierta flexibilidad laboral, permitirte home office, guardería o cubrir esos gastos para quienes maternan”.
Feminismos, disidencias y organización colectiva
Todas las entrevistadas coinciden en que el reclamo de los feminismos ha logrado cambios significativos en los últimos años. En este sentido reconocen que cada vez más empresas están prestando atención a la brecha. Algunas simplemente incluyen en su discurso expresiones políticamente correctas y no profundizan en el tema ni toman acciones, pero otras sí están realmente comprometidas, generan políticas internas con impacto, fomentan la difusión, y trabajan en la incorporación de mujeres y disidencias a sus filas.
Natalia Inchausti remarca que las disidencias aún siguen postergadas, sobre todo la comunidad trans: “Allí creo que hoy es donde más se debe trabajar y poner foco por su falta de oportunidades. Sabemos que la gran mayoría de estas personas no pueden finalizar sus estudios por la situación vulnerable en la que viven. Se necesita generar oportunidades para que puedan sumarse. Hay organizaciones en Argentina que sé que trabajan para ello, y empresas como Trans IT que generan puestos de trabajo para la comunidad Trans”.
Además existen iniciativas sociales y organizaciones que trabajan para reducir la brecha de género en el sector. Una de ellas es Mujeres en Tecnología, fundada hace cuatro años por Soledad Salas, Licenciada en Ciencia Polìtica, especializada en Género y Tecnología, espacio que se dedica a impulsar la inclusión y diversidad en el ecosistema tecnológico. “Desde MeT buscamos resolver el problema de acceso y permanencia de mujeres y diversidades en el ecosistema tecnológico, que se encuentra atravesado por relaciones de poder que reproducen desigualdades de género y factores de exclusión en las dinámicas de acceso, uso, diseño y producción de la tecnología, como la hostilidad y violencia de los ambientes, los techos y paredes de cristal, la brecha salarial”, indica Fabbro, participante del colectivo.
Para resolver la problemática desde Met buscan “inspirar, formar e impulsar a las mujeres y diversidades de género en las distintas etapas de su interacción con el ecosistema tecnológico”. Para ello desarrollan la misión mediante tres vías o ejes de acción: 1) el empoderamiento y formación técnica de nuestra Comunidad; 2) la investigación de las causas y consecuencias de la brecha de género en el sector y 3) la sensibilización y promoción del cambio cultural en todos los actores del ecosistema.
“En cuatro años más de 6.500 mujeres y diversidades asistieron a nuestras capacitaciones. Muchas de ellas, luego, consiguieron sus primeros trabajos en el sector científico y tecnológico. Además, más de 40 mil personas asistieron o visualizaron nuestras propuestas de formación”, cuenta la Desarrolladora.
Pero no hay que dejar de mencionar el rol del Estado en el fomento de la igualdad de género en el sector y la gestión de políticas y recursos para cerrar la brecha. “Se necesitan desde contar con estadísticas actualizadas hasta fomentar espacios de aprendizaje y oportunidades laborales. La participación es necesaria desde un punto de vista estratégico, pero también económico y legal. Antes mencioné que se asume a la mujer como responsable de las tareas de crianza, esto está respaldado, por ejemplo, por la gran disparidad entre la licencia de maternidad y la de paternidad en la ley de trabajo", cuestiona Fabbro. Y finaliza: "Además el Estado tiene que acompañar a las empresas en este camino de igualdad de género. Las mismas empresas hoy en día ya tienen campañas y espacios con objetivos concretos de paridad de género que desean cumplir. Existe una conciencia muy fuerte en el mundo corporativo de que las mujeres debemos ser parte de las áreas tecnológicas”.