Era el año 2006 y en el taller clandestino ubicado en la calle Luis Viale 1269, en el barrio porteño de Caballito, vivían y trabajaban más de 60 personas, en su mayoría de nacionalidad boliviana. Hombres, mujeres, niños y niñas convivían en condiciones de hacinamiento y realizaban jornadas que iban desde las 7 de la mañana hasta altas horas de la madrugada, en las que se confeccionaban pantalones de jean.
Según consta en el expediente, el lugar tenía dos pisos, había un solo baño con ducha y no contaban con agua caliente. Las habitaciones estaban separadas por cartón prensado o maderas y las puertas estaban hechas con cortinas de tela. Además, no tenían heladera, las conexiones eléctricas eran muy precarias y convivían con material inflamable. Para salir del predio, había que pedirle permiso a uno de los encargados.
El 30 de marzo de ese año, una mujer que se desempeñaba como cocinera fue al primer piso a buscar provisiones cuando advirtió del foco del incendio y comenzó a gritar para pedir ayuda. Fue entonces cuando la mayoría de los trabajadores y trabajadoras abandonaron el lugar mientras otros intentaban rescatar y socorrer a los que no podían salir. Según el relato de un vecino que ese día intentó ayudar a los niños y niñas que habían quedado adentro, cuando llegó se encontró con unos barrotes en la puerta, en las ventanas y en el garage. “Era como una cárcel”, aseguró el hombre durante el juicio. Como consecuencia del incendio murieron seis personas, cinco de ellas menores de edad y una mujer embarazada.
En 2016 se realizó un juicio en el que declararon más de 15 testigos, muchos de ellxs con traductor ya que no hablaban castellano, que dieron cuenta de las condiciones de hacinamiento en la que se encontraban. Finalmente, el Tribunal Oral Criminal N°5 de la Ciudad de Buenos Aires condenó a Juan Manuel Correa y Luis Sillerico Condori, el encargado y el capataz del taller respectivamente, a la pena de 13 años de prisión por considerarlos coautores del delito de reducción a la servidumbre y estrago culposo. Además, el Tribunal ordenó que la causa vuelva a la etapa de instrucción para investigar la responsabilidad de los propietarios del taller y dueños de las marcas, Jaime Geiler y Daniel Fischberg y pidió que se investigue la responsabilidad de los efectivos de la Policía Federal y los inspectores que debían controlar el lugar.
Sin embargo, nada de eso ocurrió. En mayo de 2019 los dueños de las marcas para las cuales trabajaba el taller fueron sobreseídos y el 18 de marzo de este año uno de los encargados fue excarcelado mientras que el otro se encuentra bajo prisión domiciliaria.
Para Gabriel Chamorro, el abogado de las familias de las víctimas, “la investigación fue deficiente y parcelada porque fueron contra los eslabones más débiles. No fueron contra los empresarios textiles ni los responsables de los controles municipales”.
El acto para pedir justicia
El miércoles 30 de marzo se cumplen 16 años de la tragedia y familiares y víctimas realizarán un acto en la puerta del lugar donde funcionaba el taller a partir de las 12 del mediodía hasta las 20 horas para pedir justicia y reclamar que el lugar se convierta en un centro para la memoria.
En la jornada “de lucha y resistencia” se llevará a cabo un festival en el que participarán distintxs artistas así como Nora Cortiñas, la referente de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, y la legisladora porteña por el Frente de Todos, Claudia Neira, entre otros legisladores y legisladoras de la Ciudad de Buenos Aires.
“Se cumplen 16 años de impunidad de trabajadores, trabajadoras y sus hijos que murieron cosiendo ropa”, aseguró Lourdes Hidalgo en diálogo con El Destape. Y continuó: “Estaremos recordando y honrando a todas las víctimas para que no queden en el olvido y exigiendo verdad y justicia por ellos”.
Hidalgo detalló que el reclamo es también para que el lugar sea reconocido como un espacio de memoria. “Se presentaron proyectos de ley de expropiación, patrimonialización y para que el 30 de marzo sea considerado Día de la Memoria”, aseguró.
El taller
Jaime Geiler y Daniel Fischberg eran los dueños del taller de Luis Viale 1269 y de otro local ubicado en la calle Galicia, desde donde enviaban todas las prendas para que las cosieran en Luis Viale bajo su supervisión. El lugar estaba habilitado para cinco máquinas y cinco costureros. Sin embargo, al momento de los hechos estaban viviendo 40 trabajadores y 25 niñxs.
“Era evidente que el volumen y la producción que tenía el taller era de más de cinco personas. Además hubo denuncias de los vecinos por ruidos molestos y por la cantidad de personas que se veían que entraban y salían del taller. Los vecinos conocían lo que sucedía adentro”, aseguró Chamorro.
Lourdes comenzó a trabajar en el lugar a principios de 2006. Contó que al principio pensó que el lugar era una fábrica. “Trabajaba con retiro. Entraba a las 7, salía a las 23 horas y regresaba a mi casa”. Pero luego de un mes quiso irse y cuando pidió que le pagaran, uno de los capataces le dijo que eso lo hacían cada tres meses. Cuando Lourdes le dijo que no tenía cómo pagar el alquiler el mismo capataz le dijo: “Venite acá que hay lugar” y se mudó.
“El lugar no me gustaba porque era todo cerrado. No tenía patio ni ventilación, no veíamos el sol. Me fui quedando pero veía que todo era precario. Las piezas estaban separadas por un nylon, tela y cartón. Pero lo más incómodo era el baño. Era chiquito, la canilla estaba conectada con un cono de hilo y solo había agua fría. Ahí hacíamos nuestras necesidades, pero también lavábamos la ropa en baldes. Por las noches había que hacer filas largas para usar el baño”, recuerda Lourdes.
“Al lugar entraba la policía y se llevaban prendas en los baúles de los patrulleros. También entraban los funcionarios del estado. Todos sabían las condiciones en las que estábamos”, agregó
Un día, Lourdes le pidió a uno de los capataces si podían arreglar el otro baño que se encontraba en desuso. Esa propuesta le cayó mal a los encargados del taller y a los pocos días le contestaron que ellos siempre trabajaron así y que si le molestaba era mejor que se fuera.
“El día del incendio nos quedó marcado a todos los sobrevivientes. Era jueves y como todas las máquinas estaban ocupadas aproveché para lavar ropa. Una compañera quedó en avisarme ni bien se desocupara un lugar. Subí al primer piso, ordené la pieza, prendí la tele y mientras miraba la novela empecé a notar un poco de humo. Como había niños jugando pensé que era alguna travesura de ellos, pero enseguida fue aumentando. Salí de la pieza y entré a la del vecino y vi una cucheta y los colchones ardiendo. El fuego era inmenso y empecé a sentir que me ahogaba”, describe Lourdes.
La mujer relató que escuchó a un niño gritar y se metió en medio de las llamas para sacarlo. Inmediatamente corrió al piso de abajo porque recordó que había matafuegos, pero al intentar utilizarlo se dio cuenta que no funcionaba. “El fuego se propagó al instante porque estábamos rodeados de material inflamable”, añadió.
Cuando salió a la calle en búsqueda de agua se encontró con personas gritando y buscando a sus familiares. Hoy, como todos los años, Lourdes estará presente en el acto y asegura: “Nuestro dolor se convirtió en lucha”.