Lo que dejó la muerte de Silvina Luna: violencia estética, impunidad corporativa y la máquina de la crueldad en primera plana

02 de septiembre, 2023 | 19.00

Silvina Luna falleció el jueves en el Hospital Italiano de Buenos Aires luego de años de tratamientos, meses de diálisis diarias a la espera de un trasplante, y una internación de 83 días que conllevó múltiples complicaciones por su estado de deterioro general. El mismo día había sido nuevamente intubada y su familia decidió, amorosamente, desconectarla para que no sufra más. Su cuerpo dijo basta a los 43 años y dejó de funcionar como consecuencia de un cuadro de hipercalcemia e insuficiencia renal que padecía desde 2011, producto de una mala praxis en el marco de una cirugía estética realizada por el cirujano Aníbal Lotocki quien le inyectó polimetacrilato en sus glúteos, un producto sintético compuesto por microesferas de acrílico que, en nuestro país, está prohibido desde 2001 para ese tipo de intervenciones.

“Para mí es como ser esclavo, es in circulo vicioso que no para más”, había contado semanas antes en una charla con Georgina Barbarrosa en La Peña de Morfi, programa de Telefe. Al contar su experiencia luego de pasar por el consultorio del “cirujano de las famosas” y compartir sus dolencias posteriores, Silvina en los últimos años se volvió la cara y el cuerpo visible de un sistema cruel, dañino y disciplinador que es la industria de la belleza y el negocio de las cirugías y tratamientos que juegan y lucran con la vulnerabilidad e inseguridades, sobre todo, de las mujeres e identidades feminizadas.  "No me creía suficiente con lo que tenía y buscaba la valía fuera de mi”, decía Silvina.

Lotocki: entre el corporativismo médico y la justicia patriarcal

La muerte de Silvina no puede quedar impune y hoy todos los esfuerzos deben apuntar a lograr la inhabilitación y condena de Aníbal Lotocki, médico generalista que durante décadas ejerció irresponsablemente, realizó intervenciones inadecuadas, abuso de su poder como profesional de la salud y fue recomendado en los círculos más exclusivos del star system local sin ser cirujano plástico ni estar reconocido formalmente en las principales asociaciones de cirujanos estéticos del país o la provincia de Buenos Aires.

El falso cirujano acumula varias denuncias en su contra por mala praxis, por estafas y lesiones graves. Entre las denunciantes e impulsoras de la causa, además de Silvina, figuran otras famosas y actrices como Pamela Sosa, Gabriela Trenchi, Stefanía Xipolitakis quienes padecen hasta el día de hoy problemas de salud irreversibles que les provocan dolores crónicos y malestar permanente. En su alegato el fiscal Sandro Abraldes dijo: "Lotocki es un médico que ha sido violento con sus pacientes: en el marco de la confianza que estableció con las cuatro víctimas, las usó para sus propósitos personales y les estropeó la salud”. No casualmente en el marco del juicio las propias víctimas lo catalogaron como “un encantador de serpientes”, una persona que usaba su prestigio y el capital social de los famosos para construir un gran negocio en el mundo de la estética con total impunidad.

En febrero de 2022 el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional (TOC) porteño N º28 lo condenó a cuatro años de prisión e inhabilitación para ejercer la profesión por cinco años, por lesiones graves en el marco de la denuncia de las actrices, pero la condena nunca quedó firma. Hace unas semanas, mientras Silvina permanecía internada, la Cámara de casación decidió inhabilitarlo de forma provisorio hasta lograr la confirmación de la pena. Silvina murió y esa sentencia firme aún no llega.

Pero además, en abril de 2021, Lotocki fue imputado por la muerte de Cristian Adolfo Zárate, un hombre de 50 años al que había sido atendido quirúrgicamente en su consultorio ese año para realizarse lipoescultura y dermolipectomía en diferentes partes del cuerpo, todo a la vez. La familia denuncia que el médico decidió realizar las intervenciones sin tener en cuenta la condición previa del paciente ni realizarle los estudio complementarios correspondientes teniendo en cuenta que era fumador, había padecido Covid-19 y tenía diabetes. Por esta causa está acusado de "homicidio simple por dolo eventual", figura que prevé prisión de ocho a veinticinco años, aunque el juez no solicitó la prisión preventiva del médico ni la inhabilitación.

Debatir en este contexto el rol de la justicia siempre lenta e insuficiente en complicidad con la corporación médica es impostergable. La particularidad que tienen los tratamientos estéticos es que muchas veces son ofrecidos y publicitados desde parámetros de mercado, como un producto más de la góndola de la industria de la belleza, como un procedimiento fácil y rápido que se hace en consultorio, por fuera de los servicios de salud y la dinámica de la relación médico-paciente tradicional. En el mundo, y particularmente en nuestro país, se han extendido el “turismo de bisturí” a bajos costos, de forma institucional, o incluso la modalidad de promo “2 x 1. Vení con tu amiga” para algunas intervenciones menores como aplicación de botox o incluso cirugías estéticas más complejas. Lo que se vende en el imaginario es un producto final sobre el propio cuerpo de los pacientes, un resultado mágico, que disfraza el marco obligacional del profesional. Uno deja de ser paciente para ser consumidor.

La intervención de Zarate se realizó 10 años después de la mala praxis a Silvina, y luego del estallido de las denuncias posteriores que incluso se hicieron eco en los grandes medios de comunicación. Su caso y el de muchas otras personas resultan muertes anunciadas y completamente evitables. Mariano Lizardo, abogado de la familia Zarate, denunció en este sentido que “Lotocki podía seguir desempeñándose pese a todas estas denuncias porque, a diferencia de los abogados o de los arquitectos, a los que se les puede retener la matrícula, los médicos son una corporación que hasta que no haya sentencia firme pueden seguir en sus funciones”. Hay una clara responsabilidad de la justicia al no actuar con celeridad en los casos como estos, y también de la corporación médica, las instituciones de salud y el propio Estado que lo acobijaron y le permitieron ejercer, a pesar de su prontuario, sin exigirle que cumpla de forma cautelosa y segura con los cuidados preestablecidos.

La matriz de sentido patriarcal y la violencia estética como disciplinamiento

Además de las corporaciones judicial y médica, es imposible analizar en profundidad la muerte de Silvina Luna si no comprendemos el peso de la cultura y los mecanismos de disciplinamiento que los diferentes dispositivos ejercen sobre los cuerpos y las subjetividades de las mujeres e identidades feminizadas. Las cirugías estéticas, los tratamientos de belleza, las publicidades engañosas, los canjes en clínicas que venden las influencers en redes sociales, las mascarillas, el skincare,  el bótox y los rellenos faciales, cada vez más accesibles, populares y promocionados, son la parte externa, la punta de lanza de de una tecnología de poder amplísima y antiquísima. Son solo las prácticas visibles de los dispositivos de subjetivación que utiliza la cultura patriarcal para enraizarse en los cuerpos y hacerse carne.

“Antes muerta que sencilla”, dice una frase que solemos repetir con gracia, sin darnos cuenta la dura realidad que refleja. Esther Pineda G.,  socióloga feminista venezolana, acuñó el concepto de "violencia estética"  para analizar una de las formas de violencia sexista más universal que existen: “La violencia estética ha hecho que algunas mujeres pasen toda su vida odiando sus cuerpos; a otras las ha llevado a sufrir trastornos alimentarios o dismórficos corporales; a otras las ha hecho sufrir depresión, ansiedad, inseguridad, dificultades para relacionarse; a otras les ha impedido acceder a puestos de trabajo; y ni hablar de las que han perdido la vida por la realización de procedimientos y cirugías estéticas”.

No se trata de estar en contra de  las cirugías estéticas o estigmatizar a quienes eligen hacerse tratamientos. Desde los movimientos de mujeres y trans feminismos celebramos y acompañamos, como bandera política, la autonomía sobre los cuerpos y la posibilidad, si lo dicta el deseo, , de intervenirlos. Desde esa perspectiva resulta desafortunado y perverso señalar a Silvina y a las víctimas de Lotocki como responsables de su destino por haber aceptado ingresar a un quirófano. Ese argumento es "la pollerita demasiado corta" de la violencia estética. Tampoco tiene sentido representar a las mujeres como frívolas por querer verse bien o pasivas frente a los efectos manipuladores de las imágenes idealizadas de belleza. No obstante, sí tenemos que entender que existe una condición colectiva del problema que precede a los sujetos y es parte de una matriz socio cultural capitalista, patriarcal y violenta: el ideal de belleza como imperativo.

Las identidades feminizadas ocupan el lugar de portadoras simbólicas y materiales del discurso estético y sexual, y son objeto central de una industria cultural que fabrica modelos de cuerpos normativos inalcanzables. Al colocar un estándar de belleza se demarca lo que está mal, al tiempo que se convence de la necesidad de cambiar la figura. El mensaje preponderante es que si no sos de una determinada manera, o no te ves como los valores que la sociedad  impone, corres el peligro de quedar excluida, discriminada, afuera de espacios de sociabilidad vitales como el trabajo, el amor, o el goce. No responder a ciertos estándares implica estar automáticamente inhabilitado, borrado del mapa. Al establecer modelos de belleza imposibles y a contra mano del tiempo, pues todos envejecemos, la industria se garantiza que la rueda perversa nunca pare.

Por otro lado ser portador de esos estándares trae beneficios, accesos o privilegios, ya que es sinónimo de poder en un mundo jerárquico altamente masculinizado. De esta manera las mujeres son alentadas a perseguirlos a cualquier costo. Tal es el éxito de esta estrategia que el patriarcado además ha sabido disfrazar la búsqueda de belleza y perfección como parte de un ejercicio de liberación y empoderamiento femenino. El plan perfecto implica un proceso de naturalización e interiorización de la tipología de cuerpo bello y el valor social que implica como mujer. En Vigilar y Castigar Michael Foucault explica justamente esa pretensión de convertir a los cuerpos en cuerpos dóciles para ser sometidos, utilizados, transformados, no desde el uso de la fuerza, sino desde lo ideológico y simbólico.

Los medios y los cuerpos: la máquina de la crueldad

A lo largo de la historia, sobre todo desde mitad del siglo XX en adelante, ha sido el discurso mediático (TV, revistas, diarios, cine, publicidad) el mayor responsable de difundir un modelo de belleza normativo y sexista que han impulsado a las mujeres, desde muy temprana edad, a acercarse a la industria estética en busca de valoración social. Los mecanismos de comunicación y de producción de contenidos se han encargado de crear representaciones y naturalizar ciertos ideales corporales que en realidad son una construcción social y cultural.

“Hay productores que te dicen: ‘¿por qué no te operás la nariz?’ o ‘Estás gordita, tendrías que bajar, ¿por qué no te hacés una lipo?’ Entonces, hay que hablar de estas cosas, el medio es muy exigente y uno tiene que estar bien del bocho, bien tratada y segura para no caer en eso’”, fueron las palabras que usó Silvina en 2014 para denunciar lo que las mujeres vivían a diario en los canales y medios y durante años asumieron como norma. En esa entrevista con Susana Giménez la modelo habló abiertamente de sus problemas de salud producto de la cirugía de Lotocki y de las presiones que había naturalizado para seguir trabajando en el universo de las celebridades.

Luego del éxito de Gran hermano que la llevó a la fama, y su paso por otros realities, la actriz continuó su carrera televisiva en segmentos como "Bailando por un sueño", "El musical de tus sueños" y el "Cantando", programas de la escuela Tinelli,  entornos del prime time con mucho rating, y teatros de revistas que históricamente han lucrado con la cosificación de las mujeres y las burlas  a los cuerpos no hegemónicos. “Tuve muchas presiones. Y muy pocas herramientas también... Hacíamos teatro de revista y el cuerpo hegemónico era todo. Se usaban las tetas grandes y el culo acá arriba. Y yo me dejé llevar por eso, por buscar una seguridad en el exterior y querer cumplir con ese estereotipo. Eso me llevó a esa operación”, contó Silvina en una entrevista con María Laura Santillán en Infobae.

La imagen corporal femenina en los medios es usada como atractivo sexual y limitada  a un lugar objetual ante la mirada heteropatriarcal. Son cientos las mujeres que trabajaron en los últimos años en los canales más importantes de TV abierta y denuncian que son los propios directores, generalmente  varones, los que les marcan la falta o el defecto, luego les sugieren tratamientos posibles, y al mismo tiempo recomiendan profesionales que luego cobraban con publicidad o una columna semanal en un ciclo televisivo. La exposición permanente y el juego del premio o castigo según la apariencia física modifica el vínculo de lxs sujetos con su propio rostro y cuerpo, y lxs lleva constantemente a que se auto mutilen o castiguen. Estas prácticas de violencia de género estéticas se reprodujeron durante décadas y la mayoría de quienes la ejercieron hoy hacen la vista gorda, se indignan o lloran la muerte de Silvina Luna como si se tratara de una tragedia fuera de contexto.

El caso de Silvina Luna viene a evidenciar, por su resonancia dramática y mediática, una matriz de violencias y crueldad con los cuerpos de las mujeres que ha sido históricamente invisibilizada. Por fuera del relato hegemónico son muchas las mujeres pobres, travas y trans que mueren hace años intentando perseguir un cuerpo que, en esta sociedad, las valide, las habilite a vivir, a ser vistas. La desesperación, la falta de información y recursos , el abandono del Estado, y la negligencia médica son moneda corriente y un camino casi asegurado hacia una muerte prematura. Se les inyecta  aceite de cocina, de auto, de aviones, biopolímeros y otras sustancias extremadamente dañinas para los tejidos y órganos. Para ellas no hay programas especiales, no hay juicios, ni llantos masivos, ni siquiera velorio familiar. En este sistema de crueldad hay muertas que valen más que otras.

En un universo regido por la exigencia permanente de belleza, juventud y delgadez, los mandatos irreales e inalcanzables y la invitación “inofensiva” a intervenir el propio cuerpo para lograr mayor aceptación o parecerse a otra versión de unx mismo es un arma de doble filo y un gran negocio. ¿Acaso los medios no son cómplices también de la muerte de Luna? ¿Cuántos de esos productores y directivos seguirán hoy en puestos jerárquicos decidiendo en base a cuerpos? ¿No deberíamos empezar a cuestionar ese mundo que repercute en los problemas de salud físicos y mentales de miles de personas por el constante avasallamiento y la violencia estética sobre los cuerpos? ¿No es momento de que las cosas cambien en serio y de una vez por todas? ¿Cuánto tiempo va a pasar hasta que aparezca una próxima Silvina?

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