Los comedores de Rosario, entre la violencia callejera y el hambre: "Uno se involucra para que las minorías puedan ser escuchadas"

La provincia de Santa Fe contabiliza, hasta el mes de septiembre, 310 homicidios en lo que va del año, 229 sólo en Rosario. Cómo es trabajar en comedores, entre la pobreza, la violencia y el estigma.

25 de octubre, 2022 | 00.05

En Rosario, la inseguridad del hambre se suma a la inseguridad de las balas que vuelan entre las calles y pasillos de los barrios más postergados de la otrora Chicago argentina. Este tipo de situaciones sociales despierta el espíritu solidario y humilde de las barriadas. Numerosos comedores aparecieron en los últimos años para asistir a las cientas de familias que no logran asegurar las tres comidas diarias en sus hogares.

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Susana, el rostro detrás de uno de los comedores de Rosario

San Cayetano no solo es el santo patrono de los trabajadores, sino también de los panaderos. No parece casualidad que así se llame la calle donde funciona Caritas Sucias, el comedor del cual Susana Samardich es titular. Ubicado en San Cayetano al 1400, su calle no existe en el Google Maps ni tampoco en los mapas oficiales de la municipalidad de Rosario. El barrio aparece como un área en blanco, una zona gris en los croquis electrónicos.  

El acceso es una callejuela de tierra, no muy complicada de ubicar a pie pero sí en vehículo. Los camiones de basura acceden al lugar con dificultad debido a que los cables de electricidad que abastecen a las casas son muy bajos y cuelgan formando largas catenarias sobre las calles del barrio. Un cartel de chapa con un colorido diseño desteñido por el sol distingue la reja de entrada al comedor, que tiene como espacio el garaje de la casa de Susana. Ella llegó al barrio Empalme Graneros en 1994, siendo oriunda de Chaco y hoy es una referente del barrio. Los ojos de la orgullosa bisabuela se achican cuando habla de su obra, al ritmo que se le hincha el pecho y pareciera agigantar de a poco su ya gigante corazón.

“Soy socialista porque me gusta hacer sociales”, dice a El Destape la referente, y agrega: “Una se involucra para que las minorías puedan ser escuchadas. Poder dar buenas noticias”. Susana es militante en el partido Ciudad Futura, partido referenciado con el socialismo del siglo XXI y fase superior de lo que en otro momento se autodenominó, hace más de quince años, el Movimiento GIROS, con una importante presencia en los barrios populares de Rosario, sobre todo en Nuevo Alberdi. En las asambleas de Ciudad Futura, Susana es palabra mayor.

El vínculo de ella con el partido de mayor presencia en el Concejo Municipal data desde el 2019, cuando el merendero comenzó a funcionar para entregar copas de leche a las familias azotadas por el desempleo, hacia el final del gobierno de Mauricio Macri, que destruyó el entramado laboral de la cuna de la bandera, en espacios donde el Estado cree que no hay nada.

Realizando convenios con el Banco de Alimentos (una ONG que busca reubicar productos alimenticios prontos a vencer o cuyos empaques presentan alguna alteración -que no trastoque el estado del alimento en cuestión- distribuyéndolos entre otras organizaciones sin fines de lucro) o con la propia Ciudad Futura, Caritas Sucias logra dar raciones para hasta 200 grupos familiares. En los días previos a que El Destape se acercara al comedor, la cantidad de raciones entregadas fueron menores, lo cual le da alegría a las seis mujeres que trabajan junto con ella: a Susana se le suman sus dos nietas, Ailén y Anabel, y su hija, Daiana. A su vez, también pone el cuerpo una vecina llamada María Cristina y la nuera de Susana, Oriana.

En Rosario, la municipalidad le da asistencia a un total de 1065 comedores barriales, acompañándolos con mercadería para poder preparar los almuerzos y meriendas. 6 de cada 10 de estos comedores, según reveló la periodista Ludmila López, son atendidos exclusivamente por mujeres, que ven cómo son las jefas de las familias del barrio las que llevan la comida a la mesa, con una marcada feminización de la pobreza. Susana, como tantas otras, es el rostro femenino de la ayuda social que, en barrios de extrema violencia, le hacen frente a la pobreza.

En esta línea, según el informe mensual de septiembre de Personas Heridas por Armas de Fuego del Observatorio de Seguridad Pública (OSP) de la provincia de Santa Fe, las balaceras esquivan las zonas de mayor circulación del dinero: salvo por el microcentro y las zonas aledañas al puerto y a la barranca norte rosarina del Paraná, los ataques con armas de fuego prácticamente no discriminan ninguna barriada.

En el mapeo realizado por el OSP se observa una gran frecuencia de balaceras en el sur de la ciudad, en los barrios Tablada, Mangrullo, Saladillo Sud y Las Flores (bastión de la la banda narcocriminal Los Monos) así como también en zona norte en Nuevo Alberdi y en la zona noroeste, sobre los barrios Ludueña, barrio Industrial y Empalme Graneros. En este último es donde se ubica el comedor Caritas Sucias, donde Susana espera los martes, jueves y viernes a los vecinos para entregar los almuerzos y meriendas en su casa.

La violencia callejera, la otra cara de la desigualdad

La madrugada del lunes 3 de octubre, un vehículo en movimiento gatilló contra una casa de zona sur de Rosario, a escasos metros de donde funcionaba uno de los cientos de comedores que alimentan a los desposeídos de la ciudad. El terror inundó a los vecinos y a los encargados del merendero, que tomaron la decisión de no abrir las puertas durante toda esa semana, para resguardar la seguridad de las más de 200 personas que concurren diariamente a buscar una porción de comida, y que desde hace cuatro días sólo preguntan si volverán a entregar las viandas.

“Decidimos cerrar el comedor por temor a que vuelva a pasar”, contó uno de los referentes, quien por temor solicitó que se protegiera su identidad y la de sus compañeros. “Nosotros trabajamos con una gran cantidad de chicos, gente mayor, gente de la tercera edad y no sea cosa que nosotros estemos dando la comida o la leche ¿Qué hacemos si se desata otra balacera mientras estamos entregando la comida o alguna de las cosas y no sabemos qué hacer con las criaturas o con la gente que no pueda correr? ¿Dónde las metemos?”.

La balacera obligó al comedor a permanecer cerrado por más de una semana y, según confirmaron los trabajadores del lugar, la medida de cuidado fue sostenida hasta que las autoridades policiales prometieron - y cumplieron - colocar un patrullero en la puerta del comedor. Esta semana, a un mes del atentado, los referentes del comedor detectaron que los responsables de la balacera volvieron a rondar por la cuadra y, ante la ausencia del apalabrado patrullero, suspendieron su actividad y volvieron a cerrar el comedor: “La gente que asiste viene a buscar la comida para sus chicos. Hay gente que por ahí no tiene trabajo, que cartonea, que vive el día a día. Nosotros como institución y organización tratamos de paliar esa situación de vulnerabilidad, pero esto nos supera a nosotros. El miedo le ganó al hambre”, cuenta. Y sentencia: “Una cosa es ver las balaceras por televisión, en el diario, y otra cosa es escucharlas en tus oídos”.

El comedor recibe entre 180 y 200 personas por día para dar la copa de leche y raciones de comida, funcionando toda la jornada, entre las 8 y las 20, dando lugar a numerosas actividades, desde talleres y círculos de limpieza del barrio hasta cortes de pelo. El lugar es atendido por 20 militantes que se dividen en tres turnos, de lunes a viernes, cubriendo diferentes tareas para poder entregar las raciones.

Según el referente que se comunicó con este medio, los patrulleros y las autoridades municipales son muy raras de ver en el barrio. “Un patrullero, verlo acá, es como una aguja en un pajar. Es muy raro y muy escaso verlo. Y de la Municipalidad tampoco, no se acerca nadie. Sólo las organizaciones, que siempre están trabajando”, aseguró el militante.